Los grandes narcos no escarmientan entre rejas: casi la mitad vuelven a la cárcel por el mismo delito

La Constitución recoge que el fin último de las penas de prisión es la reeducación y la reinserción social del delincuente. En términos generales, el objetivo se cumple razonablemente. Pero no en el caso de los condenados por tráfico de drogas. Los narcos pasan por prisión, pero la prisión no pasa por ellos. O, lo que es peor, convierten la celda en una narcooficina desde la que siguen llevando las riendas de sus organizaciones. La explicación es sencilla y la solución, compleja: «Es su modo de vida, es la forma que tienen de hacerse con beneficios patrimoniales ingentes». Lo explicaba esta semana Servando Caíño, fiscal especial Antidroga de la provincia de Pontevedra —zona cero del tráfico de drogas a gran escala en Galicia— durante un congreso organizado por la Fundación Galega contra o Narcotráfico en A Estrada . «En el tráfico de drogas, el porcentaje de reiteración delictiva es altísimo», lamentaba el fiscal en una de las mesas que versaba específicamente sobre la reincidencia. El encargado de poner las cifras sobre la mesa fue José Ángel Vázquez Yáñez, director del centro penitenciario de Teixeiro (La Coruña). Mientras la tasa de reincidencia penitenciaria general no llega al 20 % —es decir, solo dos de cada diez presos vuelven a prisión por el mismo delito—, en el caso del tráfico de drogas el porcentaje se dispara hasta el 42 %. Así lo concluyó un estudio de Instituciones Penitenciarias que abarcó toda una década, recogiendo datos de 2009 a 2019. Los perfiles del traficante de drogas son muy variados, desde el gran narco que amasa fortunas colando toneladas de cocaína por la costa europea hasta el camello que también es toxicómano y menudea para pagarse sus dosis. El porcentaje de reiteración delictiva es muy alto en ambos perfiles, pero las motivaciones son bien distintas. Por eso, las fórmulas para tratar de reducir esa reincidencia —de eso se trataba la mesa redonda celebrada en A Estrada— tienen que ser también muy diferentes. El gallego José Manuel Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco, es el paradigma del gran narco al que estar entre rejas no le sirve para escarmentar. Tuvo su bautismo carcelario a mediados de los años ochenta del siglo pasado, tras ser detenido en una operación contra el contrabando de tabaco, especialidad en la que se foguearon los grandes capos gallegos que luego dieron el salto al tráfico de cocaína. Uno de ellos, el propio Miñanco, a quien el negocio del polvo blanco mantuvo varios lustros entre rejas, sumando luego el blanqueo de dinero a sus condenas. Se sentó en el banquillo, por última vez, a principios de este 2025, acusado de liderar una trama que intentó introducir —esta vez sin éxito— 4.000 kilos de cocaína. La causa, bautizada Operación Mito en su honor, por la que la Audiencia Nacional procesó a una cincuentena de individuos —entre ellos, el abogado Gonzalo Boye—, está pendiente de sentencia. Pero, para lo que nos ocupa, es decir, la difícil reinserción de los grandes capos, además del trasiego carcelario por la acumulación de condenas, es interesante prestar atención a cómo Miñanco, presuntamente, se valió de un tercer grado para organizar una de las grandes operaciones de cocaína de los últimos años: oficialmente trabajaba en un parking en Algeciras, pero en la sombra seguía al mando de una organización a la que había vuelto a llamar a filas. Y esto conduce a la pregunta de si conceder la semilibertad a quienes han hecho del narcotráfico su modo de vida es una buena idea. Porque, como subrayó en A Estrada el director de la cárcel de Teixeiro, en términos más técnicos, estos grandes capos evidencian «un patrón de comportamiento estable y con resistencia al cambio». Para el fiscal pontevedrés, la cuestión del tercer grado para los grandes narcos merece una revisión, y propone endurecer su concesión «de una forma similar a lo que ocurre con los delitos sexuales». En el cónclave de esta semana en A Estrada —que, para algo, se bautizó como Congreso de Legislación Antinarcotráfico— se trataron de poner sobre la mesa fórmulas legales para disuadir a los narcos de esa querencia desaforada por la acumulación de capital, pese a que sobre ellos planee siempre la amenaza de pasarse media vida entre rejas. Para tratar de contener esa sed insaciable de los narcos por seguir amasando fortuna mientras están encarcelados, la estrategia de las autoridades penitenciarias se juega en dos frentes. Por un lado, la seguridad y la prevención —es decir, intentar que el preso no delinca mientras está en prisión—, y por otro, un trabajo de carácter psicológico y terapéutico. ¿Y cómo se traduce luego en la práctica esa estrategia? «Con nuestras unidades caninas, con el trabajo de los funcionarios de los grupos de información y la colaboración, tan valiosa, con las fuerzas de seguridad», detallaba el director de la cárcel de Teixeiro ante un auditorio plagado de policías, fiscales, vigilantes aduaneros, jueces y otros agentes de la lucha contra el narcotráfico. En los casos más graves, se les aleja de otros presos que también se dedican al tráfico de drogas o se les ingresa en primer grado, es decir, en un régimen de aislamiento reservado para los más peligrosos. Además, desde hace un par de años se promueve que los grandes narcos participen en un programa denominado Pideco, diseñado para presos condenados por delitos económicos: «Se intenta que tomen conciencia del daño que causan», añade José Ángel Vázquez Yáñez. En todo caso, admite que la rehabilitación de estos grandes narcos es muy complicada. Y en A Estrada volvió a repetirse una consigna que quienes se baten cada día contra los narcos tienen cada vez más presente: hay que intervenirles la droga y tratar de vincularlos con los alijos, sí, pero sobre todo atacar su patrimonio. Ahí es donde más les duele.