El infierno según Aster

El infierno según Aster

Ari Aster puede hacer de un pequeño espacio un averno inmensurable. En Hereditary (2018), su primer largometraje, la casa que habita la familia Graham se torna un sitio enrarecido tras el funeral de la matriarca, cuya herencia incluye una oscura sombra que los lleva al filo de la insania y transforma su morada en un templo alucinante.En Midsommar (2019), la comuna ancestral de Harga, en Hälsingland, Suecia, es el idílico escenario de una liturgia cada vez más tenebrosa: senicidios (los viejos se aplican la eutanasia saltando de un acantilado), endogamia, incesto, inmolaciones. La secta que habita Harga es un modelo perfecto de locura. Lleva a sus huéspedes al ara de los sacrificios después de vaciarlos de sus almas con una serie de ritos bestiales.Por su parte, Beau tiene miedo (2023) comienza con el ajetreo en un barrio marginal. Ebrios, drogadictos, vagos y prostitutas deambulan alegre e impunemente como cucarachas de un refectorio de comida china, aterrorizando al pobre Beau, un depresivo, agorafóbico loser, para el que el solo hecho de sortear peligros callejeros y entrar en su edificio representa un eterno juego de ruleta rusa. Tarde o temprano, sospecha Beau, alguno de esos bichos lo va a matar como al Santiago Nasar de la novela de García Márquez, desarmado y sin poder abrir la puerta.Los espacios de Ari Aster poseen una atmósfera espectral. Son opresivos, incómodos, dan la sensación de mal agüero. Lo mismo una casa, un campo o un barrio entero, también puede ser un pueblo: Eddington, su más reciente filme, combina las inquietudes de este cineasta educado en las películas de Roman Polanski, John Carpenter y Michael Haneke con el humor negro y la crítica a las imposturas socioculturales.Estamos en 2020 en Eddington, un rascuacho caserío de Nuevo México, y la pandemia del Covid 19 es el punto de quiebre de su sociedad: el sheriff Joe Cross (Joaquin Phoenix) se niega a usar la mascarilla, insubordinación que lo enfrenta con el alcalde Ted García (Pedro Pascal). La rencilla entre ambos tiene un origen más escabroso, por supuesto, pero sirve para que el sheriff arrecie el desafío lanzando su candidatura para alcalde. Y en medio de su burda batalla, en aquel poblacho harapiento saltan como hongos otros fenómenos extraños: un homeless forastero pone de cabeza la serenidad de la cantina; los adolescentes organizan marchas y bloqueos en apoyo al movimiento Black Lives Matter, no obstante que los polis de Eddington son interraciales, inofensivos y haraganes, mientras que su demografía no alcanza siquiera a llenar un mall; los escépticos difunden la tesis conspirativa de la pandemia: el mundo fue manipulado por los gobiernos y las farmacéuticas; un gurú en gira aprovecha el paso para lavar cerebros, sobre todo el de la frígida esposa del sheriff; un sospechoso centro de datos se asienta en la llanura que divide a Eddington de una comunidad indígena, y un ejército de extremistas llega para ajusticiar al sheriff acusado de violencia racista en las redes sociales por alguno de los entusiastas activistas del BLM.Con esos elementos, Aster lleva al espectador a la espiral narrativa propia de su cine, ese punto que se aleja del centro pero gira alrededor de él, quedando fuera o dentro de lo racional: sus relatos son una rueda de situaciones lúgubres, insensatas, sobrenaturales, incluso estúpidas, mas no por eso abandonamos el hilo de emociones que atormentan o destruyen a sus personajes.Sea una madre convencida de que un demonio se ha infiltrado en su familia o una mujer mentalmente vulnerable rendida al dogma de una secta; sea un saco humano de fobias y complejos obligado a emprender una tortuosa travesía para reencontrarse con su despótica madre o el sheriff de un pueblo bicicletero que le roba la cordura y lo hace enfrentar las crisis propias de las grandes urbes, en aquellos espacios diminutos y con seres tan humanos, Aster traza la genuina forma y tamaño del infierno.AQ

‘La sustancia’, con Demi Moore (y Serena Williams)

‘La sustancia’, con Demi Moore (y Serena Williams)

ISin duda, es la mejor tenista de todos los tiempos, pero eso no impidió que, en agosto de 2024, la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos haya dicho que en un anuncio estelarizado por Serena Williams “se ofrece un mayor beneficio terapéutico a los pacientes de lo que se ha demostrado”. Y el remate (smash!): que la presencia de la famosa deportista en ese mensaje publicitario “vuelve más creíble la afirmación engañosa”. Se trata de Ubrevly, medicamento contra la migraña.Ese asunto no cobró gran relevancia en los medios de comunicación tradicionales ni en las redes sociales. Actualmente, apenas un año después, Serena sí provoca un revuelo previsible al promover otro medicamento con tintes milagrosos: Zepbound, inyectable, que promete bajar de peso a quien lo utilice.Serena Williams ganó en su carrera la impresionante cifra de 39 títulos de Grand Slam: 23 en singles, 14 en dobles y dos en mixtos. Además de cuatro medallas de oro en Juegos Olímpicos (tres en dobles y una en singles). Permaneció 319 semanas como jugadora número 1 de la Asociación de Tenis Femenino (WTA). Con ese récord como aura de quien promueve cualquier cosa, seguramente el Zepbound se venderá como pan caliente y esperemos que en el mediano o largo plazo no se descubran efectos secundarios negativos.Zepbound, ciertamente aprobado por la FDA, reduce el apetito y aumenta la sensación de saciedad. Por cierto, es un medicamento manejado por la empresa Ro, en la cual Alexis Ohanian, esposo de Serena, es inversionista y miembro de la junta directiva.IIComo mucha gente sabe, La sustancia (Coralie Fargeat, 2024), narra la historia de Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una presentadora de televisión que es despedida para dar paso a un cara nueva.En medio de su crisis emocional por tal suceso, Elisabeth recibe un misterioso mensaje promocional para que consuma “la sustancia”, que le devolverá juventud a través de una réplica joven de sí misma. De tal modo “nace” Sue (Margaret Qualley), quien hace casting y se queda fácilmente con el trabajo de Elisabeth.Las instrucciones del fármaco son muy estrictas, pero no son llevadas a cabo por ese ente binario, lo que trae consecuencias desastrosas y un montón de escenas grotescas que hicieron felices a los amantes del body horror.En su momento, la directora afirmó que quería mostrar la violencia que la sociedad ejerce sobre la mujer, quien siempre debe verse de determinada manera.La sustancia obtuvo muchos galardones, entre ellos el de mejor guion en el Festival de Cannes (más 13 minutos de aplausos al finalizar la proyección), y tanto el Globo de Oro como el premio de los Críticos a la mejor actriz (Demi Moore).IIISerena Williams debutó como profesional a los 14 años de edad y se retiró a los 40, en septiembre de 2022, tras perder en tercera ronda del US Open. Ganó 94 millones de dólares en premios dentro de la cancha, más una cifra difícil de calcular por anuncios publicitarios. Actualmente tiene una exitosa empresa de inversión y sus propias marcas de productos de belleza y suplementos alimenticios.Su carrera deportiva no estuvo exenta de escándalos. Entre los más recordados está la discusión que tuvo en 2018 con el juez portugués Carlos Ramos, quien la penalizó por recibir instrucciones de su entrenador, cuando eso aún estaba prohibido. Se jugaba la final del US Open y Serena le gritó a Ramos: “eres un ladrón y un mentiroso”.Williams perdió con cierta facilidad esa final ante Naomi Osaka (2-6, 4-6) y tuvo que pagar 17 mil dólares de multa: diez mil por insultos al juez, cuatro mil por recibir instrucciones y tres mil por romper ostensiblemente su raqueta.Hubo un incidente más serio, también en el US Open, durante el juego semifinal de 2009 contra Kim Clijsters. En ese momento, Serena estaba a dos puntos de perder el partido y una juez de línea le marcó falta de pie en un segundo servicio. La jugadora reclamó esa decisión airadamente.La juez de línea aseguró que Serena Williams le había dicho: “Te voy a matar”. Ante esto, la juez principal decidió expulsar a la jugadora. Williams nunca aceptó haber dicho tales palabras y, al parecer, no hay registro de ellas.Otro asunto: durante 14 años, Serena y su hermana Venus dejaron de jugar en el importante torneo de Indian Wells, California. El padre y entrenador de las tenistas, Richard Williams, afirmó en aquella ocasión que él y Venus habían recibido insultos racistas en las tribunas por parte de algunos aficionados. Venus ratificó tales palabras.IVDentro del plan promocional del medicamento Zepbound, Serena Williams participó en un anuncio donde se le ve inyectándose, además de dar varias entrevistas para decir que en los últimos años se esforzó por conservar un peso ideal a través de dieta y ejercicio, pero llegó el momento en que nada le funcionó.En esas entrevistas Serena hizo énfasis en que la sociedad presiona a las mujeres de muchas maneras, “pero ya no me importa lo que digan de mi cuerpo, lo que me importa es la transparencia”.Gran tema para el psicólogo Leon Festinger (1919-1989), autor del conocido libro Teoría de la disonancia cognitiva (1957), cuyo título habla por sí mismo.AQ

Jorge Molist: “Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre”

Jorge Molist: “Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre”

