En pacientes amputados suele manifestarse un dolor tan profundo e inexplicable que parece provenir del cuerpo que ya no existe, de su miembro fantasma. “No están locos”, explicó Rubén Trejo Fuentes, especialista en Medicina del Dolor y Cuidados Paliativos del Hospital Médica Sur.En México, miles de personas que han perdido una pierna o un brazo por diabetes, accidentes o enfermedades vasculares viven cada día con esa paradoja física y emocional: el ardor, la punzada o la descarga eléctrica que proviene de un miembro ausente.“Hay pacientes que me dicen: ‘Siento la pierna doblada y me desespera porque no la puedo estirar’, aunque ya no la tengan”, relató Trejo en entrevista con Milenio.“Eso se llama sensación fantasma. Pero cuando además duele, hablamos de dolor fantasma, y ese puede ser devastador”.Este 17 de octubre es el Día Mundial del Dolor. Entre sus pacientes hay historias que reflejan la dimensión del sufrimiento.“Recuerdo una mujer joven que era conductora de un tráiler. Perdió la pierna en un accidente y, dos años después de la amputación, seguía sintiendo la pierna volteada, como cuando la sacaron del vehículo. Decía que el dolor era insoportable, con descargas eléctricas y sensación de calambre. Llegó a decirme que prefería morir antes que seguir sintiendo eso”, contó el especialista.Otro caso fue el de un paciente con amputación por diabetes que describía “la pierna abierta” aunque ya no la tuviera. “Era un dolor de diez en una escala del cero al diez. Ese tipo de dolor puede ser incapacitante y, si no se trata, crónico y devastador. Hay personas que, por no soportarlo, se quitan la vida”, añadió.Una torturaEl fenómeno, explicó Trejo, ocurre porque el cerebro conserva un mapa exacto del cuerpo. “Aun dormido, uno sabe dónde está la nariz o la pierna. Cuando una extremidad se pierde, el cerebro sigue buscándola. Y el estímulo más potente que tiene para hacerlo es el dolor”, dijo.Según el especialista, el dolor de miembro fantasma puede presentarse desde los primeros días tras la amputación o incluso meses después.“Puede ser punzante, con descargas eléctricas, ardor o calambres. Algunos pacientes lo califican como un dolor de diez en una escala del cero al diez. Sin tratamiento, puede volverse crónico y acompañarlos el resto de su vida”.Entre los casos que más lo conmovieron, Trejo recordó a un hombre amputado desde hacía una década.“Después de diez años de tratamiento, por primera vez me dijo emocionado que se había soñado amputado. Ese sueño significaba que, finalmente, su cerebro había aceptado que ya no tenía la pierna. Puede parecer mínimo, pero en realidad era una señal de que el inconsciente y el cuerpo empezaban a estar en paz”, relató.La diabetes es la principal causa de amputaciones en México. “Aproximadamente el quince por ciento de los pacientes diabéticos con insuficiencia arterial terminan amputados”, señaló Trejo.Muchos de ellos desarrollan dolor fantasma porque el cerebro queda “sensibilizado” por el dolor previo a la cirugía. “Si yo quito el dolor antes de amputar, es menos probable que el paciente lo desarrolle después. Pero eso rara vez se hace”.La Federación Mexicana de Diabetes (FMD) estima que en México al año se realizan alrededor de 75 mil amputaciones de extremidades inferiores por complicaciones en personas con diabetes, lo que refleja la magnitud del problema y el desafío de salud pública que implica esta enfermedad crónico-degenerativa.Cuando el cerebro no olvidaEl dolor fantasma no solo afecta las extremidades. “He tenido pacientes con dolor de vesícula fantasma o dolor de mama fantasma”, afirmó Trejo.“El factor más importante es el dolor previo a la amputación. Mientras más intenso sea, más probable que el cerebro lo conserve”.Para muchos, el sufrimiento se agrava por la incomprensión. “Hay quienes son tildados de locos porque les duele una pierna que ya no tienen. Pero el dolor es real. El cerebro sigue registrando esa señal aunque el miembro no exista”, explicó.El resultado puede ser devastador: aislamiento, depresión profunda e incluso suicidio.“Se han documentado casos de personas que se quitan la vida por no soportarlo. El entorno familiar muchas veces no ayuda, porque no entiende lo que pasa. Algunos pacientes llegan a depender de opioides, otros caen en adicciones y, en casos extremos, en pensamientos suicidas por desesperación”, alertó Trejo.El duelo del miembro perdidoLa amputación, asegura el especialista, implica un duelo comparable a la pérdida de un ser querido.