Michel Piccoli, el hombre al que amaron los grandes directores del cine europeo

Michel Piccoli, el hombre al que amaron los grandes directores del cine europeo

Se cumplen 100 años del nacimiento de este gigante de la interpretación que fue requerido por grandes cineastas de su época, desde su gran amigo Buñuel a Alfred Hitchcock, Marco Ferreri y Agnès Varda Las 10 mejores películas de 2025 El 27 de diciembre de 1925 nacía en París Michel Piccoli, actor, productor cinematográfico y teatral, ocasional guionista y director, pero sobre todo intérprete fetiche de los más grandes directores del cine francés y europeo por extensión. Entre ellos fue especialmente fecunda su relación con acaso el más importante de ellos, Luis Buñuel , con quien rodó cinco películas, algunas tan emblemáticas como Belle de jour, El diario de una camarera o El discreto encanto de la burguesía . Bautizado Jacques Daniel Michel Piccoli, nació en el seno de una familia de músicos, ya que su padre, Henri Piccoli, era un violinista de origen italiano y su madre, Marcelle Expert-Bezançon, una reconocida pianista. Sin embargo, a pesar de la profesión de sus progenitores, el joven Piccoli pronto mostraría más inclinaciones hacia el campo escénico, debutando con ocho años en una obra en el internado de Compiègne donde estudiaba. A los 18 comunicó a sus padres que quería ser actor. A partir de ese momento, comienza una de las carreras más icónicas del cine europeo, con títulos como los citados de Buñuel y otros como Le grande bouffe , Las señoritas de Rochefort , La bella mentirosa , Milou en Mayo , Topaz , Las cosas de la vida , Holy Motors o La guerra ha terminado , todas ellas firmadas por grandes directores del cine continental. En total, Piccoli sumó unas 200 películas, por las que consiguió algunos de los galardones más preciados, como el Oso de Plata a la mejor interpretación masculina en el Festival de Berlín de 1982, por Une étrange affaire , de Jean-Pierre Deferre. El actor Michel Piccoli, en 'Las señoritas de Rochefort' También obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina del festival de Cannes de 1980 por su papel en Salto en el vacío , de Marco Bellocchio. Sin embargo, aunque fue nominado en dos ocasiones en los noventa a los premios César, la máxima distinción cinematográfica europea, por dos películas además importantes como Milou en mayo y La bella mentirosa, ya en la madurez de su carrera, nunca logró el preciado galardón. Adicionalmente, recibió el Premio del Cine Alemán al Mejor actor, en 1988, el Premio Europa en 2001 y el Premio Honorario del Cine Europeo en 2011. Posteriormente, un octogenario Piccoli seguiría trabajando hasta 2012 en distintos y arriesgados proyectos de directores como Leos Carax o un casi centenario Manoel de Oliveira porque, tal como confesaría a su biógrafo y amigo Gilles Jacob, uno de sus mayores temores era no poder seguir actuando. “Uno querría que no se acabe jamás, pero se va a acabar. Eso es muy difícil”, puede leerse en su biografía, titulada He vivido en mis sueños . Su última aparición tuvo lugar en 2014 en El sabor de los arándanos , de Thomas de Thier. Murió un 12 de mayo de 2020, a la edad de 94 años. Inicios con Renoir y la colaboración con Buñuel Aunque anteriormente se había curtido en el teatro y en películas menores, fue con Jean Renoir cuando aborda su primer proyecto cinematográfico de entidad al participar con un papel secundario en la película French Cancan , un musical sobre la vida nocturna en el París de finales del siglo XIX. Pero inmediatamente escalaría a papeles de mayor importancia gracias a su relación profesional con Luis Buñuel, todavía en México en los 50, con quien rueda en 1956 la producción franco-mexicana La muerte en el jardín. Catherine Deneuve y Michel Piccoli en 'Belle de jour' Con Buñuel volvería a rodar hasta en cuatro ocasiones más. En 1964 repite para El diario de una camarera , basada en la novela del escritor francés Octave Mirbeau y que relata la historia de Célestine ( Jeanne Moreau ), una parisina de los años 30 que emigra al campo y trabaja como sirvienta para una gran casa y es testigo de las excentricidades de sus habitantes. Un ya maduro Piccoli interpreta al patrón con quien Célestine mantiene una escandalosa relación sexual. Seguidamente, vendrían las dos colaboraciones entre Buñuel y Piccoli más importantes: Belle de jour en 1967 y El discreto encanto de la burguesía en 1972, película que ganó ese año el Óscar a la mejor película extranjera. En la primera, Piccoli encarna a Henri Husson, el cínico e irreverente amigo del marido burgués de Catherine Deneuve que la inicia en la prostitución. En la segunda, en un papel menos relevante, se mete en la piel de ministro del