Jorge Molist (Barcelona, 1951) expresa la indignación que maduró durante décadas sobre por qué Estados Unidos ha soslayado la importancia que los hispanos han tenido en su historia, en particular para ganar su independencia del imperio británico, al grado de que sin ellos, a su juicio, no existiría como una nación. “Sin nosotros, sin los hispanos, Estados Unidos no habría podido ser independiente”, sostiene Molist, quien cumplió 25 años como narrador.En su más reciente novela histórica, El Español (Grijalbo, 2025), recupera a un héroe independentista de América: Jorge Ferragut, un menorquín que combatió y venció a los ingleses en costas del Caribe y del Golfo de México a finales del siglo XVIII, y al que no se le ha concedido reconocimiento a sus hazañas. La trama inicia con una intriga política que deriva en el Motín de Esquilache, la revuelta en el Madrid de 1766 durante el reinado de Carlos III, contra Leopoldo de Gregorio y Masnata, marqués de Esquilache, que permite al novelista revisar las razones sociales que originaron la rebelión: el alto precio del pan, no la orden del ministro de prohibir capas y sombreros calados de ala ancha. “Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre”, sostiene Molist, exdirectivo de multinacionales como Paramount, quien concede una entrevista exclusiva a Laberinto desde España y habla sobre sus aventuras con la novela histórica, que parten siempre de su biografía. “La novela histórica siempre ha estado ahí, pero ha tenido que adaptarse a los tiempos”, comenta el escritor. Y en estos tiempos de televisión, videojuegos y cine, la misión del novelista es hacer que la gente obtenga placer leyendo, un placer superior a lo que puede obtener con otros entretenimientos.Impresor, con estudios de ingeniería, empresario, lector precoz, Molist ganó premios como el Alfonso X el Sabio por La reina oculta (2007) o el Fernando Lara por Canción de sangre y oro (2018). Su primer libro, Los muros de Jericó (2000), ya aborda su experiencia en territorio estadunidense, y el segundo, Presagio (2003), explora el choque cultural entre lo anglosajón y lo hispano.Quién lo iba a decir de alguien al que su padre le dijo que en España los escritores se mueren de hambre y que él, con 14 años entonces, “no tenía nada que aportar a la escritura”, según el propio relato de Molist, quien ese mismo día empezó de aprendiz en una imprenta en el semisótano de un edificio del barrio barcelonés de Gràcia, en el que había nacido la gran soprano Montserrat Caballé.¿En qué momento la historia se vuelve tan importante para usted como para volverla ficción?Tiene que ver un poco con lo que quise contar con esta novela. Viene dado por mi estancia de trabajo en Estados Unidos. Llegué a mediados de los años ochenta con mi familia. La compañía con la que trabajaba me envió a Cincinnati. Era un ambiente de trabajo anglófono, toda la gente a mi alrededor era de origen europeo, la mayor parte de ojos claros y pelo rubio. No había hispanos ni afroamericanos. Ese era el entorno y yo pasé a ser “El Español”. Me interesé de inmediato por la herencia hispánica que tiene Estados Unidos y me convertí en el experto del mercado hispano en la división y luego de un par de años me enviaron como responsable del sur de California. Pero no siempre escribió novela históricaEscribí mi primera novela, Los muros de Jericó, con recuerdos de aquella experiencia. Es la historia de una gran corporación, de luchas por el poder, de sectas, cosas que había presenciado en el sur de California. Mi segunda novela, Presagio, es medio estadunidense y medio mexicana, porque trata de culturas indígenas de México, de un misionero español, de un cura y la cultura anglosajona. El mundo anglosajón frente al hispano ha sido uno de los asuntos que me han interesado. A partir de ahí empecé a escribir novelas. Luego derivé hacia la novela histórica.¿Cómo un narrador puede estructurar hechos históricos en una novela?Soy amante de la historia. Cuando encuentro hechos que me impactan, algo que me llena de pasión, escribo sobre ellos. Si voy a emplear un par de años de mi vida en una novela, tiene que ser un tema que me apasione. Para empezar, tenemos los hechos históricos; entonces, hay que construir a los protagonistas, a veces de ficción o que existieron en realidad. Eso no funcionaría sin el interés en la construcción de personajes: que tengan amores, odios, tensiones entre ellos; que se muevan en ese entorno histórico, que debe ser lo más preciso posible. Para ello hay que sumergirse no solo en los hechos históricos, sino en la forma en que se pensaba en ese tiempo. Por ejemplo, ¿en El Español?En El Español he tenido que ponerme en el pensamiento del siglo XVIII en España, que incluía los territorios americanos. Los personajes se mueven dentro de unos parámetros ya fijos, los parámetros que ha fijado la historia, y ahí tienen que desarrollar sus pasiones y vivir sus aventuras. Esa es la estructura en que me baso. Luego se necesitan herramientas técnicas, como un cuadro cronológico, uno sobre los personajes, otro sobre detalles como la vestimenta...¿Qué disfruta más imaginar como creador: el ambiente o el pensamiento de sus personajes?Es fundamental el pensamiento de los personajes, y es que a los personajes y su pensamiento no se les puede arrancar de su momento porque estaríamos atrapados en un presentismo. No deben ser personajes actuales transplantados al siglo XVIII o al siglo XIII, como en otras de mis novelas. En sus novelas delimita la historia a un periodo. ¿Por qué es fundamental ese momento? En El Español he escogido un tiempo con base en la indignación que sentí cuando vivía en Estados Unidos. Siempre me molestó la arrogancia de los anglos, arrogancia de la gente que tenía un origen en el norte de Europa, básicamente británica. Mi equipo en Los Ángeles me regaló un libro que se titula The American Revolution, que habla sobre la guerra de independencia de Estados Unidos. Cuando lo leí estaba muy indignado porque en 450 páginas se menciona mucho a Francia, que ayudó a Estados Unidos a ser independiente de los británicos, pero no se menciona para nada a ningún hispano. Sin la colaboración de España, los norteamericanos no hubieran podido ser nunca independientes. El Español está dedicada a Jorge Ferragut. ¿Esa indignación fue el origen de hallarlo?Sí, porque a partir de ahí busqué un hecho, un personaje de origen español, que hubiera participado en la independencia de Estados Unidos. Hay uno que está muy claro, Bernardo de Gálvez. Este señor, con tropas que venían de Nueva España y de Cuba, fue capaz de echar a los británicos del Golfo de México y del Mississippi y recuperar La Florida. Pero De Gálvez era muy conocido y así me encontré con Jorge Ferragut. España participó suministrando materiales a los rebeldes, pertrechos, armas, comida, y luego entró en la guerra directamente. ¿Quién es el personaje histórico Jorge Ferragut?Ferragut (en la novela Jaume o Jaime Ferrer) nació en Menorca (1755-1817), ocupada por los británicos. Tenía un deseo de venganza. La novela es una historia de venganza y de un amor prohibido y, por tanto, desesperado. Los personajes se mueven en esos parámetros, y en lo que era la España de esa época o las Españas, como las llamaban. De este personaje, la historiadora estadunidense Renée Lyons dice que es el líder de la guerra de la independencia nacido fuera de Estados Unidos más desconocido y más versátil. Luchó como capitán de barco, capitán de artillería, comandante de caballería; hizo prácticamente de todo. Se le ha perdido un poco la pista. La gente se ha olvidado de él porque su hijo, David Farragut (sic), fue el primer almirante de la flota estadounidense.Los mexicanos tenemos mucha experiencia en que Estados Unidos niegue la influencia de México en la construcción de su país. ¿El Español es una búsqueda de justicia histórica para lo hispano?De Gálvez utilizó tropas españolas, de México y Cuba. En mi novela aparece la confrontación entre lo hispano y lo anglosajón, pero también la miseria del imperio español; por ejemplo, la autocracia, el rey lo mandaba todo, tanto en América como en Europa. Fue una guerra importante, último momento de brillo de lo que fueron las Españas. Carlos III manejó bastante bien esta guerra, no quiso implicarse directamente. España ayudaba a los rebeldes norteamericanos, pero sabía que estos pasarían a ser los enemigos de España. Y ya se preveía que las colonias norteamericanas presionarían contra los límites de la España de esa época, o sea, México. En la novela pueden encontrarse las semillas que producirían las independencias en América. Tampoco es una historia que conozcamos y valoremos.Podemos encontrar que los mismos argumentos que usaban los colonos norteamericanos contra los británicos fueron usados por los colonos hispanos contra la potencia colonizadora que era España. Vamos a encontrar bastantes paralelismos entre la guerra de independencia de Estados Unidos y las guerras de independencia hispanoamericanas. Incluso, en esa guerra luchó contra los británicos Francisco de Miranda, el primer libertador de Sudamérica.La novela y las tragedias que hay en ella comienzan con Lorenzo, un impresor, como lo fue usted en su adolescencia. Jaume Ferrer se siente en Barcelona como usted cuando llegó a ese mundo anglosajón de Estados Unidos. ¿Cómo influye su biografía en sus novelas históricas? Mi biografía es parte fundamental de mis novelas. En Los muros de Jericó tenemos a ese personaje que es de raíz hispana metido en un mundo de intrigas de grandes corporaciones americanas, como las que yo viví. Con mi interés por la cultura hispana aparece mi segunda novela, Presagio, que ocurre en México y en Los Ángeles, donde tenemos a personajes hispanos como nativos de Baja California. Una de mis novelas de mayor renombre, Prométeme que serás libre (2011), cuenta la historia de la imprenta, cómo se estableció, cómo eran los libreros, las formas de trabajar en la época de los Reyes Católicos. Esta, El Español, la escribí con el despecho de decir: “Los anglosajones miran lo hispano por encima del hombro”. El Español empieza con una intriga política. Pero usted revisa el Motín de Esquilache y concluye que, en realidad, ocurrió no por las razones que se dan popularmente, sino por el hambre. Ahora también estamos viendo cómo Gaza está siendo sometida a una hambruna por Israel. En Europa no había reclamos de los gobiernos por el genocidio en Gaza hasta que se habló del hambre. ¿Qué importancia tiene el hambre para la historia?Las grandes revoluciones vinieron dictadas por el hambre. El hambre ha motivado los grandes motines, los grandes alzamientos. Y, por lo poco que conozco de la historia de América Latina, cuando había hambrunas la gente se levantaba contra el poder.¿Qué hay de los dos factores que también destacan en su novela: el rey y la Iglesia?Es lo que más destaco de aquel siglo. Esto era común para los territorios europeos e hispanoamericanos. El rey era un borbón, y la monarquía tenía la misma estructura que en Francia: completamente autocrática, que se basaba en la religión católica, pero, en realidad, utilizaba a la religión como un arma más de poder, sin interferir en la doctrina. En todo lo demás el rey era casi una divinidad. Francisco Franco quería contarnos lo mismo. En las monedas ponía: “Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de dios”. En la novela estoy hablando del siglo XVIII, pero eso lo he vivido en el siglo XX. El uso de la religión por el poder ha sido una constante en la historia del mundo. Las mujeres, lo expone en su novela, padecieron el poder de manera más cruda.Dentro del poder y de la estructura social de la época, la parte más débil era la mujer, sobre la cual recaían más normas, tanto religiosas como civiles. El divorcio era impensable, una relación extramarital para una mujer era lo peor de lo peor, porque la justicia seglar y la religiosa podían perseguirla a través de la Inquisición. En cambio, los señores con poder, empezando por los reyes, tenían las amantes que querían. No obstante, sus personajes femeninos son muy fuertes. A pesar del sometimiento, todas, Almudena, Lucía, Mercedes, la misma Eulalia que apenas aparece, tienen en su interior mucha libertad y buscan cambios. ¿Por qué acentuó esta característica en los personajes femeninos?Me gustan las mujeres de carácter fuerte. El motín de Esquilache empezó con mujeres, porque se lanzaban a la calle, eran quienes compraban el pan. En otra época en Barcelona, fueron mujeres quienes montaron el Motín del Pan, porque el pan estaba carísimo. Me encantan los personajes fuertes femeninos. En El Español tenemos a Mercedes, que sufre debido a su origen, pero es capaz de enfrentarse a su destino. La novela empieza con los panfletos que Lorenzo imprime clandestinamente por la falta de libertad de expresión que ejercía la monarquía. En el siglo XXI está el caso del rapero Pablo Hásel, que es perseguido por críticas al rey de España. ¿No ha cambiado nada?Sí que ha cambiado. El músico está fugado, ha salido de España, lo mismo que un político catalán. En Gaza, los israelíes han matado a periodistas como medio de acallar lo que están haciendo. Sé que en México los periodistas han sufrido por escribir. El poder, ya sea legal o ilegal, siempre ha querido poner una mordaza a las críticas. Y eso ocurría en el siglo XVIII y por desgracia sigue ocurriendo ahora, aunque en un tono más reducido. Seguramente hay lugares en el mundo mucho más peligrosos que otros para los que se atreven a alzar la voz y a contar y decir cosas que no le sientan bien a la gente en el poder. En su novela y, en general, en las novelas históricas, encuentro una manera de narrar muy cinematográfica. Usted fue directivo de un consorcio cinematográfico. ¿Concibe sus libros con un doble lenguaje, el literario y el cinematográfico, pensando en que se puedan llevar a la pantalla? Vamos a ver: sí y no. Escribo novelas históricas, y debido a que tengo grandes batallas en ellas es muy difícil que lleven una novela mía al cine, porque el presupuesto sería grandioso. No escribo pensando en el cine como medio de comunicación. Estoy pensando en el cine como medio de atrapar al lector. Hay dos o tres factores. Para mí es importante que el lector se enganche con el relato, para ello tienen que ocurrir cosas y, sobre todo, debe identificarse con los personajes, sentir que son sus amigos, sus enemigos, lo que sea. Y entonces sí se puede decir que es un lenguaje que el cine ha impuesto, pero que ya estaba en las novelas. Los thrillers empezaron siendo literarios, El conde de Montecristo, Ivanhoe, ya tienen este ritmo. Una vez el lector está involucrado con la novela se le pueden contar muchas cosas. En El Español, hay lecturas sobre la libertad, sobre lo que ocurrió en la historia, sobre la tiranía del rey… Todo esto, si se pone con las dosis adecuadas, se puede ubicar dentro de lo que sería un thriller. Pero no me planteo de ninguna manera el que puedan hacer una película de mis novelas. Ya que citó a Alexander Dumas y a Walter Scott, ¿qué es la novela histórica moderna?La novela histórica moderna tiene mucho que ver con la novela antigua. Lo que define a la actual es el lenguaje, que es mucho más ágil. Vivimos en un tiempo en que hay tantos estímulos exteriores, que la gente sabe tanto, que ya no hay que contarle ciertos detalles como en las novelas históricas antiguas. El lector requiere un movimiento de sentimientos como de acción. Eso define la novela histórica moderna. Novela histórica eran laIliada, laOdisea, laEneida, los poemas indios o babilónicos.La novela histórica siempre ha estado ahí, pero ha tenido que adaptarse a los tiempos. Vivimos en un tiempo de televisión, de cine, de videojuegos, de gente que viaja, donde ya el conocimiento humano, aunque no se haya salido del pueblo, es mucho más amplio. Simplemente hay que escribir distinto para llegar a ese tipo de lector, para conseguir que una persona, en lugar de ponerse ante un videojuego o la televisión, decida leer. Esa es nuestra misión: hacer que la gente obtenga placer leyendo, un placer superior.Y para no olvidar a gente como Jorge Ferragut.Desde luego, para sacar a gente olvidada de la historia, como puede ser Jorge Ferragut.AQ

