
‘Mar de dudas’: queja y elogio de la entrevista
Todo el tiempo me ofrecen entrevistas. Debería cambiar mi semblanza a: “Escritor y editor. Recibe todos los días ofertas de entrevistas”. Y es verdad. Diario, entre las nueve y las siete, me llegan correos electrónicos con el asunto de “¿Te interesaría una entrevista con fulano de tal para Letras Libres?” Me llegan ofertas al Facebook, al correo del trabajo y al correo personal. Los más aventurados obtienen mi número de celular y me mandan mensajes por WhatsApp un domingo por la tarde. Las personas me detienen en la calle o me gritan desde el otro andén del metro: “¡Hey, una entrevista!” Una vez hice las cuentas y recibo 2.3 ofertas de entrevistas por cada persona que me ofrece un poema, lo cual –en tierra de poetas– es ya de pensarse.Para quienes estamos en el fabuloso mundo de la edición de revistas o páginas web, las entrevistas se han vuelto el género comodín, cuando todo lo demás ha fallado y el experto no tiene tiempo de escribir sobre un tema y el segundo de la lista acaba de pedir su año sabático y el tercero está viajando rumbo a un congreso en las islas Bora Bora, en donde no tiene acceso a internet. En ocasiones, funciona de manera inmejorable para dar a conocer un libro sin el tedioso proceso de esperar una reseña.Otra cuestión es que, al igual que la obscenidad, no sabemos reconocer una buena entrevista hasta que la vemos. Para ciertas personas una buena entrevista provoca silencios incómodos lo suficientemente significativos para intuir ahí una suerte de respuesta. Para algunos más, una buena entrevista lleva al interlocutor a lugares inesperados, lo saca de su zona de confort. Para otro sector, es exactamente al revés: un entrevistado –a menudo alguna celebridad televisiva– puede sentirse tan cómodo con la conversación que, en cierto momento y como no queriendo la cosa, termina confesando un delito.En Mar de dudas (Grano de Sal, 2025) el libro más reciente de Carlos Bravo Regidor, no hay delitos que perseguir. En cada una de sus catorce entrevistas con algunos de los pensadores más interesantes de la actualidad (Daniel Innerarity, Margaret Macmillan, Ivan Krastev, etc.), el libro rompe una lanza por otro tipo de conversación, no dominada por ese utilitarismo del que he hablado líneas arriba. Frente a entrevista “de paso”, cumplidora o que comienza con “¿puede decirnos quién es usted y de qué trata su libro?”, lastimosamente comunes en el ámbito cultural, Bravo Regidor apuesta por el diálogo extenso, producto de una lectura minuciosa, y preocupado no solo por ayudar al entrevistado a vender un libro más sino por dejar al lector con varias ideas sobre las cuales pensar. Por si esto fuera poco, lejos está Bravo Regidor de la complacencia: más de una vez, desafía a sus entrevistados, no para mostrarse más brillante que ellos, sino para refinar un argumento. De nueva cuenta, en beneficio del lector.El mundo puede ser confuso por la propia complejidad y velocidad de los acontecimientos, pero también por el ruido de las interpretaciones. Entre quienes lo interpretan y quienes buscan transformarlo tan pronto como sea posible, quizás convenga tomarse un tiempo para entenderlo. Mar de dudas busca aclarar el vocabulario con el cual buscamos orientarnos. Acaso porque hemos sobreexplotado palabras como “fascismo”, “populismo”, “relato”, “posverdad” o “desigualdad”, da la impresión de que han perdido su capacidad para describir ciertos aspectos de la realidad y se han convertido en municiones para el ataque personal o la consigna. Ante eso, volver a plantearse lo que significó “fascismo” y qué tipo de derivación fascista vivimos en estos momentos –como tan provechosamente hacen Bravo Regidor y el experto en fascismo Federico Finchelstein– ayude mucho más a la época que etiquetar de “fachos” a las personas que nos caen mal. En esa misma línea, vale la pena decir que este es un libro contra las etiquetas y capaz de hacer “colapsar las categorías cerradas”, como pide Rebecca Solnit, otra de las entrevistadas. De ahí que sorprendan, por ejemplo, las respuestas de Branko Milanovic, que presenta a un Marx mucho menos dogmático de lo que los marxistas y los antimarxistas quisieran, pero también a un Adam Smith mucho más crítico con el sistema capitalista de lo que la ortodoxia sugiere.El de Bravo Regidor es también un libro para entusiasmarse de nuevo con la discusión política. A mi modo de ver, una de las consecuencias de mirar políticamente cualquier aspecto de la vida es que hemos perdido interés en los asuntos que, en otro tiempo, se llamaban “políticos”. De repente, los temas políticos se han vuelto un atajo para saber quién está en nuestro bando y no un asunto que preferiblemente habrá que resolver de manera colectiva. Hay que admitir que una gran parte de esa responsabilidad recae en quienes editamos y escribimos en los medios. El debate político se ha vuelto en buena medida repetitivo, a menudo partisano hasta la esterilidad y de vez en vez parece que no puede llevarse a cabo sin un señor que nos diga al inicio: “Son las nueve de la noche y… es la Hora de Opinar”. Pero este libro, con su serenidad, su disposición a escuchar ideas ajenas y establecer terrenos comunes, propone cómo renovar esa lectura política de los temas públicos.Un detalle a subrayar es que, a pesar de basarse en material previamente publicado, Mar de dudas funciona plenamente como libro. La edición de Grano de Sal añade referencias bibliográficas y hemerográficas a las piezas originales, lo cual se agradece, porque siempre es un engorro que el entrevistado mencione, casi al pasar, un estudio que solo conocen los más aferrados del CIDE. Pero mejor que eso: debido a la manera en que están ordenadas las piezas, la compilación ayuda a contrastar puntos de vista entre los propios entrevistados. Así, a la excesiva confianza que Rebecca Solnit muestra por el “relato”, sigue una crítica al progresismo que ha abandonado el estudio duro de la economía, por parte de Pablo Stefanoni. Y, cuando la discusión parece haberse zanjado a favor de este último, todavía falta una siguiente reivindicación de las historias personales por parte de Ece Temelkuran.Me gustaría terminar con un contraste de imágenes. La portada del libro proviene de un cuadro de Courbet llamado El desesperado, que muestra el rostro de un joven que mira con una mueca de angustia a quien lo está mirando, como si el espectador fuera el motivo de su desesperación (y podemos entenderlo, con frecuencia son los otros los que nos desesperan). Al desdoblar la solapa, podemos apreciar la foto de Carlos Bravo Regidor, quien, en lugar de vernos de frente, parece evitar nuestra mirada o estar prestando atención a algo fuera de campo. Más que alguien que observa nostálgico o utópico al horizonte, lo quiero pensar como un gesto de quien escucha. De quien se mantiene atento a un tercero que no aparece a cuadro. Creo que ese afán de incluir a alguien más en la conversación es el espíritu que recorre Mar de dudas, un libro que no acontece solo entre el autor y su lector, sino en un espacio compartido. Y eso es algo que se agradece.AQ / MCB