interior. La colaboración se cerraría con El fantasma de la libertad , de 1974, en otro papel secundario. De Resnais a Godard, pasando por Claude Sautet Piccoli tardó en alcanzar la celebridad tanto en Francia como en el resto de Europa. No fue hasta 1963 con Godard y rodando El Desprecio que su cara se haría popular en todo el continente. Era el partenaire de Brigitte Bardot en este drama de celos y relaciones tóxicas basado en la novela homónima de Alberto Moravia. En 1966 estaría presente en otra de las grandes películas francesas del siglo XX, La guerra ha terminado , de Alain Resnais – con quien volvería a trabajar en 2011 en la comedia Vous n’avez encore rien vu –, un filme con fuerte carga política sobre el dogmatismo en la izquierda y la decepción que producía en aquellos refugiados republicanos en Francia que lucharon en la guerra civil española. Pero tal vez fue su colaboración con el siempre torturado, íntimo y sombrío cine de Claude Sautet la que sacó al actor más concentrado y excelente que había en él. En total fueron tres películas con el director de Nelly y el señor Arnaud y Un corazón en invierno : Les choses de la vie, en 1970 , Max et les ferrailleurs, en 1971 y finalmente Mado en 1976. De estas colaboraciones Piccoli sacaría los mimbres para posteriormente bordar los papeles que le llevaron a las nominaciones a los César. Una en Milou en mayo , la obra maestra de Louis Malle, otro gran director europeo, donde interpreta al distraído y escurridizo terrateniente que vive en su arcadia rural durante el mayo de 1968. Su otro gran papel, como pintor famoso, recluido y de carácter hosco, se produce en La bella mentirosa , una película de Jacques Rivette, con quien volvería a trabajar en La duquesa de Langeais. Varda, Ferreri y Hitchcock Piccoli también se puso a las órdenes de la legendaria directora Agnès Varda en Las criaturas . En ella encarna al marido del personaje interpretado por Catherine Deneuve, en el papel del escritor de imaginación desbordante Egar Piccolli. Pero tal vez el trabajo que más ha trascendido en la cultura pop de Piccolli, por las tremendas polémicas que suscitó la película en su momento, es el de Michel, el realizador de televisión que muere entre flatulencias y roturas intestinales de tanto comer en Le grande bouffe de Marco Ferreri. Michel Piccoli y Catherine Deneuve en 'Las criaturas' Se trata de una escena inolvidable en una película que quizás haya envejecido mal, pero que guarda todo el esplendor de su cuarteto protagonista: Marcello Mastroianni, Phillipe Noiret, Ugo Tognazzi y el mismo Piccoli. Por otro lado, hay que rescatar de sus trabajos más internacionales su colaboración con Alfred Hitchcock en Topaz , un thriller político muy de su época, basado en la novela homónima escrita por Leon Uris y estrenado en 1969. En él, Piccoli hace de Jacques Granville , un alto funcionario francés que en realidad es el jefe de una red de espionaje comunista. Moretti, Berlanga y Manoel Oliveira Fuera del cine francés, otros directores como Marco Belloccio, Luís García Berlanga o Nani Moretti han querido trabajar también con Michel Piccoli. Con Berlanga rodó dos filmes de resultado irregular como Tamaño natural en 1974, donde interpreta a un dentista parisino de 45 años con un matrimonio en decadencia. El guion era de Rafael Azcona y el propio Berlanga, y el resto del reparto era español, con sólidos actores como Agustín González, Amparo Soler Leal o Manuel Alexandre. Repitió en París Tombuctú , obra póstuma de Berlanga. Michel Piccoli junto a Amparo Soler Leal (i) y Concha Velasco (d), durante el rodaje de 'París-Tumbuctú' También Moretti requirió de sus servicios en Habemus Papam ( Un papa en apuros, en España). La cinta está protagonizada por Piccoli como un cardenal que, en contra de sus deseos, es elegido papa. Es coprotagonizada por Nanni Moretti, que interpreta a un psiquiatra que es llamado para ayudar al papa a superar su pánico. La película se estrenó en Italia en abril de 2011 y compitió en el 64.° Festival de Cannes . Y conviene no olvidar su presencia en Holy Motors del siempre difícil y rompedor Leos Carax. Finalmente, para cerrar esta historia de colaboraciones entre Piccoli y los directores europeos, tal vez convenga citar su cinta más extraña: la colaboración con el gran director portugués Manoel de Oliveira en 2006, justo cuando este acababa de cumplir 98 años, en Belle Toujours , un reencuentro en el tiempo entre los personajes de Piccoli y Deneuve en Belle de jour 38 años después. Fue uno de los testamentos póstumos de un actor al que, sin llegar jamás a ser una gran estrella, casi todos los grandes directores del cine europeo amaron como a un icono que hacía que sus películas fueran mejores.