Reflexiones sobre el lenguaje del cuerpo y de la mente

Reflexiones sobre el lenguaje del cuerpo y de la mente

El escritor y editor Marco Perilli comparte una serie de artículos publicados entre 2020 y 2023 bajo el título El puente tibetano. La espléndida edición de la Universidad Autónoma de Nuevo Léon con Antonio Ramos Revillas, director editorial, incluye veinte capítulos cuyo hilo conductor es la pasión por la lectura. Marco Perilli, italiano afincado en México, comparte su gusto e interés por autores que lo han acompañado en un largo recorrido literario: clásicos como Dante y Proust, Balzac o Boccaccio; algunos más cercanos en el tiempo, como Pier Paolo Pasolini, Ítalo Calvino o Roberto Calasso. Figuras de las letras rusas, entre otros, Bulgákov, Mandelshtam, Shalámov o Solzhenitsin, que han sido esenciales en una búsqueda dirigida a los últimos años del Gulag. En suma, los textos aquí reunidos dan cuenta de los placeres y pasiones de este lector avezado y un tanto meticuloso.En estos ensayos breves hallamos un común denominador, la intención de recurrir al mito, a la filosofía o al pensamiento de los clásicos, para echar luces sobre temas actuales. Por ejemplo, el libro comienza con una estampa de la Eneida, el momento cuando el héroe, Eneas, vuelve a la batalla para enfrentar a Turno, su enemigo. Cegado en plena lucha, Eneas provoca un estrago indiscriminado, lo hace sin distinguir, sin diferenciar. Así, al referirse a la raíz de la expresión, nullo discrimine, Perilli entra a la discusión de este vocablo y sus modos, hoy acordes con lo políticamente correcto. Esto ha provocado que la acepción actual trastoque el sentido de la palabra “discriminar” que, en su origen, niega cualquier totalitarismo del significado.Además de la Comedia de Dante, en la cual es docto, a Perilli le ha interesado otra, La comedia humana. En el capítulo “Balzac”, narra cómo el escritor francés revela su plan de crear este proyecto gigantesco a Madame Hanksa, quien después sería su esposa. El proyecto guardaba una pasión descomunal y el deseo de competir con la máxima obra de Dante. El modelo de Balzac era el siglo XIX y su reto, acechar una realidad opaca, huidiza, incierta. La comedia humana comienza a delinearse en 1830 y el gran Honoré la termina en 1840 cuando escribe el epílogo que deberá añejarse durante tres años. Marco Perilli se pregunta si la narrativa del siglo XX —y la del XXI, agrego—, sabrá recorrer con precisión su propio tiempo para describir y juzgar su actualidad.También resulta interesante su revisión de la Comedia de Dante a la luz de lo que considera una nueva ficción: la de los derechos humanos. Viene a cuento porque cierta delegada de una ONG en Italia propuso eliminar a Dante de los programas escolares de preparatoria acusándolo de ser intolerante y discriminar a los islámicos y a los homosexuales. “En efecto los discriminaba, los mandó al infierno”, dice Perilli, “pero Dante no hizo sino bordar sobre hechos palpables, mostrar las diversas caras de la condición humana, las pasiones desde la perspectiva de su época, no de la nuestra como lo pretendía esta funcionaria. La tolerancia, la democracia, los lemas que nos identifican, deberían medirse con la debida distancia.”En un capítulo sobre Mijaíl Bulgákov, autor de El maestro y Margarita, nos enteramos de la llamada telefónica que le hiciera Stalin. Sucedió en abril de 1930, un día después del funeral de Vladimir Mayakovski. Al sonar el teléfono, anunciaron una llamada del Kremlin. Bulgákov colgó. Llamaron de nuevo. Era Stalin para preguntarle por qué querría irse al extranjero. Tras reflexionarlo, Bulgákov reconoce que un escritor ruso no podría vivir lejos de su patria. Stalin le ofrece un empleo en el Teatro de Arte y le propone un encuentro que nunca sucedió.Algunas pinceladas referidas al entorno familiar que Perilli va deslizando por ahí, le imprimen un aire de frescura a estas páginas. En “Cine, lenguaje y nueva iglesia”, cuenta una anécdota con su abuelo, a finales de los años sesenta, cuando tantean alrededor del significado de dolce vita ligado la película de Federico Fellini que escandalizó a las buenas conciencias; asimismo, relata las tardes cuando acudía con su madre a revisar las reseñas que colgaban en tablones fuera de la iglesia —juicios estéticos y morales— a fin de saber si los filmes eran aptos para menores. Estas anécdotas le permiten entrar a una discusión por demás interesante sobre la censura y el lenguaje incluyente. En otro momento se describe a sí mismo sentado en las gradas de la catedral de Siena un verano de 2023, su mirada fija hacia un hospital construido en el siglo XII, Santa María della Scala, hoy el Museo Arqueológico Nacional. En ese lugar, el 19 de septiembre de 1985 murió Italo Calvino. A la par, la prensa anunciaba que un terremoto había sacudido y quizá destruido a la Ciudad de México. En este capítulo Marco Perilli revisa Seis propuestas para el próximo milenio, obra en la que Calvino trabajó los últimos meses de su vida. También, antes de morir asesinado la noche entre el primero y el 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini dejó en su escritorio una carpeta con 522 hojas manuscritas y mecanografiadas. Era la novela que estaba redactando, Petróleo. En este trabajo inconcluso, Pasolini vierte las preocupaciones que rodearon su vida: la política, la moral, los intelectuales, el escritor. “Petróleo es una novela, un ensayo, un guion”, dice Perilli, “es el reto extremo del poeta que vio más lejos en la genealogía del mundo actual.”No hay desperdicio en este libro, más bien uno va de asombro en asombro cuando descubre, por ejemplo, las afinidades entre Dante y Proust; un diálogo ficción con Gerardo Deniz; la discusión filosófica, imaginaria, entre Dostoyevski y Proust y, finalmente, el texto que da título al libro: “El puente tibetano”, donde Perilli describe un paseo en los Alpes hasta llegar a una estructura colgante que une dos laderas. El puente debe cruzarse con una intermitencia de uno a uno. Así, nuestro autor construye una metáfora que le permite reflexionar sobre el lenguaje del cuerpo y de la mente. “La escritura se filtra en el ahogo de un puente tibetano, solo cabe una palabra, de una en una, que sigue o es seguida por otra en el mismo sentido. Ante un conflicto de fuerzas, ¿quién regula el pulso de la acción? […] Significamos en cuanto palabras ordenadas por un ritmo medular, por el trato común. Cuando nace una frase, su alma no radica en lo que dice, sino en cómo alcanza a ser”.Ver los textos conviviendo en este volumen, resulta, para Perilli, un ejercicio casi psicoanalítico en el que intenta descubrir de dónde proceden ciertas figuras literarias, ciertos gustos retóricos o manías. El lector podrá sacar sus propias conclusiones.AQ

