'Inmanencia', la novela que convierte el sueño de una democracia total en la dictadura del algoritmo

El politologo y catedrático Víctor Lapuente estructura tres historias en tiempos alternos para especular sobre un futuro donde el maximalismo individualista es la norma política gracias al cálculo informático Michael J. Sandel: “Clinton, Blair y Schröder tienen gran parte de culpa por el auge de la extrema derecha” ¿Podría existir una democracia más perfecta que aquella que satisficiera todas las demandas de sus ciudadanos sin por ello menoscabar los derechos del resto? ¿Aquella en que la libertad y el deseo individual de cada uno de nosotros fuera el gran mandato democrático para el conjunto de la sociedad? ¿Acaso lograrlo no sería el equivalente a encontrar el Santo Grial que los politólogos de todo el planeta buscan en sus libros y ensayos? ¿Y qué mejor aliado para conseguir este estado político que la sociedad digital, la potencia de los procesadores actuales y las líneas de código más exquisitas, programadas por el mejor de los ingenieros informáticos? Con estos elementos juega el politólogo y académico de Ciencia Política de la universidad sueca de Gotemburgo Víctor Lapuente (Chalamera, 1976) –miembro del colectivo Piedras de Papel y colaborador de elDiario.es– en su nueva novela, que lleva por título Inmanencia (AdN, 2025). Pero Lapuente no teje con ellos un ensayo utópico y biempensante sobre una sociedad completamente igualitaria a la manera de los que se desarrollaron a principios del siglo XXI, especulando con las posibilidades de la entonces novedosa red de redes que acabaría siendo la actual internet. Al contrario, este aragonés licenciado en la universidad de Barcelona, doctorado en la de Oxford y nombrado catedrático por la de Gotemburgo, dibuja un mundo distópico, tiranizado por la eficiencia del desarrollo informático que rige las complejidades de la llamada República de Occidente en el año 2086 y que se encarna en un algoritmo implacable llamado FRIDA, una especie de Gran Hermano orwelliano fabricado a base de código binario. Bajo el imperio de FRIDA, el ser humano es más libre, pero también menos humano que nunca en la historia de nuestra especie. Sin vínculos emocionales de padres, hermanos ni contacto alguno con su descendencia, vive entregado al placer físico del momento. S in memoria, historia personal o relato vital . Se considera un ser nuevo, liberado del yugo capitalista, pero a pesar de su suprema individualidad, no se trata de un voluntarioso superhombre a la manera de Nietzsche, sino más bien de un sujeto pusilánime y desnortado como el que dibujara Robert Musil en su novela El hombre sin atributos . Una novela en tres actos Ahora bien, más allá de la visión de este mundo oscuro que ocupa un tercio de la novela, Lapuente estructura Inmanencia en tres actos desglosados y alternos a lo largo de todo el relato. Uno es el local, memorístico y entrañable, que nos muestra la adolescencia de Martín, uno de los protagonistas, en la Huesca rural y árida que linda con Catalunya. Una arcadia perdida en el recuerdo comparada con lo que deparará el futuro. Martín y sus amigos, en un mundo inocente y analógico, fantasean con encontrar el Santo Grial que, según la leyenda, yace escondido entre las ruinas del penúltimo castillo templario de occidente. Otro acto nos presenta al mismo Martín en el presente de 2025-26, ya programador prestigioso y profesor, como Lapuente, en Gotemburgo, que es tentado por una empresaria sueca para desarrollar el algoritmo definitivo de la democracia perfecta. Y finalmente el tercer escenario nos cuenta la historia de Anna en 2085-86, una mujer normal y corriente de República de Occidente que conoce a Björk, un misterioso bibliotecario que le mostrará las esquinas más oscuras de FRIDA. Cuenta Lapuente, en conversación telefónica con elDiario.es, que Inmanencia es un proyecto que comienza a obsesionarle en tiempos prepandémicos, una comezón que le lleva a enfrentarse a la complejidad de un argumento que se despliega a lo largo de 460 páginas. “La idea siempre ha sido ahondar en el individualismo extremo en el que vivimos en los últimos tiempos”, comenta el autor. “Todo el mundo parece cada vez más destinado, a nivel político, a buscar la satisfacción inmediata de sus deseos como objetivo vital sin más amplitud de miras, sin ningún sentido social”, agrega en su explicación. Silvio, contigo empezó todo