Pre-Textos (Valencia. 2025) Aunque Adamar se abre con la definición que la RAE ofrece de dicho término (‘amar con pasión y vehemencia’), es probable que en el lector resuene la particular acepción que manejaba San Juan de la Cruz en los comentarios a su Cántico espiritual : “ adamar es amar mucho, es más que amar simplemente; es como amar duplicadamente, esto es, por dos títulos o causas”. Ese doble latido —que se aprecia en las secuencias dedicadas a los hijos y a la pareja en el apartado “Álbum familiar”— aproxima el discurso a la versión original de la mística, si bien el fervor religioso se reemplaza aquí por una mirada abarcadora que pretende reparar los vínculos con la naturaleza, con lo telúrico y con todos los seres sintientes. Más cerca del sereno ascetismo de fray Luis que de la convulsión visionaria del apasionado carmelita, el libro de Ariadna G. García se abre con la exploración de un “invierno interior” en el que los paisajes borrascosos, los bodegones flamencos y una resemantizada noche oscura caben en el equipaje de los versos: “En el poema-arca salvo un mundo”. El huerto acotado y minimalista, plantado por la propia mano, protagoniza el segundo apartado (“Naturaleza urbana”), donde la autora infunde nueva savia a viejos tópicos (“ Locus ameonus ”, “ Carpe diem ”) para que no marchite su lección. Los ciclos estacionales, el cuidado del patrimonio botánico o los valores que atesora la tierra se dan cita en unas estrofas que cantan al “milagro / de estar un tiempo aquí, entre las cosas” y que restauran la dorada medianía en una sociedad proclive al exhibicionismo: “Qué lejos de nosotros los coches deportivos, / las escopetas de caza, las vajillas de oro, / los chalets en la costa o el dinero”. El balance vital a los 44 años precede a una sección (“Lecciones de las ruinas”) en la que se evidencia que “solamente lo fugitivo permanece y dura”: ahora los decadentes teatros modernistas de Tánger, los desamparados arrozales de Vietnam o los vestigios del palacio de Cnosos dotan de una dimensión global al vengativo expolio del tiempo. De ello deja constancia también la composición “Caesar augusta”, en la que no faltan ni los símbolos del esplendor pasado, en contraste con la degradación actual, ni la evocación atenida al molde del ubi sunt : “Dónde estarán las risas / de quienes se entregaban a las obras / para olvidarse un poco de sí mismos”. No obstante, en el ingenioso escorzo final, la poeta traiciona la melancolía para resaltar los avances de una civilización que ha abolido el esclavismo, ha reivindicado los derechos de la mujer y ha transformado a los plebeyos en ciudadanos. La proyección del presente hacia el futuro proporciona los cimientos de “Álbum familiar”, donde se agitan las urgencias domésticas y los temores infantiles, los lugares poblados por las sombras de los ancestros y la metafísica de bolsillo con la que se orientan los niños. La antítesis de la placidez que destilan estas estampas intrahistóricas se encuentra en “El odio”, un tríptico que contrasta la sensorial recreación del califato cordobés del siglo XI con las prácticas salvajes de quienes, en nombre de otros califatos espurios, hacen brotar la semilla de la destrucción. Finalmente, los dos últimos apartados (“Plenitud” y “Zen”) acogen epifanías instantáneas y descubrimientos sapienciales. En “Plenitud”, el bosque literal y el bosque metafórico —las ramas del lenguaje o la paz interior— troquelan la experiencia sobre el trasfondo de una naturaleza cambiante. El recuerdo de un crepúsculo en Finlandia (el país en el que Ariadna G. García había ambientado su poemario La Guerra de Invierno ) o la oda a los escaladores que “sienten la rebeldía / de san Juan de la Cruz o de Bruce Lee ” dan paso, en “Zen”, a un afán de revelación que se cifra en el despojamiento de los bienes materiales y en la reflexión introspectiva. Adamar emerge como una compendiosa síntesis de la poesía de Ariadna G. García . Si en su producción previa la apertura hacia los asuntos colectivos no estaba reñida con la vibración lírica ni con la indagación intimista, en esta entrega se observa una solidaridad recíproca entre la biosfera y el recinto familiar, la denuncia ecológica y el panteísmo activo, la imaginación verbal y la contención expresiva. A pesar de la palabra insumisa de la autora, en este libro predomina “la claridad / serena” de un verso sosegado en el que la desolación va por dentro. * Luis Bagué Quílez es escritor y crítico literario.