Canto desierto: revelación y encuentro

Canto desierto: revelación y encuentro

Uno entra en Canto desierto(Alberto Blanco, Hiperión, 2024) como en un laberinto. Este poema-libro tiene el tesón y la tersura, la inevitabilidad y la evidencia, la respiración y la palpitación, de los sueños.Laberinto de sueños, Canto desierto se eleva en nosotros como una suerte de diálogo íntimo. La voz del poema nos habla, pausadamente, nos guía y a veces nos interpela. Progresamos a oscuras, o a media luz, por una noche desértica aunque con estrellas (“una red de puntos en fuga / encendidos para ver”), por el blanco de la página sembrada de signos (una “saga de letras”), por un jardín a veces. Y de repente, en “el laberinto / en el oído”, oímos preguntas dirigidas a nosotros: “allí aquí / un ruido / ¿eres tú? / ¿acaso eres tú, lector? / ¿eres tú que te asomas / por las rendijas de este sueño?”El poema nos va haciendo mientras lo vamos leyendo, mientras él y nosotros vamos co-naciendo y conociendo… Pero ¿conociendo qué? Canto desierto nos sume en “un no saber” —como el que nos queda, poderoso, inapelable, vacío, al despertar de un sueño, con la nostalgia de volver al sueño.Canto desierto es un sueño ordenado. Sus cuatro partes se elevan como cuatro ramas de un árbol, con nueve poemas cada una. Los títulos de estas partes resuenan, nítidos, y de inmediato nos reconocemos en ellos. Desde nuestra “Mala memoria” [I], remontamos el cauce de palabras hasta la “Historia del instante” [II]. Se llega, entonces, en la bisagra del “ser” (“ser / ser otro / ser tu o yo”), a un “Punto de inflexión” [III], antes de descubrir —como cada vez que hacemos una verdadera pausa en nuestra vida, cada vez que tenemos la sensación de ver lúcidamente nuestra historia o de vislumbrar la del universo— que “El futuro es el origen” [IV]: el origen de nuestro deseo de seguir viviendo, y de seguir leyendo este libro que nos ha ido abriendo tantos horizontes.Algunos poemas, tal vez los más importantes, dieron sus títulos a estas cuatro partes. “Mala memoria”, poema-atrio, desgrana enigma tras enigma, paradoja tras paradoja (“la cruz de las paradojas / es nuestra estrella polar”). Se nos presenta un mundo de después de la “catástrofe” y antes del “derrumbe”, como para descolocarnos, extrañarnos y provocarnos… a escuchar. Eso resulta ser, de momento, “suficiente trabajo”.“Historia del instante” nos plantea una paradoja más. Si “el instante” es un espacio de tiempo brevísimo, ¿cómo podría tener “historia”?… Su equivalente como objeto sería “la aguja” en el pajar. La aguja, forma perfecta, tiene una estructura mínima: su punta alargada y “el ojo” por el cual hay que pasar. La búsqueda del instante en nuestra vida y de la aguja en el pajar —de su brillo, su agudeza, su picadura tal vez— sí que tiene historia, y tal vez nos permita franquear un umbral de comprensión (“pasar / sin ser notados / por la puerta sin puerta”). De hecho, en este poema, de manera casi inadvertida, se pasa del pronombre “nosotros” a los pronombres “tú” y “yo” —y la palabra “amor” surge, inesperada, y cobra nuevo brillo.“Punto de inflexión” nos introduce (en otro poema de la tercera parte) a un “Jardín abierto”, y nos hace pasar un umbral más: este “jardín” es un metapoema —un poema sobre la poesía. Mediante una tipografía abierta, escalonada, acogedora, propicia a la escucha y a la meditación, y mediante múltiples juegos de palabras (empezando por el título del libro: ¿quién canta? ¿quién desierta?…), se abre un espacio-tiempo de “complicidad” entre el yo poeta y el tú lector. No tanto el hipócrita lector de Baudelaire como el “cómplice lector” de Cortázar, ya que estética y juego son horizontes de lectura de ese desierto cantado. El mismo paisaje, la tierra, el planeta se ofrecen a nuestra imaginación como nuestro jardín común, trágicamente contaminado, saqueado, degradándose, desertificándose. Este es nuestro jardín: no hay otro. ¿Para qué sirven poesía y arte sino para introducirnos a un momento de percepción ampliada, para abrirnos a una gracia compartida, los cuales nos pueden dar la fuerza de seguir luchando y hacer habitables esta tierra o este cuerpo? Un jardín para entrar, salir, pasearse, reposar acaso, tal vez soñar. Y como en los sueños, no llegar “a ninguna conclusión”.En el poema “El futuro es el origen”, finalmente, el yo se ha perdido (“se necesita un eclipse / de luna llena / de yo”) y las palabras brotan en libertad —“palabras hiladas / como perlas / en un collar de lunas / desgranado al pie de la escalera”. “Sino” y “destino” quedan abiertos, nuestro laberinto disuelto, y el desierto quizá pueda florecer y nosotros podamos recibir, con la sorpresa del alba, “frescas noticias de nosotros mismos”. El libro se termina sobre una múltiple negación donde se funden lucidez y esperanza: “no hay / de cierto / nada // no hay / nada: desierto”.Al emprender un viaje por un espacio infinitamente abierto, tanto exterior como interior, Canto desierto —ese canto “decantado” durante más de un cuarto de siglo— se adentra en una cuarta dimensión (“el cuarto / de tres muros / donde me refugiaba / mi infancia”). Si los tres tomos previos del poeta —los cuales reunían la cuasi totalidad de sus poemas en tres veces doce poemarios— se pueden concebir como una pirámide de tres caras, Canto desierto —“culminación de la obra poética de Alberto Blanco”, según reza el colofón— bien podría representar el vértice de la pirámide. Y “si el silencio quiere / llegaremos a la cima / de esa pirámide que no se cansa de esperar / el sereno regreso hasta su seno / de todas las criaturas”.Al evocar paisajes reales del Norte de México al mismo tiempo que explora territorios surreales, lúdicos y oníricos, al “buscar”, más allá del bullicio y del ecocidio, “un santuario / para decir la palabra justa / (silencio)”, Canto desierto suscita en nosotros un espacio armónico de revelación y de encuentro. “Ese cántico mineral / de imágenes vírgenes / que se decantan / más allá del llamado de la sangre”, nos abre a una tercera dimensión del canto y hasta a una cuarta: “(silencio)”.​AQ

De la revolución francesa a las bases neurofisiológicas de la libertad: qué estamos leyendo

De la revolución francesa a las bases neurofisiológicas de la libertad: qué estamos leyendo

Una ausencia que irrumpe toda una vida juntos; el valor de aquellos sentimientos considerados negativos; un clásico español que, a la vez, no ha sido tan leído; una lucha por la libertad, revisitada, y un ensayo sobre las bases neurofisiológicas de la misma… conoce los libros que recomienda Laberinto esta semana.La herenciaErling y Evy llevan 45 años casados cuando una mañana, mientras va en bicicleta, Erling muere de un ataque al corazón. La investigación de las causas comienza a complicarse, pues la autopsia muestra que no tomaba su medicamento desde que supo de su enfermedad. En casa, Evy mira con sorpresa cómo objetos que le pertenecían a Erling comienzan a desaparecer. Una certeza la acompaña: hay cosas que no encajan en su mundo ordenado.La Revolución francesa contada para escépticosCon aliento narrativo, este fresco histórico no solo repasa uno de los momentos estelares de la historia europea sino que procede con ameno desparpajo. Arranca con la elevación de un globo aerostático en septiembre de 1783 a las afueras de París y cierra con las argucias de Napoleón para hacerse con el poder. La toma de la Bastilla, la huida de los reyes, el asalto de las Tullerías, el imperio de la guillotina, el pueblo airado y hambriento, el Terror, el Directorio, son algunos los asuntos explorados.Juan de MairenaComo la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo, se considera que esta obra de Machado es más citada que leída en su conjunto. De carácter misceláneo y publicada originalmente en 1936, reúne sentencias, donaires, apuntes y sentencias del entrañable profesor, una prolongación del mismo Antonio Machado. El estudio de Lourdes Pastor agrega un elemento más de interés a este clásico del pensamiento dialéctico en lengua española.Visión nocturnaLa ira, la tristeza, la ansiedad, han sido anatemizadas por la psicología moderna y los promotores de la felicidad tóxica. Alessandri no solo reivindica esos estados de ánimo sino que invita a cultivarlos con esmero. No se trata, pues, de suprimirlos, sino de asomarse a las verdades profundas que contienen. El ensayo entrevera las experiencias personales de la filósofa existencialista con las historias de algunas figuras del pensamiento como C. S. Lewis, Kierkegaard y Unamuno.El grito sagradoLos políticos la miran con desconfianza, los liberales la tienen como un bien irrenunciable, los movimientos contestatarios la usan de estandarte. Se trata de la libertad, pero cómo concebirla y, sobre todo, ejercerla. En este ensayo, el filósofo y narrador examina sus argumentos filosóficos y biológicos, que apuntan hacia una base neurofisiológica. La originalidad de tal enfoque deriva además en un recorrido por las muchas formas que adopta la libertad: de pensamiento, de expresión, de tránsito…AQ

Los desterrados de ‘Ultramar’

Los desterrados de ‘Ultramar’

El otro día, aprovechando que el cielo dio una tregua, llegué a El Colegio de México, en el camino al Ajusco, institución que en sus primeros años sirvió de refugio para los intelectuales españoles republicanos. En la explanada principal del edificio diseñado por Teodoro González de León (como sus vecinos, que albergan la casa matriz del Fondo de Cultura Económica y la Universidad Pedagógica Nacional) estaba repleta de libros publicados por sus distintos centros de estudios (todos de ciencias sociales y humanidades), con el 50 o el 70 por ciento de descuento. Así que no tuve más remedio que darme un atracón bibliográfico.Husmeando con paciencia en todas las mesas de exhibición me encontré, por ejemplo, con títulos (que ahora están en mi biblioteca) como Borges en México: un permanente diálogo literario, La ciudad neoliberal, Ensayos sobre crítica literaria, Los pijos de Madrid e Historia mínima de la literatura mexicana. Pero se me salieron los ojos y empecé a brincar de felicidad cuando me topé con la edición facsimilar, acompañada de un estudio introductorio de James Valender, del primer y único número de la revista Ultramar. Al profesor Valender lo conocí el año pasado en la Residencia de Estudiantes de Madrid, cuando él fue a presentar su libro Escenas del exilio español en México, un anecdotario de 30 escritores hispanos “de primera línea” que recalaron en México. Valender es un inglés afincado en México desde 1977 y enseña literatura española en El Colegio de México desde 1989. Según él, una vez que quedó claro que España estaría un buen tiempo bajo el yugo de Franco y que, por lo tanto, el exilio sería largo, Ultramar fue uno de los grandes esfuerzos de la élite intelectual de los desterrados para mantener viva la tradición cultural española, para dialogar e integrarse al país que los acogió y para asumir de una vez por todas que su patria era la lengua española.La revista se editó en junio de 1947, bajo la dirección de Juan Rejano, con una portada elegante de tintas verde y negra, sobre papel marfil, e ilustrada con obras de dominio público y con dibujos hechos especialmente para la publicación. En sus 32 páginas hay artículos sobre literatura, ciencia y arte, escritos por autores españoles y latinoamericanos, como Alfonso Reyes, Ermilio Abreu Gómez, Pedro Bosch, José Moreno Villa, Adolfo Salazar, Max Aub o Luis Cardoza y Aragón. Está lo cosmopolita, lo vanguardista, lo nostálgico y hasta lo épico. Impacta la foto de un hombre mutilado por la guerra civil en España, cuyo pie dice: “Toro o roca, huracán o tromba, lo hirió la traición pero no pudo reducirlo la muerte. Como la España por la que peleó y sufrió, sólo está encadenado a medias. Porque un día, con los dientes, con el espíritu hecho acero, ganará la victoria”. También está un extraordinario perfil del pintor José Gutiérrez Sola, firmado por Miguel Prieto, y una amplia sección con las reseñas de los actos culturales y políticos llevados a cabo por los exiliados españoles en casi todos los países del continente americano.Si Ultramar era un proyecto ambicioso, estaba tan bien hecha y agrupaba a buena parte de la intelectualidad hispana, ¿por qué se publicó sólo una vez y desapareció? En su estudio introductorio, el profesor James Valender ofrece tres hipótesis: falta de dinero (“producir una revista mensual como ésta no es tarea sencilla”), al ser nombrado director de El Nacional Fernando Benítez invitó a varios de los colaboradores de Ultramar a la naciente Revista Mexicana de Cultura y, finalmente, las contradicciones en la orientación de la revista. Al principio se ideó un espacio hispanoamericano capaz de “aglutinar a las distintas facciones intelectuales del exilio en un frente unido”, luego se dijo que el principal objetivo sería “la creación cultural” y después que se “fomentaría la lucha política contra Franco”. Por eso los redactores y colaboradores de la revista se dividieron y jamás volvió a editarse.El propio Juan Rejano explicó así lo sucedido: “el destino de las publicaciones periódicas literarias es casi siempre triste. Nacen bajo un relámpago de entusiasmo y, tras una vida difícil, suelen morir después de la peor manera: entre el silencio y la indiferencia”.Ultramar fracasó, sí, pero dejó un puñado de textos de gran vigor artístico y un valioso testimonio del exilio español que me ha encantado encontrar.AQ

