Un psiquiatra advierte: «Sólo el 10% de tu felicidad depende de lo que te pasa»

¿Qué es la felicidad? ¿Es posible rozarla, incluso alcanzarla? A pocos días de comenzar un nuevo año, puede ser el momento perfecto para hacer tabla rasa de mano del reputado psiquiatra Javier Quintero, jefe de Servicio de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Universitario Infanta Leonor y profesor titular de Psiquiatría en la Universidad Complutense de Madrid, quien da respuesta a todas estas preguntas en su libro último libro, '¿Cómo estás?: 21 días para crear el hábito de ser feliz'. El valor añadido del libro es que en sus páginas se ofrece un método y diferentes herramientas para que cada lector descubra sus propias soluciones, a través de reflexiones y ejercicios diarios, para construir el hábito de cuidar su bienestar emocional. Quintero cree que estas claves funcionan como un mapa y ayudan a ordenar lo que nos rodea, a gestionar cómo nos afectan las experiencias, a elegir la manera en la que respondemos a lo que ocurre y a transformar la forma en la que dialogamos con nosotros mismos. El objetivo final de todas estas herramientas es contestar de manera sincera a una cuestión que parece sencilla pero que no lo es: '¿cómo estás?'. «Hacerse esta pregunta de forma honesta es como mirarse en un espejo emocional. Nos ayuda a reconocer nuestras necesidades, a poner nombre a lo que sentimos y a tomar decisiones más sanas. Solo cuando somos conscientes de nuestro estado interno podemos poner límites, mejorar nuestras relaciones y dar pasos hacia un equilibrio real», advierte Quintero. ¿ Cómo define o qué entiende usted por felicidad? ¿Está al alcance de todos? ¿Malinterpretamos el concepto? ¿Nos empeñamos en ser infelices? Empecemos por definir la felicidad.   Podríamos estar debatiendo años sobre qué es la felicidad. Pero, tal y como yo la interpreto, es cuando están alineados lo que sientes, lo que haces y lo que piensas. Entonces, cuando todo eso está en el mismo carril, de repente tienes una sensación de que todo funciona. Esto tiene que ver con el propósito que tú tienes en la vida. Entonces, de repente, te sientes bien. Pero, ¿qué ocurre? Que lo que siento, lo que pienso y lo que hago, pues no siempre están alineados. Y muchas veces ni siquiera hacemos lo que pensamos o pensamos lo que hacemos. Por eso el libro se titula: '¿Cómo estás?' Esa pregunta es lo que yo entiendo como la 'puerta de entrada' al autoconocimiento. Creo que una de las grandes dificultades que tenemos para para ser felices es que no nos conocemos, con lo cual, cuando a la gente le preguntas: '¿Cómo estás?'. La mayoría de las personas simplemente no lo sabe y contesta: 'bien, gracias'.   A veces la gente no pregunta '¿cómo estás' al que tiene cerca, porque tampoco tiene interés en saber.   Claro. Pero hay mucha gente a su alrededor que sí quiere saber cómo están. Otra cosa diferente es que quieras que el de la esquina de tu casa o al de seguridad a la entrada del trabajo te cuente su vida. También está la otra versión, que es cuando se hace la pregunta y la persona de repente entra en una catarata emocional, donde sale todo lo negativo, el chorreo de cosas que no están bien, que realmente funciona como una ideación emocional sin ningún tipo de propósito. Cuando yo le pregunto a un paciente mío '¿cómo estás?', lo que intento con eso es que entienda cómo se encuentra. Que conecte con sus emociones, que se acerque a ese punto de conciencia emocional. Me parece básico, porque si tú no sabes cómo estás Lo que ocurre es que la mayoría de las veces cuando preguntas a alguien '¿cómo estás?', o no te sabe contestar o te dice: 'bien, gracias', o hace otro otra elaboración adicional y responde: 'sé cómo estoy, pero no te lo sé explicar'. Eso, explica en su libro, es un gran problema: si uno no sabe explicar cómo se siente, en realidad no sabe cómo se sientes. Por supuesto, las personas sienten sus emociones. No puede ser de otra manera, pero si tú no eres capaz de coger esas emociones que están en una parte de tu cerebro que tiene mucho más que ver con la parte no consciente y la pasas a la corteza prefrontal para nominarlas, es decir, para ponerles nombre, pues entonces evidentemente no sabes cómo estás. Sientes, pero no lo entiendes, y ese es el problema en torno al hábito de ser feliz. Al final, si uno no no sabe cómo se siente, en realidad es muy difícil que todo lo demás encaje. Y, como decía antes, es importante alinear lo que piensas con lo que sientes y con lo que haces. Porque nuestro cerebro nos lo traduce todo en términos de emociones. La emoción es algo inmediato. Hay muchas