Michel Piccoli, el hombre al que amaron los grandes directores del cine europeo

Michel Piccoli, el hombre al que amaron los grandes directores del cine europeo

Se cumplen 100 años del nacimiento de este gigante de la interpretación que fue requerido por grandes cineastas de su época, desde su gran amigo Buñuel a Alfred Hitchcock, Marco Ferreri y Agnès Varda Las 10 mejores películas de 2025 El 27 de diciembre de 1925 nacía en París Michel Piccoli, actor, productor cinematográfico y teatral, ocasional guionista y director, pero sobre todo intérprete fetiche de los más grandes directores del cine francés y europeo por extensión. Entre ellos fue especialmente fecunda su relación con acaso el más importante de ellos, Luis Buñuel , con quien rodó cinco películas, algunas tan emblemáticas como Belle de jour, El diario de una camarera o El discreto encanto de la burguesía . Bautizado Jacques Daniel Michel Piccoli, nació en el seno de una familia de músicos, ya que su padre, Henri Piccoli, era un violinista de origen italiano y su madre, Marcelle Expert-Bezançon, una reconocida pianista. Sin embargo, a pesar de la profesión de sus progenitores, el joven Piccoli pronto mostraría más inclinaciones hacia el campo escénico, debutando con ocho años en una obra en el internado de Compiègne donde estudiaba. A los 18 comunicó a sus padres que quería ser actor. A partir de ese momento, comienza una de las carreras más icónicas del cine europeo, con títulos como los citados de Buñuel y otros como Le grande bouffe , Las señoritas de Rochefort , La bella mentirosa , Milou en Mayo , Topaz , Las cosas de la vida , Holy Motors o La guerra ha terminado , todas ellas firmadas por grandes directores del cine continental. En total, Piccoli sumó unas 200 películas, por las que consiguió algunos de los galardones más preciados, como el Oso de Plata a la mejor interpretación masculina en el Festival de Berlín de 1982, por Une étrange affaire , de Jean-Pierre Deferre. El actor Michel Piccoli, en 'Las señoritas de Rochefort' También obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina del festival de Cannes de 1980 por su papel en Salto en el vacío , de Marco Bellocchio. Sin embargo, aunque fue nominado en dos ocasiones en los noventa a los premios César, la máxima distinción cinematográfica europea, por dos películas además importantes como Milou en mayo y La bella mentirosa, ya en la madurez de su carrera, nunca logró el preciado galardón. Adicionalmente, recibió el Premio del Cine Alemán al Mejor actor, en 1988, el Premio Europa en 2001 y el Premio Honorario del Cine Europeo en 2011. Posteriormente, un octogenario Piccoli seguiría trabajando hasta 2012 en distintos y arriesgados proyectos de directores como Leos Carax o un casi centenario Manoel de Oliveira porque, tal como confesaría a su biógrafo y amigo Gilles Jacob, uno de sus mayores temores era no poder seguir actuando. “Uno querría que no se acabe jamás, pero se va a acabar. Eso es muy difícil”, puede leerse en su biografía, titulada He vivido en mis sueños . Su última aparición tuvo lugar en 2014 en El sabor de los arándanos , de Thomas de Thier. Murió un 12 de mayo de 2020, a la edad de 94 años. Inicios con Renoir y la colaboración con Buñuel Aunque anteriormente se había curtido en el teatro y en películas menores, fue con Jean Renoir cuando aborda su primer proyecto cinematográfico de entidad al participar con un papel secundario en la película French Cancan , un musical sobre la vida nocturna en el París de finales del siglo XIX. Pero inmediatamente escalaría a papeles de mayor importancia gracias a su relación profesional con Luis Buñuel, todavía en México en los 50, con quien rueda en 1956 la producción franco-mexicana La muerte en el jardín. Catherine Deneuve y Michel Piccoli en 'Belle de jour' Con Buñuel volvería a rodar hasta en cuatro ocasiones más. En 1964 repite para El diario de una camarera , basada en la novela del escritor francés Octave Mirbeau y que relata la historia de Célestine ( Jeanne Moreau ), una parisina de los años 30 que emigra al campo y trabaja como sirvienta para una gran casa y es testigo de las excentricidades