El honor de antes

El honor de antes

Hay una escena crucial en esa maravillosa épica de la guerra, el amor y la huachafería, llamada Lo que el viento se llevó. Scarlett O’Hara (Vivien Leigh), es amada por muchos hombres pero solo ama a uno. Se trata de Ashley (Leslie Howard). El inconveniente por supuesto es que Ashley está casado, acaba de tener un hijo y, aunque parece que también ama a Scarlett, no está dispuesto a dejar a su esposa. En una covacha, cerca de la casa, Scarlett le confiesa su amor por enésima vez, le insiste en que él también está enamorado de ella y le propone escapar juntos. Antes y después de un beso, ella le lanza una frase lapidaria: “Huyamos juntos. Nada nos detiene aquí”. La respuesta de él es también lapidaria: “Nada excepto el honor”. Como bien se sabe, Rhett Butler (Clark Gable) es quien está de verdad enamorado de Scarlett y después de la escena con Ashley, todo ocurre como tenía que ocurrir hasta el dramático final. Lo que el viento se llevó es una película de 1939, basada en la novela de Margaret Mitchell (parece que de un carácter parecido al de Scarlett) ambientada por supuesto en la Guerra Civil americana (1861-1865). A lo largo de la película se dice de alguien, como modelo de conducta, que es o no es “un caballero”.Recuerdo a propósito las historias que contaban amigas de mi abuela. Cuando alguna persona las estafaba o las engañaba, ellas lanzaban una frase también definitiva. “Usted no es un caballero”. Se dice de un vecino ilustre de la ciudad de Lima que alguna vez recibió a dos españoles que le pidieron ayuda económica para el bando republicano en la Guerra Civil Española. El señor les dio un dinero. Poco después los encontró veraneando en una playa. Se acercó a ellos y les dijo: “Ustedes no tienen honor”.Al recordar historias como esta, uno se pregunta si la idea del honor tiene sentido en el mundo de hoy, salpicado de guerras, caudillos, luchas empresariales, y un individualismo sostenido por la tecnología. ¿La idea del “honor” le importa a los líderes políticos y empresariales que dirigen el mundo? ¿Qué sentido tiene pensar en una persona “honorable”? ¿El honor es la motivación para alguna de las guerras que vivimos en el mundo? La palabra tiene el mismo origen que honestidad, honradez y honra, que también parecen estar en decadencia. En una escena posterior de Lo que el viento se llevó, Rhett le dice a Scarlett que ellos no son personas de honor. Son seres con los sentimientos a flor de piel, y quizá por eso los verdaderos héroes de la película. ¿Y entonces el honor no tiene ninguna posibilidad de existir en nuestras vidas hoy? Uno no olvida las frases de un gran visionario que a la vez era un caballero, George Bernard Shaw. Cuando en Pigmalion, el profesor Higgins le pregunta al señor Doolittle si no tiene ninguna moral, le contesta: “Mi situación económica no me lo permite”. Luego le pregunta si es un hombre honrado o un granuja. La respuesta es clara: “Un poco de los dos como todo el mundo.”AQ

América responde a Alcaldía Benito Juárez tras cierre del Estadio de la Ciudad de los Deportes para partido ante Pachuca

América responde a Alcaldía Benito Juárez tras cierre del Estadio de la Ciudad de los Deportes para partido ante Pachuca

El club América ya se pronunció respecto al comunicado que la alcaldía Benito Juárez emitió informando que el partido entre las Águilas y los Tuzos del Pachuca se deberá jugar a puerta cerrada por una supuesta violación del personal de seguridad del conjunto azulcrema, que habría cerrado una calle en el partido del jueves entre América Femenil y Santos.En un comunicado, Ollamani, empresa dueña del club América acusó que fue la propia alcaldía la que llevó a cabo el operativo vial y por ende el bloqueo de dicha calle que generó un problema vecinal."Lamentamos que la Alcaldia Benito Juárez pretenda afectar a la afición del futbol mexicano e impedir que asistan al partido entre Club América y Club Pachuca en el Estadio Ciudad de los Deportes", reza en el inicio el documento.Y agrega que "su disposición para obligar a los equipos a jugar a 'puerta cerrada' señala que ayer hubo, durante un partido del equipo femenil, extralimitaciones del personal de seguridad del América al "cerrar la calle de Indiana". Al respecto informamos que: Club América no tiene personal de seguridad. Quienes cerraron la calle fueron policías de la CDMX. Esto lo hicieron dado el plan de seguridad de la propia Alcaldía".Asimismo, invita a que "la autoridad local rectifique un acto arbitrario. De afectar a la afición" y agrega que se reserva "el derecho de emprender acciones legales".El Estadio Banorte informa ????️ pic.twitter.com/WidhItUZ7L— Estadio Banorte (@EstadioBanorte) August 29, 2025 Del mismo modo en su cuenta de X, Ollamani posteó imágenes donde se ve a policías encabezando el bloqueo de la vialidad señalada en la calle de Indiana, así como el plan de vialidad que fue transmitido por la propia alcaldía.A reserva de ver qué ocurre, queda en la autoridad de la demarcación determinar si existe la apertura de puertas para el ingreso de afición o si se mantiene la decisión de que el juego entre Águilas y Tuzos se celebre a puerta cerrada.MGC​

Shakespeare apócrifo

Shakespeare apócrifo

De William Shakespeare se conocen dos retratos y una estatua, si bien ninguno da cuenta de su verdadera fisonomía, al menos no como pude observar en un par de bocetos inéditos, que poca gente ha visto, probablemente apócrifos, hallados en un pequeño castillo localizado en las afueras de la capital escocesa, Edimburgo.Voy a la Galería Nacional del Retrato en Londres a fin de cotejar dichos bocetos, trazados por el dueño de dicho castillo en el siglo XVII, el peculiar poeta e inventorWilliam Drummond de Hawthornden, contemporáneo de Christopher Marlowe, Ben Jonson y el mismo Shakespeare, a quienes conoció en esta ciudad, quizás en La Sirenita, taberna frecuentada por el primero, a veces por el segundo y muy rara vez por el tercero.Me detengo frente al cuadro conocido como “retrato de Chandos”, nombre de la familia que en 1747 lo compró y conservó, 131 años después de la muerte del susodicho dramaturgo. Puesto que fue pintado alrededor de 1610, tiene la virtud de haberse realizado mientras Shakespeare vivía, aunque algunos dudan de la fidelidad en cuanto a los rasgos físicos (el mentón, los ojos) y ornamentos que lo acompañan, por ejemplo, la argolla en una oreja, muy adecuada para cumplir con el clisé, promovido desde entonces, del “intelectual rebelde y bohemio”, cosa que el poeta de Stratford nunca fue.En cambio los bocetos de William Drummond muestran el perfil de un empresario común y corriente, a quien es factible que lo haya encontrado no en la taberna, sino más bien en el teatro El Globo, junto al Támesis. Atrae la atención la mirada de Shakespeare en ambos dibujos a tinta, pues resulta particularmente aguda, emanada de unos ojos grandes que, no obstante, denotan cierta desazón, quizás el agobio del empresario teatral que contempla el río no para claudicar y sumergirse, sino para extraer ideas que le valgan funciones llenas.Otro retrato conocido corresponde a un grabado de Martin Droeshut, impreso en el frontispicio del Primer Folio, legajo publicado en 1623 que incluye 36 obras de Shakespeare reunidas por los actores John Heminge y Henry Condell. Dicho grabado, así como la estatua que se encuentra en Stratford, fueron llevadas a cabo varios años después de la muerte del dramaturgo siguiendo el consejo de algunas personas que lo conocieron. ¿Quién fue? ¿Existió en realidad? ¿Es el seudónimo usado por varias personas? La suspicacia no cede. Hace algunos años Dan Falk ironizó en su libro intitulado The Science of Shakespeare: “¿Podría el verdadero William Shakespeare dar un paso al frente?”Ahora estoy de nuevo en el castillo que alguna vez fue propiedad de William Drummond; se localiza en las dulces colinas de Midlothian, a unos cuarenta minutos de Edimburgo en autobús. Desde hace algunas décadas se destina a los estudios literarios de Escocia y del mundo. Su lema es: Ut honesto otio quiesceret (En honesto ocio procederemos). Seis veces al año, escritores invitados pueden venir a continuar sus trabajos durante un mes y disfrutar del ocio creativo sin internet, teléfonos móviles, entretenimiento sonoro ni visual, excepto el del bosque subyugante que engalana el sitio y los libros que conservan sus bibliotecas, entre ellos los de algunas mexicanas y mexicanos que me he propuesto donar al acervo en cuatro ocasiones, pues he tenido la suerte de haber sido invitado tres veces (considerando que esto no puede suceder antes de cinco años), más la gira a propósito del Año de Shakespeare en 2016 que incluyó actividades en Edimburgo.Vuelvo a mirar los bocetos de Shakespeare. William Drummond, quien tenía fama de ser inigualable anfitrión y poseía una de las bibliotecas más vastas, curiosas y selectas de las islas, invitó a Ben Jonson y al mismo Shakespeare a pasar unos días aquí. Este último no pudo venir porque falleció, pero Jonson sí. Cercano al rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, cuya lengua materna era el escocés, pues era hijo de la trágica y famosa María, Reina de los Escoceses, fue instruido para que recopilara relatos y poesía del folklore de las tierras ancestrales. Jonson se entusiasmó, ya que su propio padre había reivindicado raíces familiares en la Terra Alba.Propenso a sorprender a su público, Jonson anunció que iría caminando, nada de caballos y carruajes. Así, la madrugada del 8 de julio de 1618 inició su célebre caminata a los 46 años de edad, cargando un par de zapatos y su abultado vientre. Dos meses más tarde, el 10 de septiembre, se acercó al puesto fronterizo de Berwick, donde se identificó con los mosqueteros que hacían guardia. El 18 de ese mes fue recibido con honores en Edimburgo por los hombres prominentes, quienes se inclinaron ante el gran Ben y bebieron a la salud del rey, alegres por constatar que su noble enviado había completado su travesía sin contratiempos. Jonson no olvidó la invitación de Drummond, tentado por su famosa hospitalidad y magnífica biblioteca (gran parte de la cual aún puede consultarse), cuyo castillo se localiza a unos cuarenta minutos en un autobús público de la actualidad. Así que en enero de 1619 se dirigió hacia las suaves colinas de Lothian. El autor de Volpone y El alquimista se internó en la propiedad del castillo y comenzó a remontar el sinuoso sendero que conduce hacia allá.Camino yo por aquí, en medio de antiguos espinos, imaginando los pasos del locuaz Ben. Cien metros más adelante la brecha se abre y muestra la fachada de cantera rosa. Momento glorioso acontece cuando el sol baña esos muros en las tardes otoñales. Junto a uno de tales árboles veteranos, que aún está de pie, lo esperaba ya William Drummond.“Welcome, welcome, Royal Ben!”, dijo, abriendo los brazos al ilustre dramaturgo.“Thank ye, thank ye, Hawthornden”, respondió Jonson con una sencilla rima, de acuerdo a la etiqueta.Luego de un merecido descanso e instalarse en la habitación que mira hacia Glasgow (ahora llamada Hermanas Brontë), Drummond y Jonson se pusieron al día en el cotilleo obligado sobre el ambiente literario londinense. Enseguida, el anfitrión le pidió echar un vistazo a los retratos del finado Shakespeare que él había elaborado. Jonson permaneció en silencio un minuto, sin mover un solo músculo de su rostro. Vale la pena advertir que Jonson era un escritor sardónico, impulsivo, extravagante. Baste recordar el incidente con sus colegas, John Marston y Thomas Dekker, a quienes ridiculizó en la llamada “guerra de los teatreros”. Estos replicaron en una obra intitulada Satiromastix y fueron a dar a prisión. En un gesto inusitado, Ben se unió a ellos y más tarde colaboraron, por lo que hubo quienes sospecharon de que entre ellos había gato encerrado.Así que no debe sorprendernos que Jonson se haya puesto de pie súbitamente en busca de la estrecha escalera de caracol que lleva a las habitaciones de los invitados, sin decirle nada más a William Drummond. Al día siguiente, poco antes de empezar la tarde, un sirviente se acercó a la puerta con la intención de verificar si el enviado del rey se hallaba bien. No abrió. Finalmente, al caer la noche Jonson salió y se acercó al salón donde aún se encuentra la chimenea de amplio tiro. Allí lo esperaba el anfitrión, a quien le leyó lo que había escrito luego de dormir a pierna suelta. Eran los apuntes que más tarde formarían parte del Primer Folio mencionado antes. Dado que esta recopilación la llevarían a cabo terceras personas cuatro años después, Jonson no podía saberlo y no tenía por qué pedirle que le obsequiara sus dibujos. Tampoco existe razón para suponer que Drummond le haya ofrecido tales bocetos, aunque, al parecer, sí lo inspiraron, ya que en esas líneas introductorias y poema elegíaco, Ben Jonson advierte al lector que no se detenga mucho a mirar la imagen del frontispicio del “dulce cisne de Avon”; son las palabras de sus tragedias, comedias y poemas, resguardadas por la pluma de Maat, las que le habrán de ganarle la inmortalidad, no una imagen imprecisa alzada por una mano torpe. La pluma de Maat, deidad y símbolo de la precisión entre los antiguos egipcios, servía de fiel en la balanza donde se pesaban las almas.AQ

