Editorial Las Afueras (2025) Entras en una librería y, al rozarlo, te cae encima un libraco de setecientas páginas que puede provocarte un esguince en el tobillo. Es lo que tiene el mercado. Tanto predicar con buen tino contra la obesidad y nadie le mete mano a esa moda, casi nunca sana, de que un libro ha de tener un millar de páginas para que se venda y una película que dure menos de tres horas está destinada al fracaso. Mal rollo. Como si no existieran Los adioses y Al final de la escapada . Lo más que admito en un libro son doscientas cincuenta páginas y una hora y tres cuartos si se trata de una película. A veces hago excepciones. No muchas, pero las hago. En el mundo de la literatura, por amistad y porque hay amistades que, como Víctor del Árbol por poner un ejemplo, escriben como dios y aguanto primer plato, segundo, postre, café y si toca pues hasta un puro. Lo hice muchos años atrás con esa voluminosa obra maestra que es Jugadores de billar , de José Avello , pero no es lo normal. Me da pena esa juventud lletraferida que se cree el cuento chino de que todos podemos ser Balzac o Joyce Carol Oates sin saber que existen Margaret Duras o Pierre Michon . Por cierto, una pregunta a tope cabreada: ¿es que nunca le van a dar el Nobel de Literatura a Pierre Michon? Pues ya va siendo hora. Pero qué se puede esperar de una gente que le acaba de regalar el Nobel de la Paz a ese portento de “pacifismo” que es María Corina Machado , la mujer opositora en Venezuela que no para de insistir en la necesidad de una intervención armada extranjera en su país. De momento, Trump va dando pasos para contentarla. En fin, que me lío y donde quería ir a parar es a invitarles a ustedes a que lean una “novelita” de no llega a cien páginas que se titula Prontos, listos, ya , de la escritora uruguaya Inés Bortagaray . Ah, se me olvidaba hacerles otra sugerencia que a mí mismo me contradice: lean El olivar , novelón de un montón de páginas que escribió Ralph Bates , estadounidense que anduvo por aquí desde 1920 y en 1936 escribió una novela extraordinaria sobre el tiempo de la II República hasta la Revolución de Asturias y acaba de publicarse en la editorial Libros Corrientes. A lo que iba… Como los ojos de Ana Torrent… Una tonta obviedad: para contar una historia sólo hay que saber contarla. Si no, dedícate a otro oficio. No hay nada que no pueda ser contado. Hasta la más insignificante circunstancia es digna de pasarla a limpio para que podamos disfrutarla quienes la leeremos después en las páginas de un libro. Aquí les traigo una de esas historias que, a simple vista, puede parecer carente de interés. Una de esas 'road movie' que tanto se estilan en el cine. Una novela de carretera es ésta que hoy les cuento. Una familia. Padre, madre y cuatro hijos. Tres niñas y un niño. La narradora es la tercera: la hermana del medio entre los dos mayores y la pequeña. Y como dice ella misma: “las hermanas del medio nunca van en ventanillas”. El coche que conduce el padre. La madre al lado, en el asiento del copiloto. La ventanilla es un privilegio. Se ven mejor las orillas de la carretera. Los postes que van jalonando la duración del viaje. La posibilidad de formar parte del paisaje que poco a poco será como un miembro más -y no menos importante- de la propia familia. Pon la música, papá… Los chistes que salen por la radio son los de siempre. Mejor la música. Si no la pones seré yo misma quien la cante y lo haré por José Luis Perales porque sus canciones me recuerdan a José Enrique, que no es mi novio aún pero a lo mejor un día se atreva a besarme. A papá le gustan las tonadas de Isabel Pantoja , que dicen que es una mujer atormentada y yo creo que todos estamos atormentados por algo, yo porque tengo las orejas grandes, o mi compañera de escuela Alí porque, aunque yo intento protegerla de las burlas, se atormenta porque es la mejor en gimnasia pero la más torpe en todo lo demás… Para que luego digan que la infancia -eso no lo dice la hermana del medio, lo digo yo- es el paraíso que nos espera al final de todos los regresos. Piensa la niña todo el rato. Lo mira todo con la curiosidad que nunca deberíamos perder por más que vayamos creciendo