de sus habitantes. Un ya maduro Piccoli interpreta al patrón con quien Célestine mantiene una escandalosa relación sexual. Seguidamente, vendrían las dos colaboraciones entre Buñuel y Piccoli más importantes: Belle de jour en 1967 y El discreto encanto de la burguesía en 1972, película que ganó ese año el Óscar a la mejor película extranjera. En la primera, Piccoli encarna a Henri Husson, el cínico e irreverente amigo del marido burgués de Catherine Deneuve que la inicia en la prostitución. En la segunda, en un papel menos relevante, se mete en la piel de ministro del interior. La colaboración se cerraría con El fantasma de la libertad , de 1974, en otro papel secundario. De Resnais a Godard, pasando por Claude Sautet Piccoli tardó en alcanzar la celebridad tanto en Francia como en el resto de Europa. No fue hasta 1963 con Godard y rodando El Desprecio que su cara se haría popular en todo el continente. Era el partenaire de Brigitte Bardot en este drama de celos y relaciones tóxicas basado en la novela homónima de Alberto Moravia. En 1966 estaría presente en otra de las grandes películas francesas del siglo XX, La guerra ha terminado , de Alain Resnais – con quien volvería a trabajar en 2011 en la comedia Vous n’avez encore rien vu –, un filme con fuerte carga política sobre el dogmatismo en la izquierda y la decepción que producía en aquellos refugiados republicanos en Francia que lucharon en la guerra civil española. Pero tal vez fue su colaboración con el siempre torturado, íntimo y sombrío cine de Claude Sautet la que sacó al actor más concentrado y excelente que había en él. En total fueron tres películas con el director de Nelly y el señor Arnaud y Un corazón en invierno : Les choses de la vie, en 1970 , Max et les ferrailleurs, en 1971 y finalmente Mado en 1976. De estas colaboraciones Piccoli sacaría los mimbres para posteriormente bordar los papeles que le llevaron a las nominaciones a los César. Una en Milou en mayo , la obra maestra de Louis Malle, otro gran director europeo, donde interpreta al distraído y escurridizo terrateniente que vive en su arcadia rural durante el mayo de 1968. Su otro gran papel, como pintor famoso, recluido y de carácter hosco, se produce en La bella mentirosa , una película de Jacques Rivette, con quien volvería a trabajar en La duquesa de Langeais. Varda, Ferreri y Hitchcock Piccoli también se puso a las órdenes de la legendaria directora Agnès Varda en Las criaturas . En ella encarna al marido del personaje interpretado por Catherine Deneuve, en el papel del escritor de imaginación desbordante Egar Piccolli. Pero tal vez el trabajo que más ha trascendido en la cultura pop de Piccolli, por las tremendas polémicas que suscitó la película en su momento, es el de Michel, el realizador de televisión que muere entre flatulencias y roturas intestinales de tanto comer en Le grande bouffe de Marco Ferreri. Michel Piccoli y Catherine Deneuve en 'Las criaturas' Se trata de una escena inolvidable en una película que quizás haya envejecido mal, pero que guarda todo el esplendor de su cuarteto protagonista: Marcello Mastroianni, Phillipe Noiret, Ugo Tognazzi y el mismo Piccoli. Por otro lado, hay que rescatar de sus trabajos más internacionales su colaboración con Alfred Hitchcock en Topaz , un thriller político muy de su época, basado en la novela homónima escrita por Leon Uris y estrenado en 1969. En él, Piccoli hace de Jacques Granville , un alto funcionario francés que en realidad es el jefe de una red de espionaje comunista. Moretti, Berlanga y Manoel Oliveira Fuera del cine francés, otros directores como Marco Belloccio, Luís García Berlanga o Nani Moretti han querido trabajar también con Michel Piccoli. Con Berlanga rodó dos filmes de resultado irregular como Tamaño natural en 1974, donde interpreta a un dentista parisino de 45 años con un matrimonio en decadencia. El guion era de Rafael Azcona y el propio Berlanga, y el resto del reparto era español, con sólidos actores como Agustín González, Amparo Soler Leal o Manuel Alexandre. Repitió en París Tombuctú , obra póstuma de Berlanga. Michel Piccoli junto a Amparo Soler Leal (i) y Concha Velasco (d), durante el rodaje de 'París-Tumbuctú' También Moretti requirió de sus servicios en Habemus Papam ( Un papa en apuros, en España). La cinta está protagonizada por Piccoli como un cardenal que, en contra de sus deseos, es elegido papa. Es coprotagonizada por Nanni Moretti, que interpreta a un psiquiatra que es llamado para ayudar al papa a superar su pánico. La película se estrenó en Italia en abril de 2011 y compitió en el 64.