Ser valientes

Estos días del recién estrenado otoño, cuando salgo a caminar a primera hora de la mañana, el aire frío y húmedo que se cuela por mis fosas nasales y mi boca posee, o así me lo parece, una densidad que lo vuelve masticable. Lo digiero, además de respirarlo. Con frecuencia, se me atraganta un pedazo de ese aire como una miga de pan que entra por donde no debe. Y toso, y al toser se abre una grieta en la atmósfera por la que asoma, concentrado, el miedo del mundo, todo el miedo del mundo. Absorbemos sin darnos cuenta cantidades ingentes de miedo que los pulmones y el aparato digestivo filtran o criban para hacer tolerable el pánico que nos rodea. Durante unos instantes (los que dura la tos) se manifiestan en toda su crudeza las desgracias propias hábilmente combinadas con las ajenas, un poco al modo en que en El Aleph, de Borges, se expresaban todas las cosas del universo en un solo punto.