Antonio García-Barrio, el científico que descifró los planos de la vida adentrándose, como Fritz, en la oscuridad

El lunes 10 de noviembre supimos del fallecimiento del biólogo Antonio García-Bellido y García de Diego a los 89 años. El profesor García-Bellido fue una figura excepcional en la ciencia española, con una trascendencia científica reconocida internacionalmente y una gran creatividad. Impulsó la llamada escuela española de biología del desarrollo, formada por un importante grupo de sus discípulos que, a su vez, han alcanzado reconocimiento internacional por sus contribuciones al entendimiento de cómo se forman los organismos vivos. Una de sus contribuciones clave fue la idea de que los organismos se construyen durante la embriogénesis a partir de módulos de genes selectores que confieren identidad a las distintas partes del cuerpo. Estos genes definen territorios en los tejidos donde se expresan, y las fronteras de dichos territorios son infranqueables para las células, salvo en caso de mutaciones en los genes que los determinan. Estos genes selectores, conservados en todos los animales, desde un insecto hasta un ser humano, dirigen el ensamblaje de las partes que dan lugar a los organismos. Y todo esto lo descubrió estudiando la humilde mosca de la fruta o mosca del vinagre Drosophila melanogaster , un organismo que nos ha enseñado tanto, desde la transmisión de la información genética a través de los cromosomas hasta la interpretación de los planos que construyen los organismos adultos. Antonio García-Bellido, acérrimo defensor de la investigación básica, entendía que primero hay que conocer antes de poder aplicar lo aprendido. Sus descubrimientos sobre la formación de los organismos han permitido identificar genes y procesos clave en biomedicina, cuyo mal funcionamiento puede dar lugar a enfermedades como el cáncer o numerosas patologías congénitas raras. García-Bellido recibió numerosos reconocimientos en vida, como ser miembro de la Royal Society (Reino Unido), la Academia Nacional de Ciencias de EE. UU. y la Academia Europaea, entre otras. Obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica (1984) y el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal (2014), entre otros muchos galardones. Fue candidato al Premio Nobel y sus descubrimientos se encuentran en los libros de texto. También gozó del reconocimiento y cariño de sus discípulos, que mantienen vivo su legado, como quedó patente en el sentido homenaje que recibió junto a colegas, amigos y colaboradores con motivo de su jubilación en 2006. No es fácil resumir la enorme personalidad y el inmenso legado científico de Antonio en una nota. Si hubiera que describirlo con una palabra, ésta podría ser genio, o inconformista, riguroso, espontáneo, intelectual o pensador… pero se necesitan todas juntas para definir su esencia. De mi paso por su laboratorio siempre recordaré su energía, la pasión con que defendía sus ideas y las discusiones científicas de igual a igual con los estudiantes. Tampoco olvidaré la metáfora de Otto y Fritz que tantas veces nos repetía para animarnos a adentrarnos sin miedo en lo desconocido: Otto busca solo donde hay luz, en lo conocido, un trabajo seguro pero que no conduce a descubrimientos nuevos. Fritz, en cambio, se aventura en la oscuridad, lo desconocido, un territorio difícil y arriesgado, pero donde reside la única posibilidad de hallar algo verdaderamente revolucionario. Antonio encarnaba claramente la actitud de Fritz, lo que le llevó a realizar descubrimientos extraordinarios. Arriesgado y valiente, dos adjetivos más que podemos añadir a los muchos necesarios para describir a este científico universal.