emociones que nos acompañan en el día a día a las que no hacemos ni caso porque, de alguna, forma nuestro cerebro nos va dando inputs. Hasta que, de repente, un día la emoción nos desborda, la ansiedad nos bloquea o, de repente, nos sentimos profundamente vacíos y tristes. Eso ocurre cuando nuestro cerebro nos ha ido dando señales a las cuales no le hemos hecho caso, de forma que se ha ido intensificando esa emoción. Ese es el punto clave en esto: partir de una idea de conciencia emocional, de saber cómo me siento. Porque mi cerebro es el que me va a decir por dónde tengo que ir. Y si yo no le hago caso y voy en piloto automático por la vida, va a ser muy complicado ser feliz. En esto de aprender sobre emociones, ¿se está haciendo mejor ahora con la educación emocional en los colegios? No, no estoy de acuerdo. No estamos mejorando la educación emocional. Estamos generando un discurso más emocional, pero nuestros adolescentes no conectan con sus emociones. Las intensifican, las sobre reaccionan y, de hecho, a los datos me remito: la prevalencia o la incidencia de nuevos trastornos emocionales en niños, adolescentes y adultos jóvenes es muy preocupante, muy preocupante, tremendamente inquietante. Si hubiéramos hecho una buena gestión emocional, una buena cultura emocional desde pequeñitos, esto no tendría que ser así. No son resilientes. La vida no es de color de rosa siempre y en todo momento, uno tiene que gestionar muchas cosas, entre otras, la frustración y cómo no, manejar la resiliencia, que como casi todo, es una especie de 'músculo', mejor dicho, de habilidad, que se entrena. ¿Cómo se entrena la resiliencia en familia?   Poco a poco. Si tú no ayudas a un hijo a manejar esa resiliencia, esa capacidad de gestionar la adversidad, a poquito que se le ponga el mundo en contra en algún momento de su vida, no va a saber qué hacer. Es decir, ese falso positivismo con el cual edulcoramos la vida de los más pequeños, les estamos haciendo un flaco favor, porque en algún momento alguien les va a decir 'no'. O un amigo ya no va a querer ser su amigo, o una novieta ya no va a querer ser su novieta o en el trabajo y entonces, en ese momento, con esa emoción no van a saber qué hacer, cómo gestionarla. En cualquier momento de la vida donde el helicóptero de mamá no llega o la sobreprotección de papá no alcanza, de repente se van a dar cuenta de que ahí tienen un problema, poruqe la realidad y expectativa no encajan. Eso se llama frustración. Y esa frustración es una emoción muy compleja de gestionar si no lo has hecho nunca antes. Empezamos a ver en consultas mucho adolescente y mucho adulto joven con problemas emocionales. Vuelvo sobre la pregunta de si los coles están ayudando a los jóvenes a gestionar las emociones, pues no lo sé. Estamos nominando, sí, tienen un poquito más de cultura emocional, pues a lo mejor, ¿pero está siendo eficaz? Los datos nos dicen que no, porque tenemos más adolescentes con trastornos de ansiedad y más adultos jóvenes con trastornos emocionales. ¿Dónde está el error principal?   Para empezar, esto es responsabilidad de los padres. Estamos protegiéndolos en exceso. La protección es fundamental pero todo es un péndulo. No se trata de llevarlos a un contexto de 'aquí hemos venido a sufrir', tampoco es eso, pero es que de repente nos hemos pasado al otro extremo del: 'por Dios, que el niño no sufra nada'. Hoy en día, los adolescentes viven todo con una intensidad… Les hemos sustraído la capacidad de resiliencia . Y eso lo vemos pues cuando de repente aparece una frustración, o algo le requiere un poquito más de esfuerzo en la vida. Es decir, cuando la carretera pica un poco para arriba, pues de repente se bajan de la bici y no pueden con ello. Deben saber que la vida tiene subidas y bajadas. Y lo bueno de las bajadas es que ha habido una subida antes. La vida no es toda cuesta abajo. Es un proceso en el cual, insisto, yo soy muy aristotélico en ese sentido, la virtud está en el término medio. Abogo por una educación equilibrada, en la cual los niños evidentemente tengan su protección, que no puede ser de otra manera, pero sean capaces de resolver sus problemas. Esto lo decía un amigo mío pediatra hace muchos años, y es algo que repito mucho: «La intensidad del llanto de un niño de 4 años cuando se cae en el parque es proporcional a la cara de susto y angustia de la madre». Es decir, si el niño se cae y mamá le dice: «venga, no pasa nada, levántate y sigue jugando«, el niño se levanta, se sacude la arena y sigue jugando. Si de repente el niño se cae al suelo que parece Vinicius, y la mamá sale corriendo, entonces ¿qué ocurre? Esto lo estamos