Costa-Gavras recibe el Giraldillo de Honor del Festival de Cine Europeo de Sevilla

Llegó con paso pausado, un «buenos días» tímido y un «gracias» sincero tras el aplauso. A sus 92 años, Konstantinos Gavras —más conocido como Costa-Gavras— sigue irradiando esa calma lúcida que solo tienen quienes han mirado de frente al poder… y lo han filmado. El director franco-griego, que recibirá el Giraldillo de Honor del Festival de Cine Europeo de Sevilla , se sentó ante el público con la serenidad de quien no necesita demostrar nada: su filmografía habla por él. Manuel Cristóbal, productor y moderador del encuentro, lo presentó recordando su propia juventud de cinéfilo: «Cuando yo empecé a ver cine, había un nombre que se repetía en los créditos: Costa-Gavras». Y ahí estaba él, el hombre detrás de 'Z', 'Estado de sitio', 'Desaparecido', 'Amén', 'El capital' o 'El último suspiro', dispuesto a repasar una vida que ha hecho del cine una forma de conciencia. «Gracias a vosotros, estoy muy contento de volver a Sevilla —dijo sonriendo—. La primera vez que vine fue en los años sesenta, como ayudante de dirección. Gracias por la cantidad de películas que este festival presenta». Luego, entre risas, añadió que esa sería su única intervención en español: «porque es muy pobre». Para él, los festivales son más que una pasarela de estrenos: «Los festivales son muy importantes para el cine, permiten reunir al público en torno a obras muy diferentes. Aquí se presentan películas del pasado y del presente, y eso crea una conexión entre espectadores y directores. El cine es una fiesta, y está bien disfrutar de la vida a través de él». Su voz, pausada y cálida, nunca pierde el hilo político. A la pregunta de qué temas le gustaría abordar en su próxima película, respondió sin titubeos: « No faltan temas en nuestra sociedad , que se está transformando. El cine no puede seguir la actualidad ni contarla tal cual. Hay que tener distanciamiento, una metáfora. Así he intentado siempre hacer mis películas: buscar una forma de contar la realidad sin convertirla en documental». Esa distancia —la del arte frente a la inmediatez— ha sido su brújula desde 'Z'. «Desde que empecé a rodar acepté hacerlo con mis condiciones: tener la última palabra sobre el guion, el casting y la postproducción. No quería que me guiaran las productoras americanas, que siempre quieren un final feliz. Si no podía mantener esa libertad, no hacía la película.» Recordó 'Anaka', su obra menos comprendida, centrada en el conflicto palestino: «Nadie entendió esa película, pero los directores podemos tomarnos el tiempo para analizar la psicología de la gente. Mis películas no son profecías, son metáforas. En Grecia aprendí que la tragedia muestra la realidad sin mostrarla del todo. Esa es mi cultura». Cuando se le preguntó si la cultura europea y la estadounidense se están alejando, fue claro: «La cultura grecolatina nos recuerda que la política forma parte de la vida. Pero hoy los políticos buscan sus intereses personales, y eso es muy triste. Hay que reforzar la unión europea. Las políticas extremistas llevan a los países a lo peor, y cada director tiene la libertad de mostrar eso como lo entienda». « Hay que contar la realidad de forma franca, sin manipular al espectador —añadió—. En una sala, el público escucha el problema, lo siente. No se trata de hacer discurso político, sino de contar la historia como uno la siente. No hay una verdad absoluta en el cine». También habló de su relación con los actores, que siempre ha preferido desconocidos: «Busco que hagan lo contrario de lo que suelen hacer. A veces es difícil, pero funciona. Con los actores tengo una relación muy creativa, y eso es fundamental». Y en tono casi paternal, comparó sus películas con hijos: «Algunos tienen éxito, otros no, pero el mayor cariño se lo das a los que no lo tuvieron. 'Anaka' pasó sin pena ni gloria, y siempre me he preguntado por qué. Pero cada película tiene su vida. En Europa aprendemos a hacer cine con ese espíritu». Desde 2007 preside la Cinemateca Francesa, un rol que asume con la misma pasión: «Es un placer personal abrirla al público, hacerla más popular. Tenemos miles de películas, archivos, equipos. Es como un festival permanente, una fiesta del cine». Antes de despedirse, habló del futuro con una lucidez que no envejece: «El cine europeo debe desarrollarse más, distribuirse mejor. Los americanos lo hacen bien, posicionan sus películas, pero nosotros tenemos la calidad. El cine no debe ser un producto: es algo personal, una forma de mirar el mundo ». Costa-Gavras en su mirada había algo de gratitud y algo de desafío, como si aún quedaran historias por filmar. Porque para él, el cine no ha sido nunca un refugio: ha sido siempre una forma de resistencia.