“Es como perder a una pareja o a un hijo. Hay pacientes que sienten la necesidad de enterrar su pierna o su brazo. Es un proceso emocional muy duro que requiere apoyo psicológico”.El tratamiento ideal, detalló, combina tres ejes: un especialista en dolor, un psicólogo y fisioterapia. Uno de los métodos más efectivos es la “terapia del espejo”, en la que el paciente realiza movimientos frente a un espejo mientras verbaliza: “brazo derecho, brazo izquierdo”. Y así el cerebro aprende de nuevo que el miembro ya no está”, explicó.El tratamiento farmacológico no se basa en analgésicos comunes ni opioides. “No sirven de gran cosa. Lo que se usa son neuromoduladores, anticonvulsivos o antidepresivos que modifican la respuesta nerviosa”, añadió.En algunos casos se recurre a bloqueos o infiltraciones en el muñón, donde puede formarse un neuroma (una pequeña masa de nervios hiperactivos) que perpetúa el dolor.“Tuve una paciente que perdió una pierna en un accidente carretero. Dos años después de la amputación continuaba con un dolor insoportable, describía descargas eléctricas y calambres en el pie que ya no existía. Con el tratamiento, su cerebro empezó a ‘retraer’ esa sensación: primero el dolor se concentró en la rodilla, después en el muslo, hasta quedar localizado en el punto donde fue amputada. Ese proceso muestra cómo el cerebro puede adaptarse, pero requiere tiempo, terapia y acompañamiento constante para lograrlo”, explicó Trejo.El especialista advirtió que “cuando el dolor no se controla, la vida del paciente se apaga poco a poco. Pierden su independencia, su autoestima y sus vínculos. Es una cadena silenciosa que termina muchas veces en depresión severa o en suicidio”.Depresión y suicidio: el otro dolor“Cuando el dolor no se controla, la vida del paciente se apaga poco a poco. Pierden su independencia, su autoestima y sus vínculos”, señaló.La depresión es una consecuencia frecuente del dolor crónico. “He visto casos de personas que, después de meses sin alivio, desarrollan pensamientos suicidas. Algunos lo intentan. Otros me dicen abiertamente: ‘Prefiero morir que seguir con este dolor’. Esa desesperación es real y necesita atención urgente, no solo médica, sino psicológica y familiar”.El especialista insistió en que el suicidio puede evitarse si se brinda acompañamiento y un tratamiento adecuado. “No es debilidad ni locura, es la consecuencia de un dolor persistente que el cerebro no sabe cómo detener. Por eso es vital atenderlo de manera integral”, subrayó.La otra herida: el sistemaAunque la ciencia ha avanzado en terapias y neuroestimulación, el panorama en México sigue siendo precario. “La perspectiva del manejo del dolor de miembro fantasma en México es muy mala”, reconoció Trejo.“No hay recursos, no hay infraestructura y muchos médicos no saben cómo abordarlo. Algunos creen que con un antiinflamatorio basta, pero eso no funciona”.En hospitales públicos, la atención integral es casi inexistente.“Hay conocimiento en los institutos de neurología o de nutrición, pero la mayoría de los pacientes nunca llega ahí. En el sector privado es más fácil acceder a tratamientos, aunque no siempre hay especialistas capacitados”, advirtió.“Usted no está loco”Trejo ha visto cómo la falta de comprensión destruye vidas. “El primer mensaje para un paciente con dolor de miembro fantasma es: usted no está loco. Hay tratamiento, hay opciones, hay esperanza”, dijo.Algunos pacientes mejoran hasta un ochenta por ciento con tratamiento adecuado, aunque el proceso puede tardar meses o incluso años.“Tuve una paciente que perdió la pierna en un accidente. Dos años después seguía con dolor, pero poco a poco su cerebro empezó a acortar la sensación del miembro: del pie pasó a la rodilla y luego al muslo. Así funciona el cerebro: aprende, pero necesita tiempo y acompañamiento”.En un país donde la diabetes sigue cobrando extremidades y donde los amputados enfrentan no solo la pérdida física sino la indiferencia social, el dolor fantasma no es una metáfora. Es una realidad que arde, punza y recuerda que el cuerpo, aunque falte una parte, sigue vivo en la mente.LG