La relación entre lo que comemos y cómo nos sentimos no es ningún descubrimiento reciente: desde que somos pequeños escuchamos a nuestras madres o abuelas repetir aquello de que “somos lo que comemos” y con el paso de los años la ciencia no ha hecho más que confirmar esa intuición. Lo que ponemos en el plato influye directamente en nuestra salud: cuando estamos bien, cuando nos recuperamos de una enfermedad o cuando tratamos de prevenirla.