El guion, leído en frío, es un disparate de principio a fin. Sébastien Lecornu, nombrado primer ministro francés el 9 de septiembre, anunció la composición de su gobierno el pasado 5 de octubre. Al día siguiente, dimitió ante las críticas suscitadas entre propios y extraños. Era el cuarto primer ministro que acudía con la carta de dimisión al despacho del presidente, Emmanuel Macron, en año y medio. Veintisiete días en el cargo. Nunca, en los 67 años de la Quinta República, un primer ministro había durado tan poco. Pero había truco. A los cuatro días, Macron, militantemente obcecado en tropezar una y otra vez con la misma piedra, lo volvió a nombrar primer ministro. Un sainete.