Memoria, mentira y poder: cuando el PP negoció con ETA y Bildu por amor a España

En la política española, pocas estrategias resultan tan efectivas, y tan corrosivas, como la de la doble moral, y la derecha española ha hecho de ella un instrumento recurrente: condena lo que practica, denuncia lo que tolera, y se envuelve en una superioridad moral que se disuelve al primer contraste de los hechos. Cuando el Partido Popular no tiene nada que aportar al bien de la sociedad, saca a pasear a ETA, olvidando su historia más reciente y obviando la hemeroteca, tratando como ineptos y poco leídos al conjunto de la sociedad. El PP en su huida hacia adelante, buscando a la desesperada algo que pueda parar la sangría de votos hacia la ultraderecha, ha convertido a ETA en eje central de su estrategia política. La doble moral no es un error, sino una herramienta que sirve para reforzar la identidad del votante fiel y de paso, deslegitimar al adversario. No busca convencer, sino dividir. En un contexto de desinformación y crispación permanente, esta táctica encuentra terreno fértil: el ciudadano medio, saturado de tanto ruido, ya no distingue la contradicción del relato. Pero desmontar tanta mentira es bastante sencillo, sólo conviene recordar de tanto en tanto que el Gobierno de José María Aznar abrió un proceso de diálogo con ETA en 1998, cuando la banda aún mantenía actividad y las víctimas se contaban por decenas. Aquel PP, ese mismo PP que hoy repite como loros que el PSOE negocia con los herederos de ETA, negoció con ETA con muertos en la mesa, convencido por entonces, de que el fin del terrorismo pasaba por la negociación. Seguramente el problema de aquel PP y de este fue, es y será que no fueron ellos los que tuvieron la foto del fin de ETA. Por ello, cabe recordar, que el fue el propio Aznar el que defendía que ‘la paz requiere riesgos’ y llegó a referirse a ETA como Movimiento Vasco de Liberación Nacional. En política, las palabras ya no describen la realidad: la crean, la manipulan o la distorsionan. El discurso público se ha convertido en una herramienta de manipulación sistemática donde lo importante no es lo que se dice, sino cómo se retuerce lo dicho. La paradoja es evidente: lo que ayer se presentó como gesto de Estado, hoy se usa como arma partidista. El PP, negoció y pactó con la izquierda abertzale y con ETA, cuando de forma electoralista lo consideró útil o necesario. 1. La instrumentalización del pasado Ante la falta de números para gobernar, el PP decidió hace años recuperar el fantasma de ETA como elemento central de su discurso. George Orwell ya advirtió que el deterioro del lenguaje político no es casual, sino funcional al poder. Y aquí la derecha española ha elevado esta práctica a categoría estética: donde se apropia del léxico de la democracia para disfrazar proyectos regresivos. En cada pacto sobre presupuestos, ayuntamientos o investiduras que la izquierda realiza con EH Bildu, la derecha saca a pasear la misma cantinela “pactan con los herederos de ETA” buscando con ello nuevamente la movilización emocional así como deslegitimar el pacto. El alzhéimer político que tienen muchos integrantes y votantes del PP es insultante e incluso vergonzoso, ya que su relato se sostiene sobre una memoria incompleta y selectiva. Los mismos que hoy hablan de lo ilegítimo de pactar con EH Bildu, los mismos que hoy consideran que pactar con ellos es un acto de impureza democrática y una mancha moral que invalida cualquier legitimidad política, fueron los primeros en hacerlo con ETA. 2. Aznar, el presidente que llamó a ETA “Movimiento Vasco de Liberación Nacional” En la política contemporánea, las palabras ya no son instrumentos de comunicación, sino armas de combate simbólico. Y el PP ante la falta de proyectos e ideas que calen socialmente, ha hecho de esa estrategia un eje central en su discurso: sustituir el debate racional por la evocación emocional, deformando los significados hasta que la realidad encaje en la retórica. Pero por mucho que se empeñen en el Partido Popular la historia está ahí. En 1998, el