
El infierno según Aster
Ari Aster puede hacer de un pequeño espacio un averno inmensurable. En Hereditary (2018), su primer largometraje, la casa que habita la familia Graham se torna un sitio enrarecido tras el funeral de la matriarca, cuya herencia incluye una oscura sombra que los lleva al filo de la insania y transforma su morada en un templo alucinante.En Midsommar (2019), la comuna ancestral de Harga, en Hälsingland, Suecia, es el idílico escenario de una liturgia cada vez más tenebrosa: senicidios (los viejos se aplican la eutanasia saltando de un acantilado), endogamia, incesto, inmolaciones. La secta que habita Harga es un modelo perfecto de locura. Lleva a sus huéspedes al ara de los sacrificios después de vaciarlos de sus almas con una serie de ritos bestiales.Por su parte, Beau tiene miedo (2023) comienza con el ajetreo en un barrio marginal. Ebrios, drogadictos, vagos y prostitutas deambulan alegre e impunemente como cucarachas de un refectorio de comida china, aterrorizando al pobre Beau, un depresivo, agorafóbico loser, para el que el solo hecho de sortear peligros callejeros y entrar en su edificio representa un eterno juego de ruleta rusa. Tarde o temprano, sospecha Beau, alguno de esos bichos lo va a matar como al Santiago Nasar de la novela de García Márquez, desarmado y sin poder abrir la puerta.Los espacios de Ari Aster poseen una atmósfera espectral. Son opresivos, incómodos, dan la sensación de mal agüero. Lo mismo una casa, un campo o un barrio entero, también puede ser un pueblo: Eddington, su más reciente filme, combina las inquietudes de este cineasta educado en las películas de Roman Polanski, John Carpenter y Michael Haneke con el humor negro y la crítica a las imposturas socioculturales.Estamos en 2020 en Eddington, un rascuacho caserío de Nuevo México, y la pandemia del Covid 19 es el punto de quiebre de su sociedad: el sheriff Joe Cross (Joaquin Phoenix) se niega a usar la mascarilla, insubordinación que lo enfrenta con el alcalde Ted García (Pedro Pascal). La rencilla entre ambos tiene un origen más escabroso, por supuesto, pero sirve para que el sheriff arrecie el desafío lanzando su candidatura para alcalde. Y en medio de su burda batalla, en aquel poblacho harapiento saltan como hongos otros fenómenos extraños: un homeless forastero pone de cabeza la serenidad de la cantina; los adolescentes organizan marchas y bloqueos en apoyo al movimiento Black Lives Matter, no obstante que los polis de Eddington son interraciales, inofensivos y haraganes, mientras que su demografía no alcanza siquiera a llenar un mall; los escépticos difunden la tesis conspirativa de la pandemia: el mundo fue manipulado por los gobiernos y las farmacéuticas; un gurú en gira aprovecha el paso para lavar cerebros, sobre todo el de la frígida esposa del sheriff; un sospechoso centro de datos se asienta en la llanura que divide a Eddington de una comunidad indígena, y un ejército de extremistas llega para ajusticiar al sheriff acusado de violencia racista en las redes sociales por alguno de los entusiastas activistas del BLM.Con esos elementos, Aster lleva al espectador a la espiral narrativa propia de su cine, ese punto que se aleja del centro pero gira alrededor de él, quedando fuera o dentro de lo racional: sus relatos son una rueda de situaciones lúgubres, insensatas, sobrenaturales, incluso estúpidas, mas no por eso abandonamos el hilo de emociones que atormentan o destruyen a sus personajes.Sea una madre convencida de que un demonio se ha infiltrado en su familia o una mujer mentalmente vulnerable rendida al dogma de una secta; sea un saco humano de fobias y complejos obligado a emprender una tortuosa travesía para reencontrarse con su despótica madre o el sheriff de un pueblo bicicletero que le roba la cordura y lo hace enfrentar las crisis propias de las grandes urbes, en aquellos espacios diminutos y con seres tan humanos, Aster traza la genuina forma y tamaño del infierno.AQ