Descafeinado doble

Descafeinado doble

CísterCatorce, calle Cister, 14, Málaga, España, marzo de 2024“¿Lo parece, señora? No, lo es. Desconozco la palabra parece”.—Hamlet, Acto I, Escena 2, Línea 76.Lo que dice el Príncipe Hamlet a su madre, sobre su dolor sincero después de la muerte de su padre.Nuestro camarero le pasa a mi amigo Alfonso la cuenta de dos cafés descafeinados. Alfonso sale disparado hacia la barra como impulsado por SpaceX.“¿Desde cuándo creen que pueden cobrarnos 7 euros por dos cafés descafeinados?”, dice, echando humo.El dueño, un hombre que tiene la mitad de la edad de Alfonso, pone una cara sonriente, algo que, a mi parecer, le ha costado todos los años de su vida perfeccionar.Alfonso exige ver la lista de precios del bar. Su paciente interlocutor saca una hoja cubierta de plástico y señala el precio de un café doble: 3,50 euros.El alcance de la discusión crece. Un cartel en la pared exterior anuncia tapas a 2,50 euros. Ah, pero el dueño no tiene nada que ver con eso, lo puso la anterior administración.Dos mujeres italianas siguen el alboroto con la mirada y se levantan para unirse a Alfonso. Le comentan que les han cobrado 3,50 euros por cuatro finísimas rebanadas de pan, que acompañaban a sus tapas de 2,50 euros.“Nunca me involucro cuando mis clientes se quejan”, comenta el joven mientras le ofrece a Alfonso un formulario para registrar una queja oficial. Agita ante las narices de Alfonso un grueso fajo de hojas.Alfonso explica a las italianas que una copia de cada formulario quedará en poder del dueño del restaurante y otra en el del cliente. Una tercera tiene que presentarse en persona ante las autoridades municipales el lunes siguiente.Alfonso se sienta en una mesa y empieza a escribir. Al cabo de dos minutos suelta el bolígrafo y se deshace del formulario. “Voy a la policía”, le dice al dueño. “¿O usted prefiere llamarlos antes?”Alfonso consigue a la policía municipal en la línea, que le dice que no acudirá si se trata de una discusión por 50 céntimos.“Es mucho más que eso”, les dice Alfonso. “Muchísimo más”.Una mujer que trabaja detrás de la barra se quita el delantal y sale corriendo. Los dos camareros se apresuran a arrastrar las mesas y sillas sobrantes a un almacén trasero oculto. Las dos italianas nos desean suerte antes de marcharse.Alfonso vuelve a nuestra mesa y me mira. La furia en forma de vapor alrededor de su cabeza empieza a disiparse.Se acerca al bar. Le ofrece al dueño pagar 4 euros por los dos cafés. El dueño muestra una sonrisa falsa. Se dan la mano.Cuando ya estamos en la calle, se acercan dos policías en un coche. Les informamos de la reciente altercación en voz alta, nos alejamos, y vemos al dueño trotar hacía el coche.“¿Está bien expuesta la lista de precios?”, oímos.“Está junto a la barra”, dice el dueño, con su sonrisa de gato de Cheshire.En la carretera de vuelta a Granada, Alfonso comenta que está muy orgulloso de sí mismo. En todo el tiempo que pasamos en el bar, nunca perdió la cordura. Ni una sola vez.AQ

Morir de risa | Por Ana García Bergua

Morir de risa | Por Ana García Bergua

Siempre he querido saber cuál era el chiste que, en un famoso sketch de Monty Python, mata de la risa a quien lo escucha. Es tan eficaz aquel chiste en su cometido, que terminan usándolo como arma de guerra y hasta ganan la Segunda Guerra Mundial. El chiste mortal debía de ser buenísimo. Quizá ese sketch se inspiró en el cuento de lord Dunsany “The Three Infernal Jokes” (“Los tres chistes infernales”) de 1906, en el que un hombre cuya única virtud, según él mismo afirma, es que una mujer le parece tan fea como cualquier otra, recibe por ella y directo del infierno –mediante un cable de cobre que conecta un misterioso mensajero a un pararrayos– tres chistes en hojas diferentes. Con uno de ellos mata a sus comensales en una cena; el siguiente acaba con todos los asistentes al tribunal donde lo juzgan, y no les digo el final. Tampoco Lord Dunsany revela los chistes asesinos; al parecer, uno era de irlandeses, como él mismo. Y una vez utilizados, los chistes se borran de la página.Si tenemos sentido del humor, no será extraño el recuerdo del fuerte dolor de estómago cuando no podemos parar de reír. Nos retorcemos y la risa viene con espasmos repetidos, acompañada de lágrimas y una sensación de ahogo que, dadas ciertas condiciones fisiológicas, puede llamar a la Parca. Pienso en el tipo de chistes que desencadenarían esta risa; quizá son como los de Monty Python: los chistes absurdos, los que causan sorpresa, como algunas escenas del cine mudo. Pero también reír por maldad puede producir el mismo efecto; el filósofo griego Crisipo murió de la risa en el siglo III a.c. por darle vino a su burro y ver cómo trataba de comer higos, como ilustra la Wikipedia que tiene una entrada sobre este fenómeno. Un ejemplo que no trae es el de Charlie Parker, quien murió cuando reía viendo por la televisión un sketch de su infancia en el show de Ed Sullivan. El gran músico ya estaba muy enfermo y esa risa fue la gota que derramó el vaso; ahí la risa es parte de una tragedia.Pero el complemento de morir de risa es morir por hacer reír; ese fue el caso de Jean Baptiste Poquelin alias Molière, quien actuaba su papel de Argan en El enfermo imaginario en el Palacio de las Tullerías cuando sufrió un ataque. Mijail Bulgákov escribió una biografía donde cuenta cómo el actor se desplomó en un sillón cuando su personaje hipocondriaco juraba ante la Facultad de Medicina: “Pero al momento el bachiller lanzó una carcajada y gritó: —¡Juro!”Uno puede imaginar las carcajadas del público, que no se dio cuenta de nada. ¿Qué habrá sentido Molière? Después de todo esto, no sé si quisiera morir de risa, pero aun así me gustaría saber el chiste de los Monty Python.AQ

Bruno Montané: donde más duele

Bruno Montané: donde más duele

El Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino cumple 50 años. En su primera edición, en 1975, lo obtuvo el poeta chileno Bruno Montané (1957) con su libro Los años están muy hondos, que nunca más sería editado, ni incluido en El futuro (Candaya, 2018), que contiene su poesía reunida.Con Roberto Bolaño, José Vicente Anaya y Mario Santiago Papasquiaro, entre otros amigos, participó en la creación del movimiento infrarrealista durante su corta estancia en México. Desde entonces ha emprendido pesquisas poéticas que a lo largo de su trayectoria alcanzan registros sensibles y entrañables, sobre todo para quienes hemos hecho de la palabra y la imaginación un asunto de vida:VocesNo sé cuántas veceshe escrito este poema.No sé cuántas veceshe visto temblar las imágenesque esas voces me recuerdan.Caen desde el cieloy cambian mis visiones.Transforman mi caminary se alimentan de mi silencio.Decidí acotar estas notas a sus poemarios Mapas de bolsillo (2013) y El futuro (2016), registros que coinciden cuando el poeta cruza los cincuenta años y se obsesiona (precisamente) con esas voces que le asaltan desde el imaginario poético para secuestrarlo de la vida. Bruno Montané se sabe confinado en el lenguaje, en el suyo, y desde su mismo desconcierto aventura una ensayística vocacional. No son pocos los textos que se alimentan del proceso creativo, del desasosiego de contemplar las palabras cuando se vuelven escritura. En “Ensayo sobre la motivación”, pareciera se contrapone el gozo de escribir con las “ganas de vivir”:“Nada se gana con escribir respirar y vivir fuera de lugar”.Vivir marcado como fuera de lugar (offside) significa que se invalida el avance del juego; nada se gana con escribir si en el fondo no se vive. Visto así, la consigna de Bruno Montané es escribir desde una posición límite, esto es, ejercer el oficio “apostando” por revelarse y revelarnos la vida… sin que esto le sustraiga del vivir plenamente:Aprendizaje de respiraciónDar cuenta de la escritura —ese es el tema—,como quien simplemente escribe o habla del amor.Redactar es una acción que atraviesael discurso de lado a lado, pero soloescribir —que es y no es lo mismo—llega hasta el fondo. Decimos que hacemosaquello que imaginamos, que hemos razonado,y que al fin hemos puesto en práctica.A la escritura no le preocupa el discursoni tampoco el correcto pulso de la redacción,lo que ella quiere es dejar de ser una palabraque esconda sus nervios, lo que ella deseaes ser un poema, un rayo, un truenoen el oído interior del discurso.Como sabemos, el poema no se redacta,el poema solo quiere aprender a respirar.En una entrevista con Marco Fonz de Tanya (revista El Gólem, 2018), Montané dice sobre este tema: “Me interesa más creer que expongo las palabras a una tensión, a una dinámica, a un espacio en el cual las imágenes y las posibles metáforas explican algo que tiene que ver con la vida, algo reconocible para mi asombro y, si tengo suerte, para el del lector”.Celebro que incluya el papel que juega el lector, y no me refiero a que Montané nos tenga que tener en cuenta en sus pesquisas poéticas, ese es su trabajo, su oficio, su dinámica (como él dice), pero uno agradece que una vez que leemos su propuesta, su informe existencial, uno se sienta tocado por el asombro de estar vivo, pero aún más, de estar vivo para y a pesar de la poesía.Un poeta para poetas, en gran parte sí, pero no seré yo el que vaya a reparar en esto, al contrario, agradezco el saberme acompañado en mi inocencia de ver y vivir el mundo. Bruno Montané (en su poema “Una nueva inocencia”) lo revela con una claridad que me reconforta:En contra de lo que a veces creemos,es la ingenuidad la que nos conectay hace abrazar la realidad.Al abrazar esa realidad se nos abre el mundo y sus ocupaciones, alegrías y desconciertos, que más allá de la escritura, son la otra temática dentro del imaginario poético. Aquel joven chileno que vivió en México, y que a todas luces se formó en la libertad expresiva y el quiebre de los convencionalismos, se reconoce ahora en el día a día, ciertamente enamorado, como le refiere a su pareja, con discreción, con humildad, pero reconociéndose con esa “extraña voluntad” de seguir adelante a pesar del despeñadero:Interminable abismoEsa extraña voluntadque nos empuja a hacer lo mismoen el oscuro y húmedo sismode una misma y única ciudad.Pensamiento del humilde valorcon que te amo y soy siempre el mismoen el tiempo y en la bondadcuando otra vez me hundo en las floresde nuestro hermoso e interminable abismo.El tema amoroso de este poema no es una declaración apasionada, pero sí de alto riesgo, pues a pesar de la palabra bondad, a pesar de ese discreto cumplido de las flores, está el “interminable abismo”, la presencia de la muerte. Montané no desgasta su discurso en referirse a ella, sabe que está ahí, como una figura incómoda, obstinada, pero sobre todo ajena a nuestras fatigas y quehaceres:La muerte no leeLa encontramos en un texto y otro,la vemos y sentimos cada día.Suave o terrible, siempre persistente,obstinada en su tarea, en el duroabrazo de su silencio final.Hija o hermana de la vida,extraña y vieja habitantede los lugares donde hay seres,objetos creados, dolor, cegueray silencio. Lo sabemos,ella no cuenta sus muertos,no mira el rostro de aquellosa quienes se lleva,jamás lee o escuchalo que sobre ella se diga o piense.Termino este apunte no sin antes recomendar leer y entrever en la poesía de Bruno Montané Krebs esa viveza de lenguaje, ese temple de cuestionarse donde más le duele.AQ

Esther, ¡las flores!

