El Sáhara fue traicionado en 2000, no en 2025

A partir del 2000, el Consejo de Seguridad apostó por buscar una solución negociada y aceptada por las dos partes, Marruecos y el Frente Polisario, cuando estos dos actores siempre han mantenido posiciones incompatibles e inamovibles Opinión - Sáhara: ecos de una ocupación ilegal La decisión del Consejo de Seguridad del pasado día 31, eliminando en la resolución sobre el Sáhara Occidental el derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui, y, en su lugar, “dirigir las negociaciones basadas en la propuesta marroquí de autonomía (de 2007) como vía hacia una posible solución política justa, duradera y mutuamente aceptable”, sorprendió a medio mundo por su imposición, cuando el Sáhara todavía está en la lista de Naciones Unidas de territorios no autónomos para descolonizar, por lo que le ampara multitud de resoluciones de la Asamblea General relativas al derecho de estos territorios a ser consultados sobre su futuro, con la opción de escoger la independencia. Lo que ha ocurrido ahora es la culminación de un proceso que, en realidad, empezó en el año 2000, cuando la resolución del Consejo de Seguridad sobre el Sáhara del mes de mayo añadió la palabra “convenida” a la de “lograr una solución, pronta y duradera”, y que, en la resolución de finales del año siguiente, desapareciera para siempre jamás el término “referéndum”, siendo substituido ese principio por el de “convenir en una solución política que sea mutuamente aceptable” (2001), “realista” (2018), y con “avenencia” (2022). En otras palabras, a partir del 2000, el Consejo de Seguridad apostó por buscar una solución negociada y aceptada por las dos partes, Marruecos y el Frente Polisario, cuando estos dos actores siempre han mantenido posiciones incompatibles e inamovibles, la autonomía en el caso de Marruecos, y el referéndum con la opción de la independencia por parte del Frente Polisario. Durante más de dos décadas, el tema del Sáhara ha sido el de una traición y un engaño, pues muchos sabíamos perfectamente que nunca habría un referéndum de autodeterminación, primero por la decisión de varios miembros permanentes del Consejo de Seguridad, dispuestos a bloquear cualquier planteamiento de independencia, pero también por la habilidad de Marruecos en ganar adeptos a su tesis y restar apoyos diplomáticos a los saharauis, y por el impacto demográfico de la colonización, de tal forma que el tiempo corría a favor de Marruecos. Durante estos años hemos vivido en un autoengaño diplomático, pues la mayoría de los países, como España, se han amparado en decir que apoyaban las gestiones de Naciones Unidas para buscar una solución, dando respaldo a las resoluciones del Consejo de Seguridad, entrando todos en una enorme contradicción semántica y política, pues no se puede afirmar, a la vez, que el pueblo saharaui tenía el derecho a la libre autodeterminación, y, al mismo tiempo, decir que Marruecos y el Frente Polisario habían de convenir una solución mutuamente aceptable, lo que descartaba la posibilidad del referéndum con la opción de la independencia. Ha sido muy cómodo no hacer nada apoyándose en esta contradicción, a sabiendas de que no conduciría a ninguna parte, excepto mantener “sine die” la situación, totalmente desfavorable a los saharauis. Voy a contar algunas experiencias personales, ahora no publicitadas, para mostrar cómo ya a principios del siglo se había decidido el futuro del Sáhara. Cuando en el año 2000 apareció la palabra antes mencionada de “convenida”, que según la RAE significa “ponerse de acuerdo dos o más personas en algo”, y acostumbrado al lenguaje del Consejo de Seguridad, me di cuenta de que algo serio iba a cambiar respecto a la posición de Naciones Unidas, por lo que en diciembre fui a los campamentos de Tindouf para comentar mi preocupación al primer ministro de la RASD y al ministro de Exteriores saharaui, con quien mantuve una larguísima e interesante conversación. En aquel momento, hacía pocos meses que se habían terminado unas rondas negociadoras, que no se retomarían hasta junio de 2007, y el ministro de Exteriores saharaui todavía confiaba en las gestiones que pudiera hacer el enviado personal del secretario general de la ONU, James Baker, y contar con el apoyo de Estados Unidos. También me dijo que estaban dispuestos a tener la paciencia de los países bálticos, que estuvieron ocupados por la URSS durante 51 años. En aquel año 2000, en opinión de James Baker, ninguna de las partes había mostrado estar dispuesta a abandonar la idea de que el ganador se lo llevaría todo ni a examinar ninguna solución política que les permitiera obtener parte de lo que deseaban. Después de pedir nuevamente a las partes que presentaran propuestas concretas para salvar sus diferencias, y de que una vez más no se recibiera ninguna propuesta, Baker manifestó que las tres reuniones de 2000, en lugar de contribuir a alcanzar progresos, había intensificado las diferencias entre las partes. De regreso a España, organicé un almuerzo en Madrid con cinco embajadas europeas, para ver su disposición sobre el futuro del Sáhara. La