Gabriel Rodríguez, el arte como puente entre lo ancestral y lo digital

El artista visual Gabriel Rodríguez asegura que a lo largo de su trayectoria ha tejido un complejo universo simbólico en el que conviven saberes ancestrales, espiritualidad, geometría sagrada, tecnología y un cuestionamiento profundo sobre la esencia humana en la era digital.Su obra, dice, se convierte en una indagación poética y visual sobre la “anatomía intangible” del ser humano, rescatando el conocimiento milenario de culturas antiguas para reinterpretarlo con las herramientas del presente.“Para encontrar comprensión y complementación en la inteligencia artificial (IA), debemos comprender los principios de la inteligencia orgánica, esquematizada en escala fractal del ser humano, estudiada a profundidad por nuestros antepasados, que todavía tienen mucho por enseñarnos”, afirma el artista. Gabriel Rodríguez comparte que ha encontrado en la historia del arte, en los textos sagrados y en las representaciones mitológicas, una constelación de símbolos recurrentes que codifican saberes energéticos y científicos.“Los siete ojos de Dios, los chakras, los espectros del arcoíris, el collar de Indra, el árbol de la vida, los vitrales góticos, todos ellos revelan una anatomía abstracta del ser humano y su conexión con el orden cósmico”, explica.Esta interconexión simbólica se convierte en lenguaje plástico a través de patrones fractales, hilos bordados, varillas de acero y composiciones cromáticas cuidadosamente construidas. La traducción de estos sistemas energéticos en recursos visuales y estructurales en su obra responde, además, a una convicción compartida por grandes científicos como Einstein y Tesla, quienes intuían que el campo energético condiciona la materia. Rodríguez asegura que explora estas teorías mediante estructuras como hipercubos, dodecaedros, curvas danzantes y la inserción de elementos táctiles que invitan al espectador a interactuar con una cuarta dimensión que emerge de la vibración y el movimiento. “Me interesa que el espectador conecte con ello de forma explícita, táctil, vivencial”, y menciona cómo fenómenos naturales como las auroras boreales, los cardúmenes de peces o las nebulosas se han convertido en personajes explícitos de su narrativa visual.Estética geométricaPara Gabriel, estos modelos son “la causa de todo lo que nos resulta bello y evolutivo”, pues representan un orden natural que se manifiesta desde los textiles artesanales hasta los avances de la nanotecnología y la informática.El artista cita las matemáticas fractales de Mandelbrot como una de las claves para comprender el caos aparente en la naturaleza, así como una herramienta didáctica que el arte contemporáneo ha abrazado para hacer divulgación científica. Su obra, dice, busca precisamente eso: resonar con ese código, replicarlo y reinterpretarlo para actualizarlo desde una sensibilidad contemporánea. En su práctica artística, Gabriel recurre a diversas técnicas tradicionales como el óleo, la tinta, el bordado, el tallado en madera y el modelado, fusionadas con un pensamiento metodológico experimental.El uso de colores como el azul o el violeta se fundamenta en estudios como los de la cámara Kirlian y sus aplicaciones en campos energéticos.Incluso, menciona experimentos como el de los uniformes rosas en prisiones que redujeron la violencia, para ilustrar cómo las frecuencias visuales pueden incidir en el comportamiento humano. Conexiones con la historiaEntre los personajes que habitan sus lienzos encontramos músicos como Slash, Jesús de Nazareth, artesanos y figuras mitológicas, que según Rodríguez comparten una cualidad fundamental: todos ellos representan el “Dasein” de Heidegger, una conexión plena con el ser.