Su libro ‘Biografía del silencio’ (2012) anticipó uno de los grandes problemas de la sociedad actual y se ha convertido en un referente de la literatura espiritual El último 'Rincón de pensar' - Arriesgar a conciencia En la sociedad occidental del siglo XXI, un sacerdote católico quizá no genere, a priori , demasiadas simpatías. En España, la complicidad de la Iglesia con la dictadura , junto con los escándalos que en los últimos años han sacudido la institución a nivel global, provocan un recelo inevitable ante un alzacuellos. Sin embargo, cada religioso, como ciudadano individual, no tiene por qué arrastrar todo el lastre de la comunidad. Es más, puede incluso poseer otras facetas. Ese es el caso de Pablo d’Ors (Madrid, 1963), que, desde que publicó su primera novela en el año 2000, se ha consolidado como un escritor y un pensador de referencia. De niño estudió en un colegio alemán de Madrid, y tal vez de ahí surjan las resonancias centroeuropeas de su narrativa. Sus novelas, menos leídas de lo que deberían, tienen un revestimiento filosófico teñido de humor que debe mucho a escritores como Hermann Hesse o Franz Kafka . No obstante, es en el ensayo donde más ha trascendido, sobre todo desde 2012, con la publicación de Biografía del silencio (Galaxia Gutenberg), que se ha traducido a diversos idiomas y lleva vendidos más de 350.000 ejemplares, según informa la editorial . Silencio, se medita Este pequeño libro, de apenas cien páginas, se ha convertido en un título de cabecera para lectores de todas las edades y procedencias, que han encontrado en él la senda de una nueva forma de estar en el mundo. Todo comenzó con un paso muy sencillo: d’Ors se sentó a meditar . Solo, por su cuenta, sin que nadie se lo pidiera, desligado de la práctica religiosa. Una práctica al alcance de cualquiera, sin coste económico, que cada uno puede adaptar a su horario y a su espacio (y que por aquel entonces aún no estaba de moda ni era un reclamo de los gurús del mindfulness ). Sentarse y nada más , como reza el ensayo sobre del maestro budista Éric Rommeluère (París, 1960). Para empezar, bastan unos minutos, que se irán ampliando con el tiempo. Durante ese intervalo, la mente ha de quedar en blanco; meditar es un ejercicio de perseverancia y quietud hasta alcanzar el silencio mental, más que el ambiental. La metáfora que propone Rommeluère es imaginar que somos una montaña, y los pensamientos, nubes que nos pueden rodear, pero que no nos perturban. Poco a poco, con fuerza de voluntad y constancia, d’Ors perfeccionó la técnica hasta convertirla en una parte indispensable de su rutina, de su bienestar emocional y también físico. “Para alguien como yo, occidental hasta la médula, fue un gran éxito comprender, y comenzar a vivir, que podía estar sin pensar, sin proyectar, sin imaginar, sin aprovechar, sin rendir”, reflexiona en el libro. Se sentía tan pleno, que lo que al principio le requería un sacrificio –porque no fue fácil acallar la mente ni acostumbrar el cuerpo a esa postura– pasó a ser algo a lo que quería dedicar cada vez más tiempo. Este nuevo estado le daba, sobre todo, la cualidad de ser más consciente de sí mismo, con independencia de sus roles sociales. De ahí vino una mayor capacidad de atención y un progresivo apego por la naturaleza, el aire libre y la alimentación saludable, como si se tratara de una desintoxicación de presente, de capitalismo, de bienes materiales y demás dependencias creadas por el sistema consumista. Un retorno a lo real, lejos del ruido, de la tiranía de las pantallas, de la prisa, del afán por producir; un tema que cuando lo escribió aún no copaba las librerías ni la prensa, ni se presentía que podía llegar a causar o cuando menos intensificar un problema de salud pública . Esta actitud conlleva desprenderse del ego: “El hombre comienza a vivir en la medida en que deja de soñar consigo mismo”. El autor lo compara con el niño que aprende una tarea: se trata de recuperar la predisposición del aprendiz, absorto en su actividad, sin distracciones ni