° Festival de Cannes . Y conviene no olvidar su presencia en Holy Motors del siempre difícil y rompedor Leos Carax. Finalmente, para cerrar esta historia de colaboraciones entre Piccoli y los directores europeos, tal vez convenga citar su cinta más extraña: la colaboración con el gran director portugués Manoel de Oliveira en 2006, justo cuando este acababa de cumplir 98 años, en Belle Toujours , un reencuentro en el tiempo entre los personajes de Piccoli y Deneuve en Belle de jour 38 años después. Fue uno de los testamentos póstumos de un actor al que, sin llegar jamás a ser una gran estrella, casi todos los grandes directores del cine europeo amaron como a un icono que hacía que sus películas fueran mejores.

Así cambió la vida de una joven suiza tras descubrir el flamenco: “Encontrar la danza es como volver a aprender a caminar”

Así cambió la vida de una joven suiza tras descubrir el flamenco: “Encontrar la danza es como volver a aprender a caminar”

Alba Lucera publica ‘Danza al pie del volcán’, un conjunto de recuerdos y refexiones en torno al baile y su condición de mujer, artista y extranjera en España Cuando tenía 15 años, Alba Lucera vio por primera vez un espectáculo flamenco en su Ginebra (Suiza) natal. La artista en cuestión se llamaba Ana La China y le produjo una impresión fuerte e instantánea, pero todavía no podía imaginar hasta qué punto aquellos ritmos acompañarían el resto de sus días. Una experiencia que ha querido plasmar en un libro, Danza al pie del volcán , que acaba de ver la luz en el sello Libros de la Herida, y donde más allá de los géneros musicales, reflexiona sobre el hecho de bailar, de mirar, sentir y pensar a través de la experiencia artística, de ser mujer y extranjera en el mundo jondo… En definitiva, sobre la vida. “Yo empecé estudiando piano, luego hice un bachillerato especial en artística y música en Ginebra”, recuerda. “Y con la adolescencia descubrí el flamenco, y realmente supe que había ahí un cambio que no tenía vuelta atrás, que iba a cambiar mi vida. Después de terminar el bachillerato, con 19, me marché a Sevilla”. Alba Lucera identifica también aquellos días con un momento de crisis identitaria, “como de pérdida de contacto con la realidad a nivel psíquico. Encontrar esa relación con la danza, con el suelo, fue como una manera de volver a aprender a caminar. El flamenco me reconectaba conmigo misma y también con el mundo”.  Sin embargo, no eran sus únicas inquietudes, de modo que volvió a Suiza y estudió Antropología, Musicología, Filología francesa e hispánica... Allí también fue estableciendo puentes entre la literatura, la danza, el teatro y la música. La vocación de actriz la llamó durante un tiempo, empezó una formación teatral en París, hasta que volvió a oír la llamada del flamenco. “Y si me metía de nuevo en ese camino, tenía que volver a la fuente, a Andalucía”. Pérdida de identidad Unas cosas la fueron llevando a otras: dedicó su tesis doctoral a la relación entre escritura poética y coreografía. “Como en el paso del bailarín, la sensación del propio tránsito te transmite la idea de mudanza de un lugar a otro, una sensación como de nómada, de transformación, a partir de la cual surgen muchas preguntas. A la vez que escribí un libro más íntimo, que era como una especie de testimonio de mi relación con el mundo a través de la danza y la creación. La mezcla de todo es Danza al pie del volcán ”. La artista, durante una actuación. Entre la primera versión de ese texto publicada en una editorial francesa y la última en castellano, pasaron muchas cosas a Alba Lucera: la más importante, la maternidad, pero también un alejamiento del flamenco tradicional para moverse hacia registros más contemporáneos