Llevo ya tantos cuentos de Navidad escritos para este periódico que, a veces, incluso yo misma no me lo puedo creer. No sé cómo he sido capaz, la verdad. Soy una persona de poca imaginación y aunque bien que me gustaría, tampoco me parezco en nada a Dickens, en quien no podemos dejar de pensar por ser el escritor más navideño de toda la literatura universal y porque lo queremos mucho. A veces, para conseguir un mínimo de decencia en mi relato, me fijo insistentemente en algún detalle, ya sea una bola de cristal con purpurina de estrellitas, ya una nueva marca de turrón artesano con fresa y nata o pistacho, o tal vez una figura del belén artesano mallorquín en la que los tres Reyes Magos llegan al portal en motocicleta. Si los Reyes pueden viajar en moto es que cualquier cosa puede suceder. La Navidad, como todo el mundo sabe, cada vez es más variada y original. Y es que, entre nuestras tradiciones y las tradiciones importadas (el elfo travieso o la galleta de jengibre, socorro), se va haciendo más amplio el repertorio de celebraciones. En fin.