En su nuevo libro, la nutricionista reivindica una alimentación con perspectiva de género y libre de culpa, donde la salud no se mida en kilos perdidos Ozempic: el negocio de adelgazar Cuando Azahara Nieto se despidió de la consulta donde trabajaba como nutricionista, el puesto que había sido su sueño hasta entonces, no podía más con el enfoque pesocentrista ni esas prácticas que eran un caldo de cultivo perfecto para desarrollar trastornos alimentarios. Alquiló un despacho y abrió su empresa, 'Se come como se vive', para ejercer una forma distinta de nutrición, una con perspectiva de género donde el foco estuviera en la salud integral y sin el férreo control de la báscula de por medio. Este enfoque, más centrado en los indicadores de salud, ha quedado reflejado en La culpa engorda (Ediciones B), un ensayo en el que relata cómo el género está vinculado a nuestra alimentación y al peso. “Las mujeres tenemos muchísima más presión estética, entonces hay que tener en cuenta la mala relación que tenemos con la comida y con el cuerpo casi desde que somos niñas”, explica Azahara. “Para mí es importante que haya perspectiva de género para saber lo que nos afecta a las mujeres por el mero hecho de ser mujeres”. Y su mensaje llega en un momento en el que los cánones de belleza, antaño procedentes de las revistas, se han trasladado a la pantalla. Mensajes, imágenes y estímulos que están siempre al alcance de la mano, llegando a ser un factor clave en el aumento de casos de menores con trastornos de la conducta alimentaria a edades muy tempranas. Desde tu perspectiva, ¿cómo ves que contribuyen las redes sociales a la obsesión por conseguir un determinado peso o encajar en una forma corporal concreta, lo que se conoce como ‘cultura de la dieta’? Ahora hay mucha más gente con la que compararnos que antes, y además tenemos información todo el rato. Siento que somos unos vigilantes continuos de la comida y del cuerpo y que las redes sociales nos permiten también saber de los demás: tienes información de lo que come alguien, de las cremas que usa... Las redes sociales fomentan mucho la comparación y si los perfiles que se siguen están enfocados en ese tipo de cuerpo o de cuidados —no desde el cuidado real, sino desde la delgadez—, creo que fomentan la comparación. De hecho es uno de los factores que más se está viendo como incidencia en TCA [Trastornos de la Conducta Alimentaria]. Desde las redes parece que todo está muy a mano: la receta, la tabla de ejercicio… Al final, estás todo el rato recibiendo información sobre una alimentación más sana y sobre cómo modificar el cuerpo. Es un monotema. Contamos con ‘trucos’ para adelgazar, como los de Kim Kardashian, las modelos de Victoria´s Secret o incluso el famoso caldo de Isabel Preysler. ¿Servirían como ejemplos de la relación entre el estatus y el perder peso que comentas en el libro? Veo que ahora se ha agudizado con los Ozempic y todos estos fármacos. Antes eras gordo porque querías; ahora eres pobre o delgado, porque los medicamentos, por su precio, también son una manera de distinguir estatus: los que están bien y los que están mal; los que tienen dinero, los que no tienen dinero. Lo veo como una manera de distinguirnos. Siempre les digo a mis pacientes, cuando tienen un trastorno de la conducta alimentaria y se están recuperando, que son humanas y que no pasa nada, que les gusta la comida y está bien. Parece que nos pone en una posición de superioridad el no beber agua, el no tener antojos o el no tener nunca hambre, como si eso fuera admirable. Pero, ¿por qué aspiramos a eso? Es un modelo a imitar. Todo se vende desde un modelo de cuerpo y la delgadez es sinónimo de éxito. Parece que, si no llegas a ese cuerpo, es porque no te esfuerzas demasiado, pero se salta la diversidad corporal. Podemos comer lo mismo, hacer el mismo ejercicio y no tendremos el mismo cuerpo. Y menos mal. ¿Ha habido algún cambio entre esos artículos que leíamos antes, sobre cómo perder peso, y los que podemos leer en la actualidad donde el foco está, por ejemplo, en el ingrediente que toma la reina Letizia para estar saciada durante más horas? Yo creo que no ha cambiado, hay una reformulación. Antes estaba la revista Cuore , que te señalaba la estría o el culo de no sé quién, pero ahora es todo el rato lo que come Elsa Pataky, si hace ayuno intermitente, si la reina hace el ejercicio para tener los brazos tonificados… Todo el rato te están diciendo cosas sobre los cuerpos de las mujeres y cómo conseguirlos, ya sea a través de la alimentación, del ejercicio o de rutinas de piel. De hecho, ahora las niñas se hacen rutinas para la piel cuando no necesitan más que un protector solar para ir a jugar. Sí que hay un cambio del lenguaje, porque ahora ya no se promueve tanto la delgadez noventera, sino el ejercicio de fuerza. Y no digo que no sea importante el ejercicio de fuerza, ojo, sino que ahora el discurso ha