"No necesitas tantas cosas para disfrutar": así pasan las fiestas las familias que han decidido reducir las celebraciones
En algunos hogares están revisando cómo celebrar estos días para introducir pequeños cambios El espíritu de la ansiedad: las reflexiones de un psicólogo sobre lo agotadoras que pueden ser las fiestas En muchas casas, diciembre había dejado de sentirse festivo para convertirse en una carrera. Listas eternas, planes encadenados y celebraciones que se cumplían por inercia. En ese contexto, empieza a surgir una pregunta sencilla: ¿qué merece realmente tiempo y qué se puede esperar? Adriana, 41 años, madre de una niña de siete, recuerda cómo vivían las fiestas “con el piloto automático”. Compraban porque tocaba y tenían la agenda completa, pero la sensación de desconexión era compartida. Este diciembre han reducido el calendario a tres actividades que sí disfrutan: decorar la casa, ver una película juntos y escribir la carta a Papá Noel. “Nos damos cuenta de que, cuando hacemos menos, estamos más”, asegura. Con menos planes, esperan vivir estas dos semanas con menos apuro y sin la constante idea de no llegar a todo lo que quisieran. Una reflexión parecida tuvo Álvaro, 45 años, padre de dos niños de ocho y once años, al recordar lo que llama “la Nochebuena maratoniana”: cuatro casas, tres comidas y dos desplazamientos largos. Acababan todos agotados. “No lo hacíamos por ilusión, sino por obligación”, admite. Este año decidieron eliminar compromisos y reducir desplazamientos, con la idea de vivir la noche sin ir contrarreloj. Así, la celebración no terminó en cansancio y pudieron llegar a casa con la sensación de haber estado presentes, y no solo de haber cumplido. Sonia, 33 años, madre de una niña de cuatro, centró el cambio en los regalos tras varios años de acumulación. “Ella abría un juguete y ya tenía otro esperando. No disfrutaba nada”, cuenta. Recuerda que, al final del día, su hija apenas recordaba qué le habían regalado. En su casa, han optado por limitar los regalos a uno por persona y uno compartido: una excursión. “Nos ilusiona más que cualquier paquete. Al final te das cuenta de que no necesitas tantas cosas para disfrutar estas fechas”, afirma. La intención es que la ilusión no se diluya entre objetos y pueda sostenerse más allá del propio día. Menos sobrecarga, más bienestar emocional En cambios como este, empieza a aparecer una sensación compartida. Al reducir estímulos, cada día deja de convertirse en una sucesión de impactos y puede vivirse con más continuidad. Para los niños, ese ajuste se traduce en más tiempo para jugar sin interrupciones y menos necesidad de pasar rápidamente de una cosa a otra. Para los adultos, supone revisar expectativas y aceptar que no todo tiene que ocurrir en un sola jornada. Muchas personas sienten que la dinámica del consumo las ha alejado de lo verdaderamente importante y son cada vez más conscientes de que el exceso de regalos no siempre se traduce en mayor bienestar Emma Domínguez Barreiro — psicóloga sanitaria Emma Domínguez Barreiro, psicóloga sanitaria especialista en terapia familiar y crianza respetuosa en el centro Punto & Aparte Psicología-Logopedia, explica que este deseo de una Navidad más sencilla y con menos compras aparece con mayor frecuencia tras años de cansancio frente a una celebración basada en la acumulación. “Muchas personas sienten que la dinámica del consumo las ha alejado de lo verdaderamente importante y son cada vez más conscientes de que el exceso de regalos no siempre se traduce en mayor bienestar”, comenta. Según señala, una Navidad sin excesos “permite reconectar, respirar y vivir desde la calma”. También ayuda a cuidar el clima emocional del hogar y a proteger a los niños de la idea de que “más” significa “mejor”. “Cuando hay presencia real de los adultos, el niño no necesita llenar vacíos con objetos, porque lo que recibe es atención, mirada y coherencia”, sostiene Domínguez. En este contexto, surgen más momentos de juego compartido, más conversación y una mayor capacidad de disfrutar de lo cotidiano. Aclara que ese tipo de experiencias son las que dejan una base emocional más estable en la infancia, “más profunda que cualquier objeto”. Decisiones pequeñas, efectos reales En otros hogares, el cambio llegó con ajustes aún más pequeños. Amanda, 36 años, madre de dos niñas de cinco y nueve, decidió dejar de encadenar actividades. “Visitábamos mercadillos, íbamos al teatro, de tiendas… Ellas estaban saturadas, nosotros también”, indica. Este año han elegido un único plan especial: hornear galletas juntas el 23 de diciembre. Con el nuevo planteamiento, esperan que ese día sea el momento que más ilusión les haga a las tres. Visitábamos mercadillos, íbamos al teatro, de tiendas… Ellas estaban saturadas, nosotros también Amanda — madre de dos niñas Otros han optado por proteger un día entero de calma. Antón, 41 años, padre dos niños de seis y diez, ha reservado el 25 para estar en casa, sin trabajos, móviles ni visitas. “Es nuestro día de paz. Solo juego y tranquilidad”, opina. Su idea era que la jornada se estirase sin horarios y la casa se llenara de ratos compartidos que no necesitan planificación. Y hay quienes han empezado por simplificar la logística. Candela, 36 años, madre de un niño de cuatro y una niña de siete, quiso evitar las compras de última hora que asumía siempre sola. “Me agobiaba. Ahora hacemos varias listas pequeñas y la resolvemos en dos o tres tardes”, subraya. Para ella, reducir decisiones y expectativas supone una manera concreta de aliviar la carga mental y llegar a las fiestas de manera más relajada. El papel del ejemplo adulto Las decisiones de los adultos marcan el tono cuando una familia decide reducir compras y priorizar el tiempo compartido. Los niños aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice, y necesitan coherencia entre los mensajes y las acciones. Así lo explica Sandra Oliveira Rodríguez, psicóloga en Contigo Psicología (Vigo) y Sana Psicología (A Cañiza), que advierte que no tiene sentido pedir a los niños que esperen o que elijan solo una cosa en Navidad si los adultos viven inmersos en el consumo inmediato. Si queremos simplificar compromisos, pero estamos sobreexpuestos a vidas perfectas y planes navideños ajenos, aparecen necesidades que no tenemos Sandra Oliveira Rodríguez — psicóloga A su juicio, una de las mayores dificultades para sostener unas fiestas más contenidas viene del exterior: la presión social, las pantallas y la comparación constante. Comparte que, para frenar el consumo, también hay que limitar los estímulos: “Si queremos simplificar compromisos, pero estamos sobreexpuestos a vidas perfectas y planes navideños ajenos, aparecen necesidades que no tenemos”. Como herramienta práctica, Oliveira revela que en consulta utilizan pautas para acotar decisiones y reducir saturación: la regla de los cuatro regalos . “En Navidad o en un cumpleaños, el niño recibe algo que necesita como una mochila, un libro, una prenda de ropa y algo que le haga mucha ilusión. Una norma simple, que en la práctica es útil y efectiva”, confirma. De estas historias se desprende que estas fechas no necesitan ser perfectas para ser significativas. Por norma general, basta con que los adultos ajusten expectativas y se permitan celebrar los días festivos con más presencia y menos exigencia. Cuando eso ocurre, los menores se sienten más acompañados y el clima familiar cambia: hay más disponibilidad para estar, escuchar y compartir, y menos necesidad de cumplir con todo. No es una renuncia ni una fórmula cerrada, sino una forma distinta de situarse ante las fiestas.