Convoca tú, bobo

Nos queda a todos claro que todo el mundo quiere ganar en las urnas. No queda tan claro para qué quieren vencer unos cuantos; seguramente porque ni ellos mismos lo saben muy bien. Mientras los demás se entretienen jugando con la bolita de los comicios, Sánchez va gobernando La política española empieza a recordar peligrosamente a una de esas tópicas conversaciones telefónicas de enamorados pasmados, donde uno le pide al otro repetidamente que cuelgue pues ninguno quiere ser el primero en asumir el coste de colgar. Antes cursis que mostrar debilidad; el que cuelga, pierde. - No, cuelga tú, amor. - Ay, no seas tonto, cuelga tú. - Cuelga tú, anda, que mañana madrugo. - Por eso, mi vida, cuelga tú. Pongan “convocar elecciones” en vez de “colgar el teléfono” y les habrá salido un remedo bastante apañado de la conversación política española que tenemos el dudoso placer de seguir a diario. - Convoque, señor Sánchez. - Presente una moción de censura, señor Feijóo. - Señores socios del señor Sánchez, oblíguenle a convocar, que con este no hay manera. - Convoquen en Valencia primero. Naturalmente, el gran beneficiado de semejante relato político monótono, donde primero se habla de elecciones, luego de elecciones y finalmente de elecciones, será siempre el único que, en este caso concreto, puede colgar y convocar realmente: el presidente Sánchez. Nos queda a todos claro que todo el mundo quiere ganar en las urnas. No queda tan claro para qué quieren vencer unos cuantos; seguramente porque ni ellos mismos lo saben muy bien. Mientras los demás se entretienen jugando con la bolita de los comicios, Sánchez va gobernando. Ahí tiene al pobre Núñez Feijóo. De plantearse un súper domingo electoral ha pasado, de golpe, a tener que jugar a la ruleta rusa. Quería acelerar el ciclo electoral para golear y ahora está como en el 2023. En manos de Vox y rezando para que no le cuelguen el aparato en Valencia. Por supuesto, ninguno de nuestros enamorados alcanza el nivel acreditado por Junts en este arte de exigirle a los demás que hagan algo mágico que resuelva todos sus problemas. Puigdemont quieren que se convoque y no se convoque a la vez. Dan por terminada la legislatura, pero que la remate otro; que ellos solo están para expedir el certificado de defunción. El tiempo y el espacio se vuelven aún más relativos en el caso de un partido que estaba y no estaba a la vez en la mayoría que sostenía al ejecutivo. Ahora ya no están, pero siguen hablando como si siempre hubieran estado. Junts parece presentar otro cuadro palmario de la afección que coloniza la política española: la temible “pedrosanchitis”. Como ya hemos comprobado en otros tantos casos anteriores, también les guía el convencimiento de que todos sus males son culpa de Pedro Sánchez. El catalán en Europa, el bloqueo judicial a la amnistía, que el amado líder siga en Waterloo, incluso el ascenso imparable del ultraindependentismo cabreado de Aliança Catalana; todo se debe al pérfido Sánchez y solo él posee los poderes milagrosos para arreglarlo. Lo más divertido de semejante panorama reside en contemplar a todos aquellos portavoces políticos y mediáticos que llevan ocho años imputando por traición a quienes hablaban con el independentismo catalán, correr ahora a saludar ese diálogo, incluso a exigirlo, como el acto definitivo del buen patriotismo; que, como todo el mundo sabe, empieza siempre por uno mismo.