Gobierno de José María Aznar reconoció públicamente estar dispuesto a dialogar con ETA. En una concesión más y una vuelta de tuerca más a la retórica, Aznar se refirió a la banda como “Movimiento Vasco de Liberación Nacional”, una fórmula diplomática que pretendía favorecer la negociación ¿Hoy sería esto posible? Por mucho que juren y perjuren que no, seguro que si, el sillón y el poder todo lo aguanta. El PP no solo negoció, sino que lo hizo en términos políticos, reconociendo que había un conflicto y que la salida debía ser dialogada. Los hechos de entonces no son criticables, es criticable la doble moral hoy, el doble discurso, el manoseo del algo tan sucio como el terrorismo y los muertos con intereses políticos, que demuestran la incompetencia de los dirigentes actuales. El problema de entonces y el problema de hoy no es ETA, es la foto del fin de ETA. 3. Pactos institucionales con la izquierda abertzale Siguiendo con el alzhéimer político que tienen los actuales integrantes del PP y muchos de sus votantes, hay que recordarles sus pactos con EH Bildu. El discurso del PP sobre Bildu no es una defensa de la memoria de las víctimas; es una estrategia de polarización emocional. La hemeroteca demuestra que el PP también ha mantenido acuerdos municipales y parlamentarios con el entorno político de la izquierda abertzale, incluso antes de su legalización como EH Bildu. Entre 2011 y 2015, en numerosas instituciones del País Vasco y Navarra, el PP y Bildu coincidieron en votaciones conjuntas, cesiones de alcaldías y abstenciones tácticas. En 2015, por ejemplo, en la Diputación de Gipuzkoa, el PP permitió la elección de un candidato de Bildu mediante la abstención, priorizando la estabilidad institucional. En 2023, mientras Feijóo atacaba a Sánchez por “pactar con los encapuchados”, el PP alcanzaba cuatro acuerdos con EH Bildu en las Juntas Generales de Álava. En el ámbito local, la convivencia democrática exigió, y exige, acuerdos transversales que no implican connivencia ideológica, sino normalidad democrática. Paradójicamente, aquello que el PP consideró legítimo cuando lo practicaba, lo califica de “traición” cuando lo hace otro. En democracia, el diálogo no deshonra: construye El PP invoca a ETA no para recordar, sino para reabrir heridas y proyectar sobre el presente un conflicto que la sociedad superó con madurez. El objetivo es claro: asociar al PSOE con la violencia, reactivar el miedo y deslegitimar cualquier mayoría progresista que no dependa del PP. Se trata de una instrumentalización de la memoria, donde el dolor se convierte en herramienta partidista. La desaparición de ETA en 2011 no incluyó la desaparición del discurso político. Hoy ETA no existe ni es una amenaza social, pero se mantiene como herramienta retórica. Esa herramienta se usa para desviar el foco de otros temas como corrupción, desigualdad, crisis territorial o renovación institucional que tanto incomodan a la derecha. Por mucho que lo quieran tapar, la democracia española logró desactivar la violencia de ETA mediante una combinación de unidad política, diálogo democrático y trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Esa victoria no pertenece a un solo partido, sino a toda la sociedad. La integración en la política nacional de la izquierda abertzale, supuso la normalización institucional que permitió que la violencia terminara. Por eso, el relato del PP sobre ETA no es memoria, es propaganda. Sirve para construir un enemigo permanente, para sostener una identidad política basada en la confrontación. Esto no significa olvidar a sus víctimas, por supuesto que no. Deben seguir existiendo foros y se debe seguir estudiando en las escuelas lo que pasó y se vivió para que nunca se olvide. Pero la historia documentada muestra lo contrario: el diálogo fue una herramienta legítima, y el PP la utilizó cuando le convenía. Recordar esos hechos no es reabrir heridas, sino impedir que se falsifique la historia. En democracia, el diálogo no deshonra: construye. Lo que sí deshonra es la manipulación del dolor ajeno para ganar votos.