Cuesta sostener que los Caídos deben caer. Y no por falta de argumentos o razones que nada tienen que ver con el celebrado “consenso democrático” o con la pretendida necesidad universal de su conservación. No es fácil porque la resignificación, ese concepto trampa que no ha funcionado ni en Alemania ni en Argentina, ha fagocitado el relato satanizando la idea del derribo y la posición iconoclasta considerada inculta, desprovista de sentido común e incluso de inadaptación democrática.