En muchas parejas, hablar de dinero se vuelve un tema sobre el que no es fácil conversar cuando llegan los hijos. La crianza impone nuevas renuncias, reorganiza prioridades y expone las grietas de una supuesta igualdad “La presión por recuperar tu cuerpo es inmensa”: las madres empujadas a usar inyecciones para adelgazar en el posparto Hay conversaciones que matan más que el silencio: “¿Cuánto pones tú?”, “¿Eso es tuyo o nuestro?”, “Yo gano más, pero tú tienes más tiempo libre”. El dinero, en la pareja, no es solo números: es la gramática del poder y el lenguaje del valor. Lo que se reparte o se oculta marca las jerarquías invisibles del hogar, que pueden sostenerse durante años sin pronunciarse. Por miedo, por pudor o por costumbre, se evita nombrarlo. Pero el dinero atraviesa el amor igual que el amor atraviesa el dinero: ambos sostienen —o tensan— el contrato invisible de la convivencia. “Depende mucho de la pareja, pero es verdad que sigue habiendo muchas a las que les cuesta hablar de dinero. Creo que es algo que viene dado por comportamientos adquiridos: si en tu casa no se hablaba de dinero o se vivía como algo secreto, eso deja huella”, dice Natalia de Santiago, escritora, divulgadora y emprendedora española empeñada en hacer la educación financiera más accesible. “Además, todavía hay muchos complejos: parejas en las que uno se siente por encima o por debajo del otro. Es un tema del que no gusta hablar, también, por temor a equivocarse: nadie quiere parecer tacaño ni ignorante. Por las mismas razones, opino que sigue siendo complicado hablar de salud mental o de sexualidad: vamos avanzando, pero todavía hay muchos estigmas que persisten”. El silencio, explica, es herencia. Y, a menudo, una forma de protegerse de lo que el dinero revela: poder, culpa o dependencia. Cuando llega la crianza En muchas parejas, hablar de dinero se vuelve un tema sobre el que no es fácil conversar cuando llegan los hijos. La crianza impone nuevas renuncias, reorganiza prioridades y expone las grietas de una supuesta igualdad. Según el informe La cuenta de los cuidados de Oxfam Intermón (2025) , el 37,1% de las mujeres en España asume siempre o casi siempre el cuidado de hijos e hijas, frente al 5,6% de los hombres. Además, un 9,4 % de las mujeres declara dedicarse exclusivamente al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado; entre los hombres, apenas un 0,4%. “La brecha salarial empieza el día que te haces madre”, afirma De Santiago. “Y no se cierra ni cuando los hijos cumplen veinte años. Ya no es porque nos paguen menos por hacer el mismo trabajo, sino porque, de alguna manera, las mujeres elegimos, por lo general, carreras menos ambiciosas u optamos por trabajos que nos dan mayor flexibilidad, pero que están peor pagados o tienen menos proyección”, continúa De Santiago. “Es una consecuencia directa de la conciliación, una renuncia que permite que uno de la pareja —normalmente el hombre— trabaje sin frenos en una carrera mejor remunerada. Las mujeres solemos conformarnos con ese tipo de trabajos más flexibles o reducimos nuestra jornada para cuidar y así nos hipotecamos: cuesta más que te promocionen si tienes una jornada reducida. Esa brecha tiene impacto en los derechos que acumulamos para la jubilación, por ejemplo”. Esa renuncia tiene efectos que no siempre se ven: menos ingresos, menos cotización, menos pensión. La maternidad, más que en un paréntesis, se convierte en un peaje que se paga con el tiempo. Cuando hay poco, se habla con más claridad El tabú del dinero aparece con fuerza cuando hay desequilibrio: cuando uno gana mucho más que el otro, cuando la dependencia económica deja de ser circunstancial y se vuelve estructural. En la mayoría de las parejas heterosexuales, el sueldo más alto sigue siendo el del hombre. Hablar de dinero, en ese contexto, puede ser una forma de incomodidad o incluso de humillación. Pero hay un lugar donde el silencio se rompe: la escasez. En las parejas que viven con lo justo, el dinero no se convierte en un instrumento de poder, sino en un ejercicio de cooperación: un pacto de supervivencia E., artista plástica y madre de dos hijas, me cuenta que, en su casa, el dinero nunca fue motivo de discusión porque jamás sobró: “Hablamos de dinero, pero no de las cuentas de la casa o las facturas: esas se pagan y ya. Si hablamos de dinero es para soñar con lo que haríamos si lo tuviéramos para comprar y arreglar una casa. Desde el principio de nuestra relación