representante de Francia no se mordió la lengua y manifestó que a su país le interesaba por encima de todo mantener unas privilegiadas relaciones con Marruecos, y que si el precio era que desaparecieran los saharauis como pueblo, no importaba, pues era una “causa pequeña”. En otras palabras, el pueblo saharaui podría desaparecer y no pasaría nada. Sentí una enorme tristeza y vergüenza. Como he explicado al inicio, en noviembre de 2001, en la resolución del Consejo de Seguridad sobre el Sáhara, desapareció la palabra “referéndum”, y así ha sido siempre a partir de aquella fecha. La suerte estaba echada, y el futuro del Sáhara, también. A principios de 2002, James Baker planteó por primera vez la posibilidad de partir el Sáhara. Era una de cuatro opciones que señaló en su informe anual. Al Frente Polisario le interesó tantear esta opción a través de una tercera persona, quien escribe, y a través de un artículo publicado en un periódico de alcance internacional, para ver las reacciones. Le Monde se hizo eco y gustó al Gobierno argelino. Se hizo a través de un intermediario, pues al Frente Polisario, como es lógico, no le interesaba poner esta opción en una negociación con Marruecos, pues sería rebajar sus expectativas. Pero el mismo hecho de considerar esta posibilidad, quería decir que querían curarse en salud, aunque no fuera pública la consideración. Poco después, el mayo de 2002, en una nueva reunión con el negociador del Polisario, éste me manifestó el profundo desengaño con Naciones Unidas (les advertí expresamente de ello un año y medio antes, al ir a los campamentos), y su frustración porque Timor sí podía hacer acceder a la independencia y ellos no. Al año siguiente, en 2003, organizamos en un hotel de Barcelona un encuentro secreto con los negociadores del Polisario, dos enviados del Gobierno marroquí, representantes de Naciones Unidas (Departamento de Asuntos Políticos), Unión Africana, Unión Europea, Parlamento Europeo y seis cancillerías europeas, junto a unos expertos en lo que llamamos “arquitecturas políticas intermedias”, y con el propósito de poner sobre la mesa varias alternativas para solucionar el conflicto, sin descartar ninguna opción. Nunca tanta gente de tan alto nivel se había reunido para dialogar sobre el conflicto con las partes en liza. En aquellos dos días, y por conservaciones que tuve con muchos diplomáticos, casi todos daban por hecho que nunca habría un referéndum. Esto es lo que me manifestaban. Una semana después, fui a Bruselas para entrevistarme con el alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Javier Solana. En aquella reunión, Solana accedió a reunirse de forma discreta con miembros del Gobierno de la RASD, pues así me lo había pedido el negociador del Polisario, y no ocultó su absoluta desconfianza con lo que pasaba en Marruecos, cuyo rey estaba más preocupado por sus vacaciones que por la política, y dando muestras de desprecio a las diplomacias internacionales, incluida de la de UE. En 2007, el rey de Marruecos hizo una propuesta de autonomía, que siempre ha sido objeto de inquietud y debate entre los analistas del conflicto del Sáhara. A pesar del profundo recelo del Polisario hacia cualquier propuesta engañosa del Gobierno marroquí, en aquel momento, 33 años después de la ocupación y de vivir en el desierto argelino, existía la posibilidad de darle la vuelta a un presunto fraude, a través de una estrategia de aceptar el guante como punto de partida hacia futuribles más ambiciosos, y mediante un enorme apoyo internacional, en particular mediante la presencia de Naciones Unidas como garante, para blindar y hacer cumplir a rajatabla lo prometido. La estrategia saharaui del “todo o nada” impidió siquiera tantear esta estrategia, a pesar de que me consta personalmente que entonces había una disposición de la alta diplomacia internacional para buscar una salida provisional a través de la propuesta marroquí. Sería un primer paso para ver después si se podría ir más lejos. Ahora, este apoyo ya no existe. Cuento esas experiencias, aunque hay más, para explicar que ha habido varios intentos de estudiar opciones, aunque nunca sin demasiada convicción por las dos partes. Ahora ya sabemos que nunca se celebrará el referéndum, aunque los saharauis tengan ese derecho, porque la geopolítica se ha impuesto a la doctrina de Naciones Unidas. Solo queda, pues, una vía posible, que es la de negociar una autonomía robusta y reforzada, donde el pueblo saharaui tenga voz y voto, pero me temo que el rey de Marruecos ya no tiene siquiera la disposición de 2007. Cree que ha ganado la partida, hará lo imposible para que la Asamblea General de la ONU saque al Sáhara de la lista de territorios a descolonizar (puedo conseguirlo), y descafeinar cualquier propuesta de autonomía. Aunque ahora se rechace, el tiempo dirá si un borrador de propuesta para una autonomía robusta que ya circula en estos momentos es una opción viable para una negociación, pues, por muy injusto que sea, la alternativa es la de permanecer de por vida en el desierto, y este pueblo se merece algo mejor y todavía le ampara el derecho.