urgencias, permitiéndose el error. Con los años nos acostumbramos a sobreanalizar, empezando por nosotros mismos: qué hacemos bien, qué nos hace sentir culpables, qué o quién nos gusta, qué o a quién detestamos. Cuando se anula ese exceso de juicio, los problemas (o lo que nos parecen problemas) se relativizan; y podemos volver a disfrutar de cada acto, por sencillo que sea, con atención plena. “La meditación ayuda a recuperar la infancia perdida”. La capacidad de sorprenderse, de ver con una mirada no sesgada, desde la humildad de saberse pequeño, imperfecto, como toda criatura humana. De vivir con intensidad, de levantarse cada día sin pensar en los disgustos del ayer, con espíritu renovado, como una esponja dispuesta a dejarse empapar. “Si tenemos que aprender a nadar, es mejor que nos lancemos al agua y que no perdamos el tiempo pensándonoslo desde la orilla”, razona. Perder el miedo, abrirse a lo que venga, aprender a vivir en armonía con uno mismo y con todo lo demás. Abrazar diferentes tradiciones Aunque Biografía del silencio no se detiene en las religiones, el autor ha explicado que, sin renunciar a su identidad católica, con los años y el estudio se ha abierto al sincretismo, al descubrir en otras tradiciones ideas que convergen con sus cada vez más arraigadas creencias espirituales. Considera que el zen en el budismo, la cábala en el judaísmo, el sufismo en el islam o el yoga en el hinduismo, entre otros, tienen una esencia común entre ellos y con el cristianismo, que en última instancia aspira a la comunión con algo más grande que uno mismo, un desapego de lo terrenal para trascender hacia un nuevo estado de conciencia. Ese misticismo puede estar vinculado a un credo religioso, pero no es imprescindible; las aportaciones de filósofos estoicos como Marco Aurelio y Séneca , o de naturalistas como Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau , también exploran esa búsqueda existencial en términos no excluyentes. El interés de hoy por todas estas creencias se debe a la cada vez más apremiante necesidad de anclaje en un mundo que se define por sus incertezas, una modernidad líquida que, en su multiplicidad de posibilidades y la naturaleza efímera de sus vínculos, nos vuelve frágiles, nos hace sentir perdidos y sin rumbo. También se relaciona con el cientificismo que se ha impuesto en Occidente a lo largo del último siglo: para muchas personas, la falta de Dios (esto es, de una respuesta a las preguntas existenciales para las que la ciencia no tiene respuestas), sobre todo en los momentos de crisis, acrecienta ese sentimiento de vulnerabilidad, de soledad, que las lleva a buscar la pertenencia, el refugio, en prácticas alternativas que de algún modo compensen esa carencia, ofrezcan otra respuesta sin negar los principios científicos. Más allá de los textos sagrados, en la biografía intelectual de Pablo d’Ors resultan asimismo claves una serie de pensadores más contemporáneos que, sin tener en apariencia nada en común ni en sus avatares vitales ni en su obra, comparten una suerte de conciencia ética. Desde Charles de Foucauld, el militar espiritualmente inquieto que en su madurez abrazó el misticismo de los Padres del Desierto hasta erigirse en uno de sus referentes, a la filósofa y activista política Simone Weil , con su búsqueda espiritual ajena a la Iglesia y vinculada a un compromiso de reconstrucción y justicia social después del Holocausto. Ella fue quien dijo que la atención es una forma de amor. Un ensayo que se anticipó a su tiempo En 2012, cuando el libro vio la luz por primera vez, España estaba sumida en la crisis económica; el monopolio de las redes sociales lo ostentaban Facebook y Twitter, que aún eran un ingenuo espejismo de reencuentro entre amigos y posibilidad de debate en el que cualquier voz podía hacerse oír; Barack Obama fue reelegido como presidente de Estados Unidos y la nueva ola de extrema derecha todavía no suponía solo una amenaza para las democracias occidentales. Había problemas, pero ligados a la subsistencia material , a los