Ruta gastronómica en los Montes de Málaga con las mejores ventas para saborear el otoño

Hay carreteras que invitan a a hacer paradas gastronómicas, y la A-7000 —la que serpentea entre Málaga capital y el Puerto del León — es una de ellas. En sus curvas, el olor a leña se mezcla con el del pinar y el ambiente de las terrazas de sus ventas , esos templos del fin de semana malagueño donde el tiempo se mide por raciones y sobremesas. Durante la semana, la antigua carretera de Colmenar apenas ve pasar a ciclistas o caminantes que buscan un respiro entre los barrancos. Pero los sábados y domingos el paisaje cambia: motos, coches y grupos de amigos avanzan entre los repechos del Parque Natural Montes de Málaga, un enclave de más de 5.000 hectáreas de aire limpio, senderos y tradición culinaria. Hasta finales del siglo XIX, la zona fue un mar de viñedos. La filoxera arrasó las cepas, y los antiguos lagares —donde se elaboraban los vinos dulces malagueños— quedaron abandonados. Con el tiempo, los pinares de repoblación cubrieron aquellas laderas y, junto a ellos, aparecieron las primeras ventas, heredando el espíritu hospitalario de los lagares: comida abundante, fuego encendido y conversación fácil. Hoy, esa herencia pervive en una decena de establecimientos repartidos a lo largo de unos 15 kilómetros, donde el plato de los montes es casi una religión. Lomo en manteca, chorizo, pimiento frito, huevo y patatas: una receta sencilla, pero contundente, que resume la identidad de esta carretera. Cada casa lo prepara a su manera, con variaciones que van desde el «plato a lo bestia» —que incluye una ración de migas— hasta versiones con conejo al ajillo o presa ibérica. El recorrido puede iniciarse en cualquiera de las paradas que jalonan la A-7000, pero hay nombres que los malagueños repiten con cariño. El Boticario y El Mijeño son algunos de de ellos. Comparten curva, aparcamiento y clientela. En sus comedores huele a puchero, a berza malagueña y a callos recién hechos. Las migas con chorizo y panceta son una institución, y los fines de semana cuesta encontrar mesa. «Aquí se viene a reventar», dicen los habituales entre risas, mientras los camareros van y vienen con platos humeantes y botellas frías. En lo más alto, cerca del Puerto del León, la Venta Fuente de la Reina conserva su aire legendario. El nombre alude a la parada que, según cuentan, hizo Isabel la Católica durante el asedio a Málaga. Hoy, es el punto de encuentro de ciclistas y excursionistas que recuperan fuerzas con chivo en salsa de almendras, berza y flan de chirimoya casero. Más allá de las mesas, el entorno invita a quedarse. Desde la venta Puerto del León parten senderos que se adentran entre madroños, algarrobos y encinas, y a pocos minutos se alza el Lagar de Torrijos, un ecomuseo que muestra cómo se elaboraban el aceite y el vino en los lagares de antaño. La ruta culmina en la Venta Galwey, cuyo nombre recuerda el origen irlandés de la familia que la fundó. Su interior es casi un museo: cántaros, herramientas agrícolas y fotografías antiguas decoran las paredes donde se sirven potajes, carne mechada o jabalí en salsa. El arroz con leche pone el punto final perfecto a un recorrido que, más que una excursión, es una vuelta a la Málaga más auténtica. Recorrer las ventas de los Montes de Málaga es uno de esos planes que nunca fallan: carretera panorámica, aire limpio, hospitalidad sin artificios y una gastronomía que sigue fiel a sus raíces. Aquí no hay espumas ni trampantojos: solo platos generosos y honestos, pensados para compartir. Conviene llegar con hambre… y recordar que la vuelta, por suerte, es cuesta abajo.