tornado hacia eso y se convierte en una obligación más. El ejercicio es importante, pero también lo es que la gente disfrute del ejercicio. Si estamos haciendo ejercicios de fuerza igual que antes hacíamos spinning , estamos un poco las mismas. Siempre se nos dirige mucho, y en especial a las mujeres. En el libro pones el ejemplo de Bridget Jones y cómo nos vendieron a la protagonista como un personaje gordo. ¿Sientes que las series y películas que vemos en la actualidad siguen promoviendo esa cultura de la dieta o has notado un cambio? Van apareciendo más personajes gordos que no se representan desde la mofa ni cuyo objetivo es la pérdida de peso, pero no hemos cambiado prácticamente nada. No hay más que ver la revuelta que se montó con Lalachus dando las Campanadas, hubo una ola de gordofobia terrible. No sabía que le pedían analítica a Cristina Pedroche para presentar las uvas. Las cosas van cambiando, pero los personajes gordos tienen muy poquita presencia. Además, suelen carecer de una historia propia que no gire alrededor de la pérdida de peso o, en el caso de mujeres, de adelgazar para conquistar a un hombre. Yo creo que hay pocas protagonistas así, solo se me viene a la cabeza Cerdita , que además denuncia la gordofobia. Antes estaba la revista Cuore, que te señalaba la estría o el culo de no sé quién, pero ahora es todo el rato lo que come Elsa Pataky, si hace ayuno intermitente… ¿Qué hacemos cuando esa opresión de nuestro cuerpo viene de parte de nuestra pareja y es nuestro novio o nuestro marido quien hace comentarios, nos quita el plato…? Le educaría o le dejaría, depende de las opciones. Le diría que no hable sobre mi comida y que no hable sobre mi cuerpo. Y también me cuidaría mucho de preguntarle, porque a veces lo hacemos con el: “¿Me ves más gorda?”. Hay que aprender a verse, aunque no nos guste. No hace falta gustarnos siempre. La aceptación corporal se trata de respetarnos y de aceptar el cuerpo cuando cambia: engordaremos, adelgazaremos, envejeceremos… Yo recomendaría, por una parte, no tener nosotras mismas esas conversaciones ni hacer esas preguntas. Y, por otra, decirle: “No me tienes que controlar la comida ni decir si esto es calórico, si he comido mucho o poco, ya soy una persona adulta y lo valoro yo”. Y sobre el cuerpo, algo en la línea de: “Este es mi cuerpo. Si te gusta, bien; si no, pues no va a haber otro”. Las mujeres, a través de ser vistas por el cuerpo, ponemos más el foco en el deseo de ellos que en el nuestro. Más en ser elegidas que en elegir, y eso también es una trampa. Para mí, escribir este libro también fue un: “Basta ya, centrémonos en nosotras”. Al final los cánones estéticos, lo que es normativo, se lo han inventado ellos. Vamos a poner foco en el deseo, en el nuestro y a cuidarnos de verdad, no cuidarnos como eufemismo de adelgazar. Ya que se acerca la Navidad dentro de poquito, ¿cómo crees que podemos vivir esta época alejándonos del ruido, que son los comentarios de los familiares, el clásico discursito de que a la vuelta hay que perder los kilos del roscón? Creo que hay que ir haciendo pactos tácitos. Por ejemplo, cuando estemos con las amigas vamos a dejar de hablar de si esto engorda o no. Si una se encuentra mal, obviamente la escuchamos, pero no vamos a estar hablando sobre si has echado culo o que, si vamos a comer, no vamos a estar diciendo que mañana lo quemamos. Hay que ir educando un poco a los entornos. No todos son fáciles, obviamente, pero ir haciendo pactos como que no vamos a hablar del cuerpo o no vamos a entrar al trapo. A veces somos nosotras mismas las que sacamos esos temas porque al final nuestro lenguaje está muy contaminado por la cultura de la dieta y viciado de culpa. ¿Qué recomendarías a las personas que dicen la famosa frase de: “Eso no lo voy a comprar, porque si lo tengo en casa, me lo como”? Pues yo les diría que esa es la finalidad de la comida, ¿o quieren meterla en un armario y exponerla? Fuera de broma, eso ocurre porque hay mucha restricción mental y a veces incluso restricción física. Me prohíbo ese alimento y entonces, cuando me lo compro, me genera tanta ansiedad tenerlo ahí que hasta que no me lo acabo, no paro. Lo que se recomienda, si quiero trabajar mi relación con ese alimento, es practicar la habituación alimentaria, que es exponerme a ese alimento hasta que no me suponga absolutamente nada. Hasta que genere el mismo ruido que me provocan los limones en la nevera: ninguno. Se me acaban, compro más y ya está. Cuando hay mala relación con la comida —y también por la sociedad en la que vivimos—, da mucho miedo, porque a lo mejor me como tres bolsas de patatas fritas y pienso “uf, qué locura”. No va a pasar nada. Eso se regula enseguida. Pero cuando hay mucha prohibición mental y física, se come desde la restricción y hasta que no se acaba no estoy realmente tranquila. El tema de las patatas fritas es que muchas veces no se compran