hasta que crecer más ya es imposible. Me vienen a la memoria los ojos de Ana Torrent cuando el mundo que la rodea le habla y nos habla a través de su mirada en El espíritu de la colmena . Recuerdo que un día, en València, mi amigo y magnífico cineasta Sigfrid Monleón y yo mismo le recomendamos encarecidamente a Ana que leyera a Julio Ramón Ribeyro . Ella no se acordará y tampoco sé si nos hizo caso. Ojalá que sí. Uno de los grandes y también uno de los grandes olvidados: el peruano Julio Ramón Ribeyro. Léanlo si pueden, ¿vale? Sigo con el “librito” de Inés Bortagaray. La voz de la niña lo que dura el viaje. Muchos kilómetros hasta llegar a la playa. Mientras lees es como si la familia hubiera emprendido un viaje al fin del mundo, a ese lugar donde se juntan o desaparecen todos los caminos, a la punta finisterre de todas las vidas que hemos podido vivir con más o menos contratiempos. Sólo van a la playa y es como las expediciones de Julio Verne por los increíbles abismos del deslumbramiento. Los ojos de la niña. La mirada y la voz de la niña que casi nunca puede disfrutar de la ventanilla en el coche familiar. Los sueños. Sueña la niña contadora de historias que hay un muerto -o no lo sueña- en la carretera, que la mira a ella, que resucita, que lo llama Lázaro porque a los vivos no pero a los muertos hay que ponerles nombre. La muerte: uno de los primeros choques de la infancia contra una realidad que siempre se le esconde. Los sueños que te acerca la lectura de un libro como Genoveva de Brabante . Yo saco ese libro en una de mis novelas. Una representación teatral en la plaza de Gestalgar, mi pueblo del monte. Mi hermano salía en brazos de una mujer. Era casi un recién nacido. Vaya mierda cómo pasa el tiempo de rápido. A la niña le gusta ese libro: “no se termina nunca porque está lleno de cuentos”. También a veces, en el trayecto, entre vomitera y vomitera, piensa en el futuro. Lo pequeño grande, grande, grande… El futuro y el pasado se confunden siempre. También en la infancia: “… cierro los ojos y trato de pensar en el futuro. No se me ocurre nada sobre el futuro y pienso en el pasado y está Eva…”. Las promesas que hacemos cuando no levantamos dos palmos del suelo. Los adioses, ahora no en la voz de Juan Carlos Onetti sino en los de la niña que cuenta una historia. Nos escribiremos siempre, estemos donde estemos, sea cual sea la vida que llevemos cuando la estemos viviendo. Eso se dicen, pero Eva se fue con sus padres a vivir a Pakistán y nunca contestaba a sus cartas. “Yo ya no sé dónde está. Mamá tampoco. Nadie sabe. No sabemos”. ¿Quién sabe lo que existe, mientras corre dentro del coche familiar casi a trompicones, en la mirada de la infancia? El viaje a la playa toca a su fin. Es cuando se hacen verdad los versos de Cavafis . La niña que ya imagina montañas en la arena, no un castillo: montañas en la arena. El tiempo de la duración: “A veces el viaje es tan largo que me acostumbro y después no quiero llegar. Ahora, por ejemplo. Ya no quiero llegar. Por mí que nos quedemos acá para siempre, para siempre en este asiento tapizado de cuero beige y el aire que huele a pijama y miguitas de empanada entre las piernas”. Cierras el libro y sabes que, si se te cae por un descuido, nunca te provocará un esguince en el tobillo. Aunque a lo mejor te lo haga en ese sitio incógnito donde habitan las emociones, nuestra capacidad para conmovernos con las pequeñas cosas, la seguridad de que como escribía Vivian Gornick siempre habrá una voz que “nos habla desde el interior de su propio espacio emocional, y que no está anclada ni en la trama ni en las circunstancias”. Es la voz de una niña, la “hermana del medio”, que nos cuenta una historia que es, ha sido o será parte importante de nuestra propia vida. Y en apenas ochenta y seis páginas. Ya saben: ¡prontos, listos, ya!... y a leer si ustedes gustan este pequeño libro grande grande grande, como en una canción italiana de cuando yo era joven y pensaba -como decía otro poeta- que la vida aún no era algo demasiado serio. Y tanto que lo era ya entonces. Y tanto que lo era… * Alfons Cervera es escritor. Su último título publicado es 'Libro de familia', editado por Piel de Zapa.