La perfección estética viene en bisturí

Estaba hablando con un diseñador cincuentón entre bastidores en París esta semana cuando me distrajeron dos extraños bultos a los lados de sus mejillas, como si guardara nueces para pasar el invierno. ¿O habría caído en la moda del dermal filler (rellenos dérmicos), esas inyecciones de ácido hialurónico que se aplican para resaltar los pómulos y, supuestamente, mejorar la simetría del rostro?Los rellenos de mejillas forman parte de una gama de tratamientos estéticos que se han vuelto comunes entre celebridades, influencers, personas que pisan la alfombra roja y gente corriente. En general son bastante sutiles, aunque tienden a delatarse bajo ciertas luces. Las señales inequívocas son dos brillantes esferas de carne que flotan a la altura del pómulo… aunque, si se es un usuario avanzado —o Simon Cowell—, esa esfera puede inflarse justo debajo del ojo.En mi opinión profesional, el uso de rellenos es un misterio: no solo hacen que quien los usa parezca una ardilla, sino que también le dan un aire de estar entrecerrando los ojos. Aun así, siguen siendo adorados por ciertas estrellas de cine y se han convertido en la puerta de entrada a intervenciones más drásticas.Según la narrativa actual, vivimos una edad dorada de la cirugía estética. Los cirujanos faciales son ahora verdaderos virtuosos. Es la era del rostro eterno de 35 años. Incluso si uno no puede gastar las seis cifras que desembolsó Kris Jenner —la matriarca Kardashian— para que el doctor Steven Levine, de Nueva York, transformara su rostro de 69 años, me dicen quienes conocen el mercado que incluso cirujanos promedio pueden lograr resultados espectaculares.He pensado mucho en esto durante las últimas semanas, sentada en los desfiles de las distintas semanas de la moda. Las modelos siguen siendo delgadas, tristes y con apariencia preadolescente (quizá por eso la ovación al final del desfile de Chanel —donde una modelo lucía una sonrisa amplia y deliciosa— fue tan celebrada). La primera fila, por su parte, es un microcosmos de modas y tendencias.El año pasado todo giraba en torno al uso sigiloso de los semaglutides, esos medicamentos que han hecho adelgazar a tantos. La vergüenza inicial ya pasó: ahora todo el mundo microdosifica para perder “los kilos de más”. Muchas de mis contemporáneas son más pequeñas que nunca; “no hay excusa” para tener sobrepeso.Pero junto al semaglutide llega el gran dilema de la piel suelta. ¿Qué hacer con esos pliegues que ahora cuelgan del cuerpo? Tras lograr una silueta esquelética, exigimos además la tersura cutánea de un cuerpo de 12 años.La cirugía facial es ya endémica —en la moda, en las alfombras rojas, en las redes sociales— y, pese a lo que digan los cirujanos sobre este periodo dorado, buena parte de los resultados se ven francamente extraños. El pómulo de ardilla es solo una historia. La frente eterna es otra.La blefaroplastia, término acuñado en 1818 por Karl Ferdinand von Gräfe, consiste en una reconstrucción del párpado que promete un aspecto más joven y “despierto” mediante la eliminación de bolsas o piel sobrante. Se describe como un procedimiento mínimamente invasivo (la recuperación toma de dos a tres semanas) y es especialmente popular entre la generación de redes sociales. Su auge entre los millennials ha sido tal que, después del aumento y la reducción de senos, ya es la tercera cirugía estética más común en Reino Unido.Durante las semanas de la moda nadie parece especialmente fresco ni radiante, y resulta difícil saber si cierta “vitalidad” se debe a una blefaroplastia o al bótox, que tiende a congelar la frente en un perpetuo gesto de sorpresa. Lo que sí es inconfundible es la repisa de relleno que otorga al labio superior su volumen extra.El aumento de labios es tan ubicuo en las redes sociales que ya es un servicio de alta demanda en las calles: una encuesta de 2019 de Vice UK en Snapchat reveló que más de la mitad de los 51 mil participantes consideraban estos procedimientos “comparables a cortarse el cabello o hacerse la manicura”.Quizá la metodología de Vice no fuera del todo “rigurosa”, pero los datos muestran una amplia tolerancia. Más de 66 por ciento de los encuestados dijo que le gustaría cambiar algún rasgo de su rostro. Y las cifras lo confirman: la cirugía estética está en auge, tanto entre mujeres como entre hombres.La Asociación Británica de Cirujanos Plásticos Estéticos reportó un aumento de 8 por ciento en los facelifts y un incremento de 26 por ciento en los levantamientos de cara y cuello en varones.¿Soy la única que encuentra todo esto inquietante? ¿La única que siente raro ver a una influencer de 41 años presumir su bleph (se refiere a la blefaroplastia, una cirugía para mejorar la apariencia o la función de los párpados)?“Me hice un facelift (procedimiento quirúrgico estético para rejuvenecer el rostro (lifting facial), que tensa la piel y reposiciona los tejidos para reducir la flacidez y las arrugas) a los 39 y no tengo ningún arrepentimiento”, repiten una docena de artículos donde mujeres confiesan haberse sometido a doce procedimientos para mejorar un cuello apenas flácido.Este afán implacable por alisar, pulir y perfeccionar ha crecido en paralelo con el auge de la inteligencia artificial (IA). Es también reflejo de un viejo pero pernicioso sesgo: quienes no quieren jugar el juego de la cirugía corren el riesgo literal de quedar fuera por envejecimiento.Hace seis meses escribí que contemplaba probar el bótox: qué ingenua era. El “arreglo” que necesitaría implicaría cirugía del tipo que requiere “reubicar” las orejas (aunque, por fortuna, no removerlas, como algunos afirman).Va contra la naturaleza, lo digo sin rodeos: esta deriva hacia el rostro virtual. La eliminación de la diversidad generacional no nos hace más bellos; nos hace parecer engendros.También hay una distorsión psicológica curiosa en tener una abuela que parece tu tía. Me pregunto qué habrá sentido Kim Kardashiancuando, el fin de semana pasado, llegó al front row (primera fila) con su nuevo corte pixie y todos la confundieron con su madre.JLR