y hacia la improvisación. “Necesitaba encontrar una expresión que me permitiera asumir mi singularidad”, explica. “Pero al principio despedirme del flamenco supuso para mí casi una pérdida de identidad. Ahora lo vivo con mucha serenidad, con el agradecimiento de las puertas que ha abierto el hecho de abrazar otras disciplinas y géneros. Sigo amando el flamenco igual, pero viéndolo quizás desde otro lugar”. Con esa perspectiva, Alba Lucera recuerda que, para quienes se adentran en el flamenco, nunca hay una alfombra tendida, “ni siquiera para los de aquí. En el libro lo digo, el flamenco te recuerda el valor de pertenecer a algo, pero siempre te encuentras con una exclusión: si eres español, resulta que no eres andaluz, luego no eres gitano, luego no eres de tal familia, no eres de tal barrio… Es una cuestión muy existencial. En su momento, corté con mis orígenes, no me identificaba nada con Suiza, pero al mismo tiempo sé que nunca voy a ser al 100 por 100 de aquí. Al final te acostumbras a no ser de ninguna parte. Tu patria que va siendo tu biografía o tu coreografía”. El efecto de la música También su compañero, el guitarrista flamenco holandés Tino van der Sman, sabe lo que es entrar en lo jondo desde fuera, pero Alba Lucera cree que la danza es una puerta diferente. “Yo hice mi propia arteterapia a través del baile”, asegura. “Desde muy joven había empezado a ganar premios literarios, pero sentía que la escritura me llevaba a la alienación, a un lugar mental que me daba casi miedo de perderme. Necesitaba otro tipo de diálogo, como el de la danza para conectarme con lo tangible y a la vez abrir un espacio hacia lo simbólico. Bailar es una manera de ver el mundo. No es lanzarse al vacío, sino acoger lo desconocido en cada paso. Es una forma de dejar emerger lo que está presente, y eso a mí fue una invitación un poco metafórica a abordar la vida desde este lugar. Hoy, sin embargo, he vuelto plenamente a la escritura mientras sigo vinculada con la danza. Como digo en el primer capítulo del libro, ”escribo porque algo danza“. Alba Lucera. Ahora, Alba Lucera piensa que sus experiencias en el campo contemporáneo la hacen resonar con flamencos de vanguardia como Israel Galván o Rocío Molina. “Hagan lo que hagan, siguen siendo flamencos para mí”, asevera. “En el libro digo que, más que querer poner nombres o etiquetas, podríamos hablar del efecto que produce la música sobre quien la escucha o quien la interpreta”. Por último, cuando se le pregunta si imagina cómo habría sido su vida si nunca se hubiera tropezado con el flamenco. “Si me hubiera quedado en Suiza, quizás sería profesora de música, de filosofía. Me imagino allí, casada, con otra vida. Pero también pienso que quizá hubiera encontrado la danza o la expresión artística por otra vía. Yo creo que al final no soy tan diferente de lo que era cuando tenía 15 años. Hay algo inevitable, en sentido casi fatídico, y es que no te imaginas vinculándote con el mundo de otra manera”.

Así cambió la vida de una joven suiza tras descubrir el flamenco: “Encontrar la danza es como volver a aprender a caminar”

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Alba Lucera publica ‘Danza al pie del volcán’, un conjunto de recuerdos y refexiones en torno al baile y su condición de mujer, artista y extranjera en España Cuando tenía 15 años, Alba Lucera vio por primera vez un espectáculo flamenco en su Ginebra (Suiza) natal. La artista en cuestión se llamaba Ana La China y le produjo una impresión fuerte e instantánea, pero todavía no podía imaginar hasta qué punto aquellos ritmos acompañarían el resto de sus días. Una experiencia que ha querido plasmar en un libro, Danza al pie del volcán , que acaba de ver la luz en el sello Libros de la Herida, y donde más allá de los géneros musicales, reflexiona sobre el hecho de bailar, de mirar, sentir y pensar a través de la experiencia artística, de ser mujer y extranjera en el mundo jondo… En definitiva, sobre la vida. “Yo empecé estudiando piano, luego hice un bachillerato especial en artística y música en Ginebra”, recuerda. “Y con la adolescencia descubrí el flamenco, y realmente supe que