De la tempranillo a la albariño, el viñedo español es un mosaico de historia, clima y sabor Los 5 mejores vinos blancos de España según los expertos España no solo es el país con más viñedos del mundo, sino también uno de los más diversos. De norte a sur, desde las nieblas atlánticas de Galicia hasta el sol inclemente de La Mancha, el país alberga un abanico de variedades de uva que definen su identidad vinícola. Cada una tiene su carácter, su territorio y su forma de contar la tierra. Y en el Día Mundial del Enoturismo , no hay mejor excusa para descorchar esa riqueza. Las grandes protagonistas: tempranillo y airén Si hay dos nombres que reinan en los campos españoles, son tempranillo y airén . La primera, tinta; la segunda, blanca. Ambas comparten algo más que hectáreas: representan el alma del vino español. La tempranillo , presente en casi todas las denominaciones de origen —desde Rioja y Ribera del Duero hasta La Mancha o Extremadura—, ocupa alrededor del 21% del viñedo nacional . Es una uva de maduración temprana (de ahí su nombre), con piel gruesa y aromas a fruta roja y vainilla cuando pasa por barrica. Se adapta a climas muy distintos y da vinos estructurados, elegantes y con enorme potencial de envejecimiento. La airén , por su parte, es la reina silenciosa. También representa el 21% del total de la superficie plantada , pero se utiliza menos para elaborar vinos de prestigio. Procedente de Castilla-La Mancha —el mayor viñedo continuo del planeta—, es una variedad resistente al calor y a la sequía, utilizada tradicionalmente para destilados o vinos jóvenes. Aun así, su aporte a la historia del vino español es incuestionable. Las tintas más extendidas: garnacha, bobal y monastrell Más allá de la tempranillo, España es territorio de tintas poderosas y expresivas. La garnacha tinta vive un renacimiento. Antaño considerada una uva “rústica”, hoy está de moda por su versatilidad y su capacidad para reflejar el terroir. Es la estrella en regiones como Priorat, Campo de Borja, Calatayud o Navarra , donde ofrece vinos fragantes, suaves y llenos de fruta. Le sigue la bobal , muy presente en Utiel-Requena y Manchuela , con tintes violáceos y un perfil jugoso que la hace ideal para vinos jóvenes y rosados. La garnacha tintorera , por su parte, aporta color y cuerpo a muchos coupages mediterráneos. Y si hablamos de tradición levantina, no puede faltar la monastrell , variedad autóctona del sureste español —particularmente de Murcia y Alicante—, que da vinos potentes, con notas a fruta negra y especias. Junto a ellas, dos francesas — cabernet sauvignon y merlot — han encontrado su sitio en muchas bodegas nacionales, completando un mapa tinto tan diverso como los suelos que pisan. Las blancas que marcan tendencia: verdejo, albariño y macabeo En el mundo de los blancos, la historia ha cambiado. Durante años, el vino español fue eminentemente tinto, pero hoy las uvas blancas ganan terreno. El consumidor busca frescura, aromas frutales y acidez equilibrada. La verdejo es la gran protagonista de esta revolución. Originaria de Castilla y León, especialmente de Rueda , se ha convertido en sinónimo de vinos frescos y aromáticos con notas herbáceas y de fruta tropical. Su crecimiento ha sido meteórico. En el norte, la albariño reina en las Rías Baixas . Es la uva atlántica por excelencia: floral, salina y vibrante, ideal para mariscos y pescados. También destacan la macabeo (conocida en Rioja como viura ), base de muchos blancos riojanos y de cavas catalanes, y la palomino , corazón de los vinos de Jerez , una joya del sur que da lugar a los finos y manzanillas más reconocidos del mundo. Entre las foráneas, la sauvignon blanc y la chardonnay se han integrado con naturalidad en el panorama nacional, aportando un estilo más internacional y completando la paleta de los vinos blancos españoles. Uvas en expansión y el futuro del viñedo español Según los últimos datos del Ministerio de Agricultura , las variedades blancas están creciendo en extensión. El motivo es claro: el auge del vino blanco. Regiones tradicionalmente tintas, como Navarra o Valencia, empiezan a plantar más uva clara, mientras que en Galicia y Castilla y León se consolidan los proyectos centrados en variedades autóctonas. Por otro lado, la garnacha tinta vive su edad dorada. Su demanda aumenta, sus hectáreas crecen y su reputación internacional no deja de subir. Es la prueba de que las variedades de siempre pueden reinventarse. En total, España cuenta con más de 150 variedades autóctonas reconocidas oficialmente —y miles si sumamos las minoritarias—, lo que convierte al país en uno de los grandes mosaicos varietales del mundo. De hecho, tanto la tempranillo como la airén figuran entre las trece uvas con más superficie de cultivo a nivel global, según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) .