Esther, ¡las flores!

—Mira tu mano —me indicaba—, ¿qué ves?—Piel, volumen, carne.—Ojalá también veas un recuerdo, zonzo, o al menos el nacimiento de un camino. Ojalá descubras tu propio secreto.Yo me reía. Entonces ella me miraba, reprobatoria, presta para el regaño: —Así nunca vas a llegar a nada —me decía. ***Decimos que era difícil (y vaya que lo era) porque entre su sí y su no palpitaba siempre un motivo de trascendencia, como en la literatura. Por motivo de trascendencia, podía golpear como agua pasada por electricidad, incluso insultar; o, por el contrario, arropar como con telas extremadamente suaves, que algo tenían de la pavura a lo sagrado, para ver desde la palabra (que es también ojo) y buscar el engranaje a dislocaciones propias y ajenas.“¿Tienen las palabras una máscara? Tal vez”, escribió en uno de sus libros.—Anoche te me apareciste en sueños —le dije cuando hablamos por teléfono el día 28 de enero de 2010.—¿Y qué soñaste de mí? —me preguntó, con curiosidad inquisitiva.—Lo único que recuerdo es que te veía a la distancia y te gritaba: Esther, ¡las flores!—¡Ah! ¡Las flores! —respondió, irónica; como para sí.—¿Qué sería de los ángeles sin los demonios? —me preguntó el 14 de enero de 2010 en que nos encontramos—. Dime, ¿qué sería?—No sé; tendrían menos chamba —le contesté. Entonces rió. Luego, se esfingió frente a una de mis pinturas y dijo, tranquilamente:—Esto es la vida.—Es una pintura, Esther—le respondí.—¡Pero es la vida! —dijo, ordenando—. ¿Y se puede saber cómo llegaste a esto?—A lo mejor sacándome los cuchillos que, hace doce años, me dijiste, yo mismo me había clavado.Sonrió. Y enseguida preguntó:—¿Y la escritura ya no?—No —le respondí.—¿No te alcanzó la escritura, corazón? —bisbiseó.—No.—Volverá —dijo, dándome la espalda. ***00972262222655. Marqué su número telefónico en Jerusalén, con el recuerdo de lo que me había dicho un día de 1995: “Con timideces no se llega a nada”.—¿Esther?—¡No te vas a morir! —me respondió, eufórica—. Estaba acordándome de ti.Me pidió que le contara cómo estaba yo, cómo estaba “ahorita” México.—Yo bien. México no sé —le respondí—. Yo acabo de regresar.—¿Y a dónde fuiste? —preguntó.—No sé, Esther. Estuve enfermo una vez más. Se me apagó un foco de mi sistema nervioso. Tuve una falla química. No sé si entiendas de lo que estoy hablando.—¡Cómo no voy a entender! —respondió casi indignada—. Dímelo a mí, que tuve que desgañitarme frente al mar.—...Estamos en 2005, Esther, ¿cuándo vuelves?—¿Volver? —dijo secamente—. Pero si ya fui y ya regresé. —Luego atajó—: ¿Y tú qué vas a hacer ahora?—Pintar —le respondí.—¿Pintar? —me preguntó, con un tono de asombro sobreactuado. ***“Te hablo porque no quiero ir a nuestra cita. Estoy enfurruñada. Tengo mucho frío”, me dijo por teléfono el día 12 de enero de 2010.—Está bien, pues —le respondí—. Abrígate.—Discúlpame —contestó.Sentí una forma de alivio. Había estado yo de nervios al pensar en que me reencontraría con ella, con la mujer que alguna vez me había “leído” mi carta astral, como hizo con muchos; y por quien yo había quedado embelesado por el uso de su palabra, la literatura, siempre la literatura.Desasosiego sentía por volver a ver de frente a la mujer que había desplegado en un solo tiempo la confluencia de todas las religiones, dejando entrever que raíz de toda religión es el delirio. Eso es su libroLa morada en el tiempo: una diatriba contra el sueño-promesa traicionado de Jacob —¿es el sueño también, esté signado por Bien o por Mal, una promesa no cumplida?—, que se repite en ecos en los sueños de los demás, un reclamo de fin de guerras pero desde la guerra, y un no al olvido, un sueño sobre la faz imaginaria del Dios uno, que no el único creado, pero sí uno.—Ya no quiero a Cioran, ya no me gusta. Mira, he vuelto a leerlo, a cometer la tontería de intentar entenderlo, es un pantano —le dije un día.—Sí; aguas cenagosas. Un pantano fársico —respondió casi en un murmullo.—Pero si tú me acercaste a sus libros.—Pues ahora quiero que te alejes de ellos. En 1995, me obsequia un libro un amigo, casi con regaño al ponerlo en mis manos (un rasgo muy seligsoniano, comprobaría yo después). Es Sed de mar. “¿Lo has leído?”, me pregunta. “No”, respondo. “Entonces no has leído casi nada”, me dice, tajante.Pese a la transparencia desde la cual intenta sustentarse, o por lo mismo, Sed de mar tiene el don preciso de provocar sed de preguntas. ¿Será eso también la transparencia, o una de sus máscaras? ¿Será la interrogación lo que sostiene a la transparencia? “¿Tú qué luces cargas en la memoria?”, pregunta Penélope a Ulises en Sed de mar.Veo a Esther Seligson siempre en proceso de escritura, desde el libro hasta su propio rostro, desde su habla hasta sus manos, desde la ira hasta la ternura, siempre en escritura. Anhela la luz en su totalidad, anhelo que ella ha transmitido y posteriormente confirma en el deseo del hijo fallecido, quien ha consignado tal pretensión en una de sus cartas, que Seligson reproduciría en su libro Simiente. Veo a Esther Seligson en errancia como impulso vital.La veo entonces habitando esfera de pensamiento.Veo la escritura de Esther Seligson en plano secuencia. La desveo y vuelvo a verla: fulgurante, pero también con estribaciones; con consciencia de la indispensabilidad de la sombra, así se trate de sombra de sueño. ¿Qué si no sostiene a sus figuras-personajes recortados con palabras, contra el fondo nostálgico de la Eternidad? Veo a Esther Seligson intrépida, entrando en casa bíblica, en casa griega, en casa tibetana, la veo entrar en lenguas, y aquí casa y lenguas son Libro, al modo jabesiano, y al que ella se entregó, al Libro propio, a tientas tal vez, porque “a tientas se entra en lo que uno ama aunque aún no se le conozca”, a tientas del ser, que hace del vagabundeo expresión filosófica, en opinión de Emanuel Lévinas.—¿Cómo estás? —le pregunto.—Estoy como decido estar.—¿Y tú?—Tranquilo. En sosiego, Esther.—Lo siento, querido, eso significa que estás envejeciendo. Cuando se entra en sosiego, cuando ya no tienes ni una pizca de ira, cuando ya no amas ni odias, es que has empezado a envejecer. ***En agosto de 1995 el amigo que me ha introducido a la literatura de Seligson me hace partícipe de su generosidad, me dice un día: “voy a visitar a Esther Seligson, ¿quieres venir?” Le digo por principio que no, y en el fondo es un sí reacio a salir a escena. Él insiste y el sí se apronta sobre el no.En el departamento de Seligson me siento como un intruso entre la amistad de hierro y panes que la unía a mi amigo.No sé qué decir. Y Seligson entiende, sin preguntar, que la timidez me atenaza. “Con timideces no se llega a nada”, me dice sonriendo, cruel, aunque no exenta de cierto sentido pedagógico. Basta con que le responda a su pregunta de cuál es mi signo zodiacal para que abra su puerta solidaria y su disposición de conocerme.Me mira casi con intención hipnótica. Me recomienda que lea a Cioran y el Oficio de vivir de Cesare Pavese. Y que vea la película Nostalgia, de Andréi Tarkovski.—Allí hay algo para ti —me dice, impositiva.A tres meses de aquel encuentro me llama por teléfono para felicitarme por mi cumpleaños y para hacerme un obsequio: trazar (leerme) mi carta astral. Acepto y quedamos de acuerdo en el día. Y el día llega.Veo líneas y curvas sobre una hoja de papel en la que aparecen una circunferencia y los símbolos zodiacales, que me muestra y a partir de la cual va diciendo: “mira, tienes a Urano en la cuarta casa…”, y así por varios minutos.—¿Pero qué significa todo eso? —le pregunto. Me mira con terneza.—Ah, quieres que te lo ponga en cristiano —dice.—Sí. Me hace un recuento de hechos, fallas, logros, situaciones familiares, malas heredades, posibilidades futuras, soledades enormes, alegrías apiñatadas. Me habla del don de la serpiente, del fénix, sobre todo de los dones de Escorpio, de misterios múltiples.—Todo eso me ha pasado y me sigue pasando y todavía no me he dado cuenta, Esther.—Es que abusas de la paciencia. Con todo hay que estar en timing, hasta con el destino. ¿Será porque tienes a Géminis como ascendente?—¿Y todo esto que me dices cómo lo puedo utilizar para que me sea benéfico de ahora en adelante?—¡Para que ya no te sigas poniendo como alfombra!—Bueno, pero en general no siento que esté tan mal. Estoy aquí…—Pues sí, pero cuídate, porque todo indica que en tu vida pasada fuiste exterminado.—¿Cómo? ¿Por qué?Respondió con una pregunta:—¿Qué sientes cuando ves películas sobre el Holocausto?—Ahora que me lo preguntas, no me agradan mucho, siento una forma de angustia, de asfixia cada vez que veo películas sobre el tema.—¡Pues porque en tu vida anterior fuiste exterminado en un campo de concentración!Le creí.Y agregó:—Y en la anterior a ésa, te quemaron. Sí, sí, seguramente. Durante la Inquisición.Dio por terminada la consulta, su obsequio. Y yo quedé un poco abrumado con tanta biografía desbordándose por encima de mis años, que yo consideraba no muchos y más bien comunes y corrientes.A principios de 1998 me manda Esther Seligson un mensaje. Me comunico con ella. Me dice que ha vuelto a revisar mi carta natal, que quiere notificarme lo que encontró, que ha podido hacer algunas precisiones. Me menciona la palabra “tránsitos”. Hacemos una cita.Voy a su departamento. A mi llegada, se muestra, como siempre, afectiva y amigable, levemente regañona a instantes pero con matiz irónico. Y nos disponemos a hacer la revisión de la carta natal. Su vista clavada en el papel zodiacado. Yo a la expectativa.—¿Qué ocurre? —le pregunto. —Mira, hay algunos aspectos de tu carta que yo no tenía muy claros. Te tengo que contar de tiempos que pueden ser muy difíciles para ti. Son doce años —afirmó.