En política, sobre todo cuando fluye líquida, los gestos cobijan mensajes. Por eso no es baladí que la cúpula del PP regrese a sus escaños para escuchar las diatribas contra Pedro Sánchez de la portavoz de Junts tras ausentarse en los turnos de palabra de Sumar y, especialmente, de Gabriel Rufián. Una vez consumada la pataleta de Puigdemont y que su fiel escudera Miriam Nogueras vocea con acritud hiriente para que nadie cuestione el rigor de tan abrupta ruptura, se multiplican los rumores sobre una moción de censura. Simplemente son fuegos de artificio, un espejismo que desvía el centro de atención. Mucho más real y estratégica resulta la malicia del presidente de Gobierno al espolvorear la “amenaza democrática” que detecta en el entendimiento entre populares y Vox, justo ahora que la crisis de Valencia y las elecciones autonómicas en Extremadura, Castilla y León y Andalucía asoman en el horizonte.