asumimos naturalmente que el dinero que ambos ganábamos era de los dos, y así ha sido siempre. Tenemos la suerte de que en este tema sentimos y opinamos igual: el dinero viene y va, es solo dinero, y siempre hemos tenido lo mínimo, pasando por épocas bastante complicadas”, cuenta. “Creo que las parejas que tienen más dinero son las que discuten más sobre él, lo he visto tantas veces… Cuando hay una base común de filosofía de vida, amor y una capacidad de vivir con poco y buscarte la vida, el tema del dinero no es motivo de discusión”, opina. Su testimonio revela algo esencial: el silencio también es un privilegio. Cuando el dinero sobra, se puede esconder; cuando falta, se convierte en una conversación inevitable. La precariedad obliga a hablar con franqueza, a negociar, a improvisar. E. reconoce, sin embargo, la carga invisible de la desigualdad: “Nunca le he dicho a mi pareja que, a veces, me siento en deuda con él porque carga con la responsabilidad económica en mayor medida. Mi trabajo es muy inestable y la mayoría de los meses, si viviera sola, no podría asumir ningún gasto. Él ha tenido siempre la iniciativa y ha hecho el esfuerzo de trabajar de cualquier cosa para ganar lo mínimo que nos hace falta y mantenerlos, y ha trabajado en verdaderas mierdas. Yo nunca me he bajado del carro de trabajar de algo que no sea lo mío, aunque no gane lo suficiente”. “Tampoco he querido sacrificar ningún momento de mi maternidad. Paso mucho tiempo sola con mis hijas, sé profundamente lo que son los cuidados; él también, porque siempre hemos sido padres lejos de nuestras familias, pero hay cosas que se le escapan”, explica. “Es consciente cuando pasa solo con las niñas algunos días, cuando ve todas las cosas de los cuidados y del mantenimiento de la casa que son invisibles para quien no las hace o nunca las ha hecho. Siempre meto mucha caña con esto, para que todas las cosas invisibles que hacemos en la casa se hagan visibles: encontrar tu ropa doblada cuando te vas a vestir para ir al instituto, saber dónde está tal libro, que el baño esté limpio…”, argumenta E. En las parejas que viven con lo justo, el dinero no se convierte en un instrumento de poder, sino en un ejercicio de cooperación: un pacto de supervivencia. Cuando el silencio se confunde con armonía M. tiene estudios de postgrado, es emprendedora y tiene tres hijos. Me cuenta que nunca ha hablado abiertamente de dinero con su pareja: “No sé cuánto gana. Sé que gana más que yo porque tiene varios trabajos. Gana un fijo que se me antoja abundante, aunque nunca he visto su nómina, y otros variables por diversas colaboraciones. Vivimos en una casa de su familia, sin cargas. El 85% de mi sueldo entra en la cuenta de gastos compartidos. No me atrevo a proponer demasiados planes o salidas porque ese exiguo 15% no da para mucho. Trabajo como autónoma, desde casa y me hago cargo de la mayor parte de los cuidados y de las tareas del hogar. Supongo que me siento en la obligación de ocuparme de ellos al aportar menos dinero a la economía familiar”. Su relato muestra el reverso de la escasez: no se habla de dinero para no desestabilizar lo que parece equilibrio. La sensación de dependencia, de que tu vida económica no la controlas tú, merma mucho la calidad de vida de las personas Natalia de Santiago — divulgadora de educación financiera Pero la desigualdad económica tiende a traducirse en desigualdad doméstica. Quien aporta menos dinero asume más cuidados. El dinero no es solo dinero: es reconocimiento, capacidad de decisión, espacio propio. Como advierte De Santiago, “el dinero es una de las mayores fuentes de estrés y es una de las cosas que más afecta al bienestar global de una persona. Ahora que hablamos más sobre la salud mental, no debemos olvidar que el dinero es una de las causas mayores de estrés, de ansiedad y de malestar. La sensación de dependencia, de que tu vida económica no la controlas tú, merma mucho la calidad de vida de las personas. Si crees que no puedes salir de una relación porque no podrías mantenerte, eso te coloca en una situación de vulnerabilidad”. Los datos lo corroboran. Un tercio de las familias españolas con hijos vive con menos de 2.000 euros al mes, según el IV Observatorio Cofidis de Economía Sostenible . Los hogares monoparentales —la mayoría encabezados por mujeres— concentran el mayor riesgo de pobreza laboral, de acuerdo con Save the Children . La confianza como economía compartida El testimonio de