—Pero ¿por qué? —le pregunto, ya un poco entrando en angustia.—Por ti, pero también por tu carta.—¿Pero por qué se ven tan difíciles?—Confusiones, muchos sufrimientos. Te has clavado muchos cuchillos tú mismo. Van a ser doce años.—Doce años, ¡pero eso es muchísimo tiempo!—¡Se trata de un periodo de doce años! —reafirmó, con gesto dramático.Saturno pasaría por no sé cuál de mis casas, y podría darme en la torre, según me explicó.—Pero, en concreto, Esther —le reclamé.—Son doce años —me respondió—, durante los cuales te puede pasar ¡todo!—¿Pero qué es todo? ¿Y ante eso qué debería hacer yo?—Son situaciones, aspectos, no te puedo decir, así, con exactitud qué. Pero tienes que decidir —respondió—, solo tienes dos opciones: o te vas a la basura o empiezas a recoger tus pedazos.Advirtió el pánico en mi rostro, entonces pasó su mano sobre mi brazo.—¡O te vas a la basura o empiezas a recoger tus pedazos! —me volvió a decir, apretando los dientes.Entonces sí la sentí maligna.Me puse de pie.Antes de cruzar la puerta para salir de su departamento, volví a preguntarle:—¿Entonces qué puedo hacer?Sonrió, y me dijo escuetamente.—Pintar, por ejemplo. ¿Nunca se te ha ocurrido hacerlo?—No sé de qué me hablas. ***Blanco el color de la sed y blanco el color de la morada. Blanca la tentación de caer en la escritura. Y blanca la espera y de un blanco ruidoso el silencio. Blanco lo que nutre el pensamiento. Blanca la ausencia de Dios. Blanco el retorno. Dar en el blanco: propiciar el despertar de la voz.Recomendación de no sé qué trasfuente de filosofía oriental: para salir de los remolinos de la mente: ver lo blanco.Oigo así las obras de Esther Seligson: cada libro un inicio; cada texto, un principio en el tramo de su camino. Cada palabra: un insuflo al nacer de un sendero. ***Y un día, de golpe, black out.Un periodo de tropiezos, enteramente míos, enfermedad filosófica y bien encarnada: esa lluvia permanente de angustia, esa seducción por la caída. Los caminos se incendian. No dicta ya ningún dios esperanza.Y de trecho en noche, a veces la llamo por teléfono. No juzga, no aconseja, no consuela, no persuade, no insta, no reprocha: escucha, observa con su oído.Y a veces dice musitando, maternal:—Descansa. Duerme.Y de algunos de esos espacios, de llamadas secretas para la nada, surgen nuevos encuentros siempre en compañía de otros amigos.Llegan regalos sorpresivos: un día, un cuarzo; otro, un huevo tallado en mármol; otro, un nuevo libro de su autoría.El regaño llega también inesperadamente un día:—¡Tienes que levantarte! ¡Tienes que seguir!Entonces la angustia cesa, todo comienza a moverse, la atención se desplaza de nuevo hacia lo vivo.Me entero del suicidio de su hijo Adrián. No sé qué decir. No hay nada que se pueda decir, porque hay todo por decir. Y ella no quiere escuchar nada.“¿Qué dice el silencio cuando calla”, Esther?—Entonces, ¿qué vas a hacer?, ¿te vas? —le pregunto.—Voy a Lisboa. Me voy.—Esther, ¿por qué me dijiste aquello de pintar?—¿Te dije eso alguna vez?—Sí.—No recuerdo. —¿Y tú sabes por qué? —me retó.—No.—¿Y cómo sigues?—Viviendo un poco —me despedí. ***Veo a Esther Seligson así: maga enfadada, dolorida pero hierática ante la muerte de su hijo Adrián; empueblándose por calles aneblinadas de saudade en Lisboa, desenmarañando enigmas, deslumbrada de tristezas, pero firme, rearquitecturando el amor, los sueños, abordando y después descendiendo de barcas de desasosiegos pessonianos.Y luego, en Jerusalén, entrando y saliendo en tierra prometida, bañado el rostro por la luz dorada de la errancia, la luz dorada del blanco, la luz dorada del Libro, el suyo que la ha encontrado sin buscarla.La veo de vuelta y regreso. Y en retorno final. ***De vuelta en México.El encuentro es fortuito: camina por la calle de Insurgentes. Lleva puesto un tapabocas. Va vestida de falda larga. Nos vemos. Y me abre sus brazos.—Te grité. No quise acercarme de sorpresa, como veo que traes un tapabocas.—Estás flaquísimo, me valen madres los tapabocas, es que iba a entrar allí —me indica con una mano el Metrobús—. ¿Qué estás haciendo ahora?—Pinto. ***A principios de 2010 le hablo por teléfono. —Esther, ya es tiempo de vernos.—¿Leíste mi libro o no?—Sí. Lo leí. Cicatrices.—¿Y?—Esther, tú has encontrado perversiones literarias inauditas. —Y ella ríe, ríe estentóreamente.—Hay relatos en ese libro que pueden ser pesadillescos —le digo.—Como la realidad. Y no dudes que todo eso haya ocurrido. Hay que cruzar la realidad como se cruza un río, como lo haría un escorpión. ¿Y leíste la dedicatoria que te mandé?—Sí.—¿Te fijas qué mala leche soy?—Quiero invitarte a ver.—¿A ver qué?—Pintura.—¿Tuya? —Sí. Tú me la vaticinaste, ¿te acuerdas? Ya pasaron más de doce años desde entonces. La verdad es que cuando me lo dijiste te tiré a loca. Pasaron los años difíciles, de los que me hablaste. Recogí mis pedazos de la basura.—¿Eso te dije?—Sí, eso me dijiste.—Mmmmm. La pintura.—Tú me la vaticinaste.—Ay, bueno, yo sólo fui la trasmisora —me respondió, exultante.Quedamos de vernos el 12 de enero de 2010. Yo le había propuesto el día 13, me respondió que definitivamente el 13 no. El día 12 por la mañana me llama para decirme que no quiere, que no puede, que tiene frío.De alguna forma siento un alivio pero también la amenaza de que los dos quedemos varados en lo indeterminado.Dos días después, el jueves 14 de enero, suena el teléfono. Es ella. Dice:—¿Vas a estar en tu estudio? —No sé.—Pues tienes que, porque voy para allá. ***—Me mata Erik Satie —dice al llegar… No quiere que le muestre, quiere por sí sola encontrar.Se detiene frente a una pintura.—Esto es la vida.—Es una pintura, Esther.—¡Pero es la vida! —ordena—. Nunca pensé que me gustaría todo esto que has hecho—dice—. Venía con la mala intención de encontrarme con un amateur.La miro. Está contenta. Y luego dice:—¿Te fijas qué cabrona soy?Nos reímos.—A veces —le respondo—. Solo a veces.—¡Mira!, ¡escucha! —dice—, la alegría, Shiva, el color, el fuego vivo, Vincent, la eyaculación, pero Bacon no, ¡lo aborrezco!Y enseguida, se detiene frente a la pintura titulada Ése.—Es tremebundo este cuadro —dice—. ¿Alguien se habrá dado cuenta que pintaste el mal? ¡Lo conseguiste!—Esther, me asustas. Yo creía que era algo cercano a las facciones humanas, siento que se parece a mi cara. Hasta me da un poco de pudor con lo que me dices.—¡No, no, no! No, no eres tú. Tú crees que eres tú, pero no. Nada que ver con tus rasgos. No es retrato. ¡Es el mal! No te estoy hablando del mal de la calle, del de las noticias… de esas cosas horrendas y mundanas; te estoy hablando del Mal, con mayúsculas, en sentido metafísico, el que no se ve, el que está más allá de la carne y de las guerras, el Mal, ¡el invisible Tezcatlipoca! No; te estoy hablando del Mal como posibilidad rectora del Ser. Escucha —me pide.Me dispongo a hacerlo.—Pero escucha con atención: “Yo soy y no existe otro más: modelo la luz y creo la tiniebla, hago la paz y creo el mal. Yo hago todo eso. Ése, ¡ÉSE SOY YO!”.La miro. Y pregunta:—¿Qué sería de los ángeles sin los demonios? Dime, ¿qué sería?La veo extasiada en sus propias palabras. La veo escenificada. La veo con el amor que prodigó al teatro.—El misterio del arte es insondable —dice.Se pone frente al cuadro titulado Estación Atocha:—Apenas lo puedo creer.—¿Qué?—Hubiera sido la portada de mi libro Cicatrices. Ésa era.—Bueno, pero ya se publicó tu libro.—Pero vienen otros —dijo, entusiasmada.—Ese otro cuadro, lo quiero para mi libro —señaló con un dedo.—Así se llama esa pintura, Ése, acabas de darme cátedra sobre ese cuadro, Esther. Así se llama y así se volverá a llamar de ahora en adelante.Se acerca y me toma las manos.—¿Cómo le hiciste? Estabas muy mal cuando nos conocimos. ¿Cómo le hiciste para esto?—A lo mejor sacándome los cuchillos que, hace más de doce años, me dijiste, yo mismo me había clavado. Los demonios.—Sí, ¿verdad? Ay, es que todos tenemos tantos demonios. ¡Los demonios son como cuchillos!Antes de despedirnos, le pregunto si ya tiene menos frío que los días anteriores. Me responde que casi igual, que el frío le afecta en demasía. A mí también, le digo, es que tengo problemas arteriales, por eso en épocas de frío recurro a dilatadores.—¿Qué es eso? —me pregunta. —Dilatadores, dilatadores arteriales.Me mira como una niña.—Es que con el frío las arterias se cierran, así me lo explicó el médico —le informo.—¡Ah! —dice—. ¿Y si no hace uno eso?—Pues se expone uno a problemas.—¿Cómo qué?—Puede dar hipotermia. Se cierran las arterias y se ahoga el corazón.—¡Oh!—La otra es ir a clima cálido, mientras pasa el frío.—Ay, no —dice—.—Al desierto, por ejemplo —bromeo—.Nos despedimos. Me habla por teléfono el 28 de enero de 2010:—Soy Esther. Quiero decirte que fue una gran experiencia que nos viéramos, ver tus pinturas. No las puedo borrar de mi mente. Gracias.—Gracias a ti —le dije—. Anoche te me apareciste en sueños.—¿Y qué soñaste de mí? —me preguntó, con curiosidad inquisitiva.—Lo único que recuerdo es que te veía a la distancia y te gritaba: Esther, ¡las flores! —¡Ah! ¡Las flores! —respondió, irónica; como para sí.—¿Y cómo estás? —le pregunté.—Muy contenta. Acabo de poner punto final a mi novela.—No me habías dicho que estabas escribiendo una novela.—Sí. Terminé. Bueno, bueno, pero te pido que me vuelvas a invitar a ver tus pinturas. ¿Me lo prometes?—Te lo prometo. Esther, eres mi ángel de la guarda.—Ay, bueno, yo sólo fui la transmisora. Y bueno, ¿qué sería de los ángeles sin los demonios?—Pues tendrían menos chamba. —Entonces ella rió.—Ahora me voy a dormir. Que sueñes dulces sueños, corazón. Bueno, bueno, adiós. Pocos días después, el 8 de febrero de 2010, Esther Seligson murió a causa de una falla cardiaca.AQ