“Han logrado una sincronía con la naturaleza a través del arte que ejercen, y esa inteligencia es exclusivamente humana”, dice. Frente a los temores que giran en torno a la IA, el artista insiste en que el alma, la intuición, la imaginación y la inspiración siguen siendo cualidades irremplazables del ser humano. Esta tensión entre técnica tradicional y libertad conceptual también se refleja en su proceso: mientras que la disposición geométrica de los elementos responde a una estructura premeditada, la aplicación del color es completamente intuitiva, espontánea, emocional. “Improvisar con los colores es como hacer jazz: hay un tema definido, pero el desarrollo es libre”, explica. Sus series funcionan como capítulos visuales que desarrollan un lenguaje semántico entre símbolos, figuras, composiciones cromáticas y patrones fractales. La conexión del arte con la naturaleza —y su capacidad de ser comprobada tecnológicamente— es otro de los ejes fundamentales de su trabajo, explica. Gabriel ha explorado desde resonancias magnéticas y neuroimagen funcional, hasta teorías de la psicología del color para argumentar cómo el arte sincroniza al ser humano con el engranaje cósmico. “El pintor afina su intuición con la luz, como el músico con su oído. El arte surge de manera orgánica y se convierte en tradición”, afirma. Su trabajo es, en ese sentido, una propuesta de reencuentro entre lo espiritual, lo sensorial y lo científico.Al preguntarle cómo espera que el espectador se relacione con su obra, Gabriel responde con humildad: “Hago arte para todos”. Le interesa la interpretación estética, así como la posibilidad de establecer un diálogo simbólico con quien observa sus piezas. Si alguien conecta emocionalmente con una escena, un personaje o un color, su obra ya ha cumplido su cometido. “La última pincelada la da el espectador”, dice con convicción. En un mundo atravesado por la incertidumbre tecnológica y la deshumanización, Gabriel Rodríguez apuesta por el arte como herramienta para reactivar las fibras más sensibles del ser humano. “El arte ha estado presente en todas las transformaciones sociales. No sólo documenta, también dignifica, inspira, alerta, conecta. Frente al miedo de ser superados por la IA, el arte es una ventaja evolutiva si estamos en equilibrio”, sostiene.Su obra plantea una estética visual compleja, además de una postura política, ética y filosófica frente al mundo actual. En ella, la inteligencia orgánica, el conocimiento ancestral y la tecnología no se oponen, sino que se complementan. Gabriel Rodríguez nos recuerda que mientras la inteligencia artificial sigue aprendiendo, el alma humana —con su capacidad de amar, imaginar, vibrar y crear— sigue siendo insustituible. Más de Gabriel Su obra abarca pintura, escultura y restauración, con un enfoque profundo en lo simbólico y lo cultural. En el verano de 2024 participó en la exposición Códices Contemporáneos en el Taller Rufino Tamayo de Oaxaca. Entre 2020 y 2022 colaboró con la Casa Embajador de Oaxaca en Santa María El Tule en proyectos de restauración de murales, tallas, alebrijes y piezas originales.En 2021 presentó Altares en el Fondo de Cultura Económica del Edomex y Discursos en la Galería Sophart de Polanco. Ese mismo año participó en el programa internacional Junior Docents del Hudson River Museum (NY) junto a Art Bridges Foundation. En 2020 inauguró Hipervínculos en la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales de Oaxaca. Ha exhibido también Tótem (2019) en el Palacio Municipal de Oaxaca, colaborado en el Festival de Jazz de Mazunte (2018), y participado en una subasta con Morton en Mazatlán. En La Salle Oaxaca presentó Fractales (2018). Entre 2016 y 2017, expuso Ecos Cromáticos en el H. Congreso del Estado de Oaxaca y Éter en la Casa de la Cultura Oaxaqueña. Ha participado en iniciativas colectivas como Artistas por México y en galerías como Aguafuerte (CDMX). Desde 2014 dirige su propio taller, desarrollando obra original, investigación y encargos, incluyendo retratos oficiales para el Gobierno de Oaxaca. Su trabajo forma parte de colecciones como la Comunidad Judía Askenazí en Polanco. A lo largo de su carrera ha colaborado con el Gobierno del Estado de Oaxaca (2011–2014) y ha participado en espacios como la Hostería de Alcalá, el Centro Cultural Masónico, el Instituto de Investigación en Humanidades de la UABJO, la Escuela Municipal de Capacitación Artesanal y la Universidad del Claustro de Sor Juana. Con más de una década de experiencia, Gabriel Rodríguez Ortiz consolida una práctica que conjuga lo ritual, lo simbólico y lo contemporáneo, anclado en el imaginario profundo de Oaxaca.