gestionando de una manera que creo que es mejorable desde pequeñitos. Ocurre lo mismo cuando de repente alguien lo hace mal en el colegio y el menor recibe una expulsión o una reprimenda por parte del centro escolar porque ha faltado el respeto y mamá y papá aparecen justificándolo. Evidentemente, al niño le están dando un empoderamiento absolutamente irracional. Luego los vemos que de repente con 16 años se encaran con la policía. Hay ciertos fenómenos de manejo de la resiliencia que son muy importantes de tener en cuento. Ya lo decía San Agustín: «es muy malo sufrir, pero que es muy bueno haber sufrido». Y en ese equilibrio, como siempre, es importante llegar al término medio, al punto aristotélico. ¿Cómo aterriza todo esto en un método? ¿Por qué lo ha traducido en un camino de 21 días para ser feliz? En la primera versión el modelo tenía 40 días. Al final, después de reevaluarlo y demás, lo ajusté a 21, porque de alguna forma lo que nosotros necesitamos son esos 21 días es crear un hábito. La ciencia ha concluido que si tú llevas a cabo una acción todos los días durante los próximos 21 días, seguir con ese camino a partir del día 21, del 22, el 23, o el 24 es infinitamente más fácil. A mí me gustaría decir que la gente lee el libro y el día 22 todos somos felices, pero no, eso sí, el día 22 todos sabemos cuál es el camino para ser feliz. Eso es un poco lo que yo planteo: Inculcar un punto de autocuidado que le dediquemos 5 o 10 minutos al día durante los próximos 21 para que, de alguna forma, pongamos realmente en valor la importancia de cuidarnos. ¿Autocuidado físico, mental…? En todos los aspectos. El plan de autocuidado debe ser integral. A mí me parece fenomenal que meditemos, pero duerme bien, come bien y haz ejercicio. Me parece maravilloso que hagas un entrenamiento para mejorar tus habilidades en inteligencia emocional, pero descansa tus ocho horas. Y haz un ejercicio adecuado a tu estado de salud. No hay salud sin salud mental, pero tampoco hay salud mental sin salud física. Debe existir bidireccionalidad. Evidentemente una parte del autocuidado es comer bien, hacer ejercicio y es descansar bien. Si no descansas las horas suficientes, el día siguiente, el primer día no pasa nada, el segundo tampoco, pero la alteración del sueño de manera persistente en el tiempo nos acaba pasando factura. Una mala dieta, un abuso de azúcares, y por supuesto del alcohol, hace que tu funcionamiento emocional sea manifiestamente mejorable. Además hablamos de afrontamiento, de inteligencia emocional, de resiliencia, de toma de decisiones, de gestión de expectativas y de comunicación comunicación interna, por supuestísimo. El objetivo de este libro es que la gente entienda que merece la pena cuidarse. Y le doy tips, le doy ideas, le ayudo a reflexionar en cada uno de los capítulos con aquellos aspectos que creo convenientes o que creo que son más importantes para tener muy claro cómo avanzamos por ese camino que llevamos la felicidad, porque la felicidad no es un destino, es un proceso. La felicidad no es un sitio al que voy, es un camino por el que por el que transcurro. ¿Son ratitos? Bueno, que son los momentos en los cuales lo que haces, lo que sientes y lo que piensas se alinean y cuando eso se alinea, uno se siente bien. Pueden ser algunos ratitos o muchos ratitos. Depende, claro, y es verdad que es muy difícil estar siempre en ese camino, por supuesto. Siempre pasan cosas, tenemos que hacer renuncias, claro que sí. Pero si esas renuncias tienen sentido y están alineadas con tu propósito, no te va a costar renunciar. Es verdad que hay personas que tienen un camino más duro.   Sí, sí, sin duda. Y que tienen más trabajo que hacer en este sentido. Pero tengo que decir que sólo el 10% de tu felicidad depende de lo que te pasa, el 40% depende de cómo gestionas lo que te ocurre. Se piensa que en los barrios ricos de las grandes ciudades no hay gente infeliz y no te puedes imaginar, es exactamente igual o peor, no tiene nada que ver. Y esto es otra de las cosas que nos han vendido, ese falso positivismo de: 'que los niños no se frustren'. Y como no se frustran, nunca aprenden a frustrarse y cuando la vida les condiciona, se deshacen. Hemos hemos pensado que nuestra felicidad depende de las cosas y no es así, depende de cómo gestiono lo que me pasa. Si el 10 por ciento de la felicidad depende de lo que te pase y el 40 de cómo gestionas, ¿de qué depende el resto?   El resto es genético. El temperamento es el esqueleto biológico de la personalidad, eso está condicionado genéticamente y luego ese temperamento se modula con tus experiencias a lo largo de tu vida.