daños que estaban infligiendo las medidas de recortes y austeridad, además de la flagrante corrupción política . No había comenzado el #MeToo ni el #BlackLivesMatter , ni Greta Thunberg había llamado la atención sobre la emergencia climática . Pronto surgiría, en literatura, lo que se bautizó como neorruralismo, con títulos como Intemperie (2013), de Jesús Carrasco , Por si se va la luz (2013), de Lara Moreno , o El niño que robó el caballo de Atila (2013), de Iván Repila, una corriente que se vinculó a la necesidad de volver a los orígenes en medio de un ambiente neoliberal tecnologizado que cada vez asfixiaba más las zonas urbanas y los hábitos de vida. Un poco después se publicó La España vacía (2016), de Sergio del Molino , un ensayo fundamental que dio nombre –aunque luego se haya rebautizado – a la crisis de l a despoblación de las zonas rurales y puso el asunto en el centro del debate público. Viendo cómo ha cambiado el mundo en algo más de una década, no es arriesgado afirmar que Pablo d’Ors se anticipó a un malestar social que ha terminado por afectarnos a todos en mayor o menor medida. Su invitación a la quietud meditativa sigue siendo una receta aplicable, y mucho más confiable que los numerosos manuales de mindfulness de los gurús de las redes . Porque no ofrece tanto un método como una reflexión, escrita con pulcritud y con la profundidad de quien se ha tomado su tiempo para madurar esas cavilaciones. Además, es accesible y su brevedad anima a tenerlo como manual de consulta frecuente. Diez beneficios de la meditación ¿Por qué el silencio nos ayuda a vivir mejor? En estas páginas se concentra todo lo que de un tiempo a esta tarde buscamos, que puede resumirse en los siguientes puntos: La recuperación de la concentración , la atención plena en una actividad, en contra del mal llamado multitarea ( multitasking ) o del “salteado” continuo e interminable que se hace al navegar por la red. La práctica de la respiración consciente, que reduce la ansiedad y ayuda a prevenir o atenuar otros problemas de salud muy extendidos. Un elogio de la lentitud , entendida como dedicar a cada tarea el tiempo que requiere, sin agobios ni prisa. Aprender a valorar el largo plazo, lo que se consigue poco a poco, con disciplina y constancia, como el arte mismo de meditar. Una perspectiva integradora del otro: al ser compatible con otras creencias, no admite restricciones de ningún tipo; es más, invita a quien la practica a ser más respetuoso, empático y amable con los demás. La simplificación: en lugar de sumar deberes o acumular pertenencias, aprender a distinguir lo que tiene valor de verdad para nosotros y, en consecuencia, a desprenderse de lo demás , porque solo genera cargas y obligaciones indeseadas (por no hablar de los estragos en el medio ambiente ). El autodominio o control de las emociones , frente las irrupciones del desánimo, el estrés o la frustración que tan a menudo merman la salud mental. Meditar es una inversión en salud y bienestar. La reconexión con la naturaleza , estar en contacto con el entorno, desde una posición de respeto y humildad, sin pretender imponer la acción humana. Está demostrado que pasar más tiempo al aire libre trae beneficios físicos y mentales . La reactivación de todos los sentidos. Vivimos inmersos en una cultura visual, pero la meditación despierta los sentidos anestesiados por el ruido del sistema. Se vuelve a apreciar la riqueza de sonidos, aromas, sabores y texturas. Aprender a estar solo. No se trata de restar gravedad al problema social de la soledad no deseada , sino de ser menos dependiente de los demás o de los estímulos externos entendidos como medios para alcanzar el bienestar. En otras palabras: reforzar la autoestima para sentirse a gusto. Conocerse mejor a uno mismo . Con el silencio, uno aprende a escucharse, se es más paciente con las debilidades propias y el diálogo interno se vuelve más amable. También implica escuchar el cuerpo, prestar atención a la respiración, la postura y las llamadas de atención que puede hacernos.