Para Lapuente, el hervor social actual ha olvidado definitivamente los valores de la comunidad para entregarse al interés puramente personal sin preocuparnos de las consecuencias, ya sean climáticas, de calidad democrática o de vivienda. Pero lejos de querer caer en la acusación al neoliberalismo, apunta hacia un “post-neoliberalismo” egoísta, totalmente narcisista y nihilista que cree que encarna mejor que nadie Silvio Berlusconi en Italia. “De Italia nos llegan siempre los grandes cambios en la historia de Europa”, comenta al respecto. “Reagan o Thatcher, dentro de su desprecio a lo social, tenían una cierta moral, aunque fuera por su formación religiosa”, observa para añadir que, en cambio, “en Berlusconi se observa solo el interés personal convertido en filosofía política”. “Es la suma del individualismo y el odio a lo comunitario”, concluye. Pero también señala a las ideologías de izquierda que, según él, “se han vuelto también muy de satisfacer los placeres de los individuos”. “Vivo en el país socialdemócrata por antonomasia”, dice en referencia a Suecia, “y los socialdemócratas nórdicos tenían una frase que más o menos decía: 'Trabaja duro y exige tus derechos'”. Y prosigue diciendo que “ahora prácticamente casi todos los discursos de izquierda solo hablan de los derechos sin mentar el esfuerzo”. “Poco de colaborar con la comunidad, poco de arrimar el hombro”, agrega para ilustrar la falta de compromiso social que argumenta que “solo puede conducir al desengaño y el descrédito con las instituciones”. En este desengaño pescan los populistas como Milei, Trump y compañía, cuya propuesta no es otra que la demolición del sistema de bienestar social que ha imperado en Europa desde la posguerra. Según Lapuente, los populismos buscan “acabar con todas las instituciones de intermediación”. “No quieren nada comunitario ni estructurado, solo individuos que no responden ante nadie y operan con criptomonedas sin la presencia de bancos centrales ni ningún organismo regulador” en una especie de mundo donde impera la ley del más fuerte, rico y poderoso. “Estamos en máximos históricos en desconfianza hacia todas las instituciones del estado”, apostilla. Dios como antídoto al narcisismo Precisamente la República de Occidente que describe Lapuente en Inmanencia es una versión de este individualismo antisocial, pero corregida por el algoritmo de modo que el libertarismo populista actualmente en boga, se armonice con los derechos maximizados de cada individuo de la república en una democracia perfecta en la que no es necesario votar porque FRIDA lo hace por todos nosotros. Y con mucho mejor criterio gracias a la cantidad de información que maneja. Así pues, Inmanencia nos indica una senda por la que tal vez nuestra sociedad termine caminando: un desfiladero de descreimiento absoluto, desconfianza en la comunidad y deificación narcisita del individuo y su placer. Estos mimbres ya existen en la actualidad –son visibles en la cotidianeidad de redes sociales como X, Instagram o TikTok– de modo que solo faltaría, en la tesis de este politólogo, el software perfecto que consiguiese armonizarlos con la anhelada igualdad para hacer del individuo el ser supremo de la organización social. “Creo que Elon Musk ya ha apuntado soluciones en este sentido, así que imagínate...”, bromea Lapuente. El problema, lógicamente, como en toda distopía, es que FRIDA no permite existencias alternativas a lo que dictan sus cálculos: no es posible desear padres, hermanos, parejas estables ni hijos, de los que las mujeres son separadas al año del parto. Tampoco leer determinados libros que impulsan al pensamiento trascendente, y mucho menos profesar religiones que inciten al sentimiento de comunidad o de desarrollo moral, como sucede con las monoteístas o el budismo y el hinduismo. El peor enemigo de FRIDA es la transcendencia. Y es precisamente la trascendencia religiosa –de un cristianismo primitivo, que antepone la comunidad por delante del dogma y que sitúa a un ser ideal y comunal por encima de la individualidad de cada uno de nosotros– la salida que Lapuente presenta a los protagonistas el tercer acto de su novela. Una salida que determinará o bien su redención, para alcanzar una dimensión finalmente humana, o su perdición al ser ejecutados por los agentes de FRIDA. Como él mismo subraya, “se trata de hacer existir a Dios para que ninguno de nosotros pueda convertirse en Dios”.