por ese miedo: no me atrevo ni a tenerlas en casa, pero luego voy a una terraza y ese día me doy permiso y me acabo comiendo unas patatas fritas rancias, porque ese día sí es sábado y puedo comerlas. Cuando se trabaja la habituación alimentaria, también se trabaja la libertad con la comida. Soy yo quien controla y no es el alimento el que me controla. Comentas en el libro que la alimentación va por barrios. Si en España dedicamos un 70% del sueldo a pagar el alquiler, según un informe de Cáritas, ¿cómo crees que se traduce esto en nuestra manera de alimentarnos? Esto es una realidad. Viendo cómo está subiendo la inflación, por ejemplo, el pescado se ha convertido en algo carísimo; muchos niños no consumen pescado. Si no blindamos una alimentación que sea sana para todos los bolsillos, ahí aparece la diferencia social. No todos podemos acceder a los mismos alimentos, ni disponer del mismo tiempo, ni siquiera tampoco de espacios deportivos. Debería haber un cuidado de la salud desde la política, porque si no, solo tendrá una alimentación sana la gente más pudiente. Pero para empezar la nutrición no está ni en la sanidad pública, no partimos de que la contemplen. Tampoco hay ningún tipo de educación nutricional. Y falta blindar la salud desde lo público cuando estamos en un momento que se está haciendo todo lo contrario y se está desmantelando todo. Al final, hay que ver el contexto de cada persona y hay mucha gente que compra un paquete de galletas no porque no sepa que no es lo nutricionalmente más adecuado, sino porque a lo mejor con el paquete de galletas puede desayunar 15 días y con un kilo de mandarinas desayuna cuatro días. Hay que mirar los contextos. Ahora mismo hemos visto cómo la cesta de la compra ha subido un 30% y eso es una realidad. Y que el alquiler o la vivienda, que no debería suponer más del 30% de nuestro sueldo, nos supone entre el 70% y el 80%. Si se blindara eso -una alimentación saludable para todos-, la salud cambiaría mucho. ¿De qué manera el término ‘hambre emocional’ es una trampa más de la cultura de la dieta? Para mí es una trampa, porque si yo distingo entre el hambre fisiológica (la que me suena la barriga), y el otro hambre, normalmente me voy a prohibir cosas. La comida es un regulador emocional y muchas veces comemos desde que estoy triste, pero también desde la alegría o desde cualquier otra emoción. Me parece muy peligroso que no comas si no es de hambre física, porque al final se convierte en una norma más. Y no siempre se come por hambre, si fuera así, nadie se comería un postre en un restaurante. Cuando te comes un postre, te lo comes desde que te entra por la vista, desde que te huele rico… Entonces se come por muchas otras razones que no es solo física. Si le ponemos la etiqueta de ‘hambre emocional’, estamos haciendo otra vez la distinción entre una hambre buena y un hambre mala. Y realmente es hambre, tendré que atenderla. En el libro doy herramientas para identificarlo y a veces lo atiendo con comida y otras, no. Alrededor de la comida hay un lenguaje, no es comer solo cuando tengo hambre para obtener los nutrientes que necesito. A través del lenguaje comunicas y cuando quieres ligar con alguien o mostrar aprecio, le invitas a comer a sitios que te gustan a ti o que crees que le pueden gustar a esa persona. Y también cuando uno cocina para sí mismo es una manera de cuidarse, de prepararse el plato que te gusta. Hacer la diferencia con el hambre emocional es como decir “Es que si estás triste y comes está mal” y yo siempre digo “Qué bien que, cuando estoy triste, tengo otras opciones, pero si además me como lo que más me gusta, voy a estar un poquito mejor”. Que la comida pueda hacernos eso a mí no me parece una faena, me parece un regalo según está la vida. “No siempre se come por hambre, si fuera así, nadie se comería un postre en un restaurante” A lo largo del libro repites varios mantras. De todos los que mencionas ¿cuál dirías que es tu favorito o el que resulta más liberador o transformador para tus clientas? Les repito mucho que su cuerpo es su casa. Todo el rato les hago conscientes de que vivimos en nuestro cuerpo, en nuestra casa, y que, si nos mudásemos, lo haríamos con este cuerpo. Hasta ahora hemos tenido una relación de maltrato con él, porque nos han enseñado a relacionarnos así. Pero ahora vamos a cuidarlo como cuidamos nuestra casa. Si tú vinieras a mi casa, no aguantaría que me pintara las paredes, pues vamos a intentar por lo menos eso, respetarnos y habitarnos de una manera cómoda. Termino la entrevista con Azahara yendo a por una galleta, para prolongar unos instantes la sensación tan agradable que me acompaña desde la charla con ella. Además, me viene a la mente la que es mi frase favorita de su obra: “La vida nos debe mucho placer a las mujeres. Así que vamos a reconquistarlo”. Su libro La culpa engorda (Ediciones B), ya está a la venta en librerías.