El caso Epstein acorrala a Trump
Los demócratas publican correos del pederasta fallecido que implican al presidente
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La unidad de investigación de la Guardia Civil señala a García Ortiz por tener “el dominio de la acción” de la filtración de los correos de González Amador
La vista ha transcurrido por asuntos como el borrado el móvil de García Ortiz, su choque con la fiscal Lastra, la eliminación de la cuenta de gmail, las versiones de los periodistas o la declaración de González Amador
Esta entrevista estaba en ‘La Contra’ del sábado, pero Moragas falleció el viernes y la pospusimos. Con su bendición, fue compuesta con testimonios de sus memorias ‘Un intrús benvingut’ (+Bernat) y con las confidencias que compartía en unas felices comidas semanales con Amela y otros amigos. (Foto: LV)
Las emisiones de CO2 de la energía fósil siguen creciendo este año (un 1.1%), en parte por el aumento de la demanda para el suministro de estos servicios en Estados Unidos
La medicina y la tecnología ofrecen medidas efectivas para la mayoría de los casos
Colomer, autor de una sólida obra narrativa y periodística, debuta en la literatura infantil con un libro valiente y sereno. Publicado por Edebé en 2025, el volumen está dividido en nueve capítulos breves, cada uno con actividades al final que prolongan la historia hacia el diálogo, el juego o la reflexión compartida. Es, en ese... Leer más La entrada Una nube que arropa aparece primero en Zenda .
El sevillano Luis Calderón reivindica "la necesidad de democratizar la creación y la financiación del cine para las nuevas generaciones". Jim Sheridan: “Lo que hoy se llama entretenimiento a mí me aburre muchísimo”
Hubo un tiempo en que la palabra "progreso" sonaba hueca en España. No porque no se pronunciara, sino porque estaba secuestrada. Durante el franquismo, el régimen la repetía como mantra: progreso económico, progreso nacional, progreso moral. Pero aquel progreso tenía fronteras visibles e invisibles. Se avanzaba, sí, pero solo por los carriles autorizados. La modernización convivía con la censura, la industrialización con el silencio político, las carreteras nuevas con caminos clausurados para la libertad. Era un progreso que pedía obediencia a cambio de prosperidad y que medía el éxito en cifras, no en derechos. El discurso oficial era insistente: España se movía hacia adelante. Se levantaban fábricas, crecían las ciudades, se domaban ríos con grandes pantanos. La prensa —también vigilada— mostraba un país en marcha, orgulloso de su desarrollo. Sin embargo, el verdadero pulso social iba por otra vía, más subterránea. Muchas familias solo podían mirar ese progreso desde lejos o desde fuera: millones emigraron a Francia, Alemania o Suiza para buscar el futuro que aquí se prometía, pero no siempre llegaba. En ese contraste, la palabra empezó a cargarse de matices. No bastaba con producir; había que poder elegir. No bastaba con construir; había que participar. Hacia los últimos años del régimen, esa tensión se hizo evidente. Los españoles viajaban más, estudiaban más, escuchaban otras voces. Las ideas cruzaban fronteras, y con ellas cambiaba el sentido del progreso. La sociedad empezó a cuestionar un modelo que construía autopistas pero levantaba muros alrededor del pensamiento. El desarrollo económico, por sí solo, ya no bastaba para convencer. El progreso, se intuía, no podía limitarse a máquinas, obras y estadísticas. Tenía que ver con dignidad, con pluralidad, con la posibilidad de disentir. La palabra, sin necesidad de pancartas, pedía un significado más amplio. La transición democrática fue también una transición semántica. El progreso se mudó de lugar: dejó de residir en los informes oficiales para instalarse en debates parlamentarios, en universidades, en barrios que reclamaban servicios públicos, en periódicos que podían discutir al poder sin miedo. Ganó textura humana. Se llenó de demandas sociales, de aspiraciones colectivas. Dejó de ser sinónimo de orden para convertirse en sinónimo de apertura. El país entendió que modernizarse era más que crecer: era aprender a escuchar, a negociar, a convivir. Hoy, hablar de progreso es hablar de multiplicidad. Tecnología, derechos civiles, bienestar social, igualdad, sostenibilidad, innovación, memoria. Ninguno de esos términos formaba parte del vocabulario oficial durante la dictadura. Ahora, en cambio, la palabra es campo de disputa pública, y eso —aunque incómodo a veces— es una señal saludable. Significa que el progreso ya no se dicta: se discute. Se construye a varias velocidades, desde distintos lugares y con distintas voces. Hoy no siempre sabemos con certeza hacia dónde avanzar, pero al menos decidimos caminar con las luces encendidas. Y eso, por sí mismo, ya es avanzar.
Tal dia com avui de l’any 1775, fa 250 anys, en el context de la guerra de la Independència dels Estats Units, les tropes de l’exèrcit continental (els independentistes nord-americans), comandades pel general Richard Montgomery , ocupaven la ciutat de Mont-real , capital de la colònia britànica del Quebec, que abastava la vall del riu Sant Llorenç i les ribes dels tres Grans Llacs. La colònia del Quebec havia format part de l’Imperi francès d’ultramar fins a la Pau de París (1763), que posava fi a la guerra dels Set Anys (1756-1763) —el primer conflicte europeu que es lliurava, també, en camps de batalla del continent americà. En aquella pau, que certificava la derrota francesa, París l’havia lliurada a domini britànic. La societat quebequesa —de llengua i cultura franceses, però sotmesa a dominació britànica des del 1763— no havia secundat la revolució independentista americana . No obstant això, a mesura que l’exèrcit nord-americà guanyava posicions, els líders locals abraçaven la causa i semblava que el Quebec —que els britànics anomenaven Canadà des del 1763— esdevindria la catorzena colònia independentista. A mesura que prenien el control del territori, els comandaments militars nord-americans detenien i empresonaven alguns quebequesos, que, si bé representaven una minoria, eren radicalment partidaris de conservar el vincle polític de la colònia amb l’Imperi britànic i eren un pol de dissidència important. La societat quebequesa no va veure amb bons ulls que els nord-americans arrestessin alguns dels seus veïns , encara que aquests no compartissin l’objectiu polític de la majoria, i es van produir una escalada de tensió . Els comandaments militars nord-americans van intentar rebaixar-la desarmant les milícies locals, formades per civils combatents veterans de la guerra dels Set Anys, però l’únic que van aconseguir va ser alimentar el conflicte. Finalment, passat l’hivern del 1775-1776, l’exèrcit britànic va contraatacar. Va desembarcar a Ciutat de Quebec (a l’est de Mont-real), i els nord-americans, fustigats per les milícies locals i amenaçats per un contingent militar molt superior, es van haver de retirar.
“Cuando un niño se pone de pie, se enciende el mundo”
“Cuando un niño se pone de pie, se enciende el mundo”
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