A. —expatriada, madre de una hija— ofrece una visión radicalmente opuesta: “Comparto cuenta con mi pareja desde que nos conocemos. En casi 13 años juntos, ha habido etapas en las que trabajamos los dos y otras en las que solo lo hacía uno de nosotros, antes de que naciera nuestra hija y después. El dinero nunca ha sido un tabú ni un motivo de discusión; en tal caso, a veces ha sido una preocupación que nos ha hecho tomar decisiones conjuntas. El dinero nos ha unido en disfrute y logros; el no tenerlo nos ha unido en la incertidumbre y la lucha mano a mano. Ahora mismo, él no trabaja y se ocupa mucho más de nuestra vida diaria que yo; lleva a nuestra hija al colegio, hace el desayuno, la compra, saca a los perros… Cuando ha sido lo contrario, soy yo la que me ocupo más. Por supuesto, el balance no llega mágicamente: han sido aprendizajes continuos y replanteamientos. Damos mucho valor al trabajo que hacemos en casa, al de fuera de casa, al pagado, al no pagado… Valoramos el esfuerzo, lo sabemos ver el uno en el otro. Siempre nos hemos mirado bien, con mucho cuidado, pero tras convertirnos en padres, todavía valoramos más cuidarnos como núcleo: somos una familia”. “A lo mejor, soy rara –continúa A.–, pero nunca he entendido lo de ir a medias con tu compañero o compañera de vida. De alguna manera, para mí implica que vas a medias también en todo lo demás. Si el dinero es lo único tangible que se puede tocar y controlar y vas a medias, todo lo que mide la generosidad, implicación, tareas, etc., es más cuestión de confianza que de otra cosa”. Su reflexión rompe con la idea de que la igualdad económica exige simetría perfecta. A veces, la verdadera igualdad está en la reciprocidad: en reconocer que el valor no siempre se mide en euros, sino en cuidado, esfuerzo y presencia. Si el dinero es lo único tangible que se puede tocar y controlar y vas a medias, todo lo que mide la generosidad, implicación, tareas, etc., es más cuestión de confianza que de otra cosa A — expatriada, madre de una hija ¿Cuánto valen los cuidados? El trabajo doméstico y de cuidados no cotiza, pero sostiene el sistema económico. Como escribió Silvia Federici en Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (Traficantes de Sueños, 2013): “Fue gracias a mi implicación en el movimiento de las mujeres como fui consciente de la importancia que la reproducción del ser humano supone como cimiento de todo sistema político y económico y de que lo que mantiene el mundo en movimiento es la inmensa cantidad de trabajo no remunerado que las mujeres realizan en los hogares”. De Santiago lo confirma desde la práctica: “Yo creo que sí se puede medir lo que cuestan los cuidados. Recuerdo que una vez pensé: ”¿Cuántas personas tendría que contratar para sustituirme a mí?“. Y era a varias, porque en ese momento tenía cinco hijas pequeñas, en colegios distintos, con lenguas diferentes… Pensaba: ”Nadie se multiplicaría como yo, sin horarios, sin bajas“. Calculé que, como mínimo, harían falta dos o tres personas. Pues bien, piensa en cuánto tendrías que pagarles, y de esa manera ya puedes cuantificar ese trabajo”. El cuidado es trabajo, solo que no lo llamamos así. La conveniencia lo disfraza de amor o de instinto, y así perpetúa su invisibilidad. Hablar de dinero es hablar de amor Romper el tabú no es hacer cuentas, sino asumir que los cuidados tienen un valor. De Santiago lo explica con claridad: “Pedir un sueldo a la pareja por cuidar a los hijos puede resultar incómodo, incluso agresivo. Pero sí animo a las mujeres a proponer algo como abrir un plan de pensiones o un vehículo de ahorro a su nombre. Es una manera de ir construyendo un futuro que, por estadística, siempre es más incierto para nosotras. Y los temas de dinero hay que abordarlos desde ahí, desde la construcción, no desde la confrontación. Cuando hablamos de construir un futuro común, eso también implica proteger a la parte que hace más sacrificios o que se verá más penalizada —por los niños, por el trabajo, por lo que sea—”. No todos los papeles son iguales, ni todas las protecciones son las mismas. Si tu trabajo está peor pagado o te has reducido la jornada, eso tendrá un impacto en tu pensión y en tus derechos. Hablarlo desde esa perspectiva de equipo no debería ofender a nadie. Al contrario: es la forma más honesta de cuidarse mutuamente y de entender que no todos los papeles pesan igual. Porque lo que no se paga también cuesta y lo que no se nombra, tarde o temprano, pasa factura.