Uno de los motivos de felicidad esta semana lo encuentro en ser contemporánea de Rosalía. Qué bonito es 'Lux', qué original, cuánto trabajo. Da gusto ver progresar a una artista como ella, disco a disco, incansable en la búsqueda. No tengo ni idea de crítica musical, pero leo a los que saben y coincido: en su última obra está todo, el arte de siglos atrás y el de ahora mismo. Talento, sentimiento y pasión, y la valentía para asumir el riesgo de cantar lo inesperado, ya se apañará el mercado, que otra vez se ha rendido a su voz. Sobre el monotema del momento, se muestra desconcertado el obispo de Sant Feliu de Llobregat, Xabier Gómez, que dice de la espiritualidad que emana Rosalía: "No consigo entenderte, pero me gustaría hacerlo. Tu arte, hipnóticamente ecléctico y performativo, y tú misma, me generan preguntas (…), qué hay dentro de ti, en tu mundo interior, en esta etapa o ciclo de tu vida como mujer y artista". También el presidente Pedro Sánchez se declara deslumbrado. Coincido en el impacto que dejan 'Lux y su autora'. Con un poco de suerte la vuelvo a ver en vivo y en directo, y me llevo otra noche memorable de autocuidado cultural. Los números de descargas y escuchas en el lanzamiento del nuevo disco de la catalana resultan además apabullantes, un impacto a escala internacional como pocas veces se recuerda. Debe ser difícil mantener el equilibrio cuando deja semejante estela luminosa a su paso, no quedar aplastada por el peso de la fama y las expectativas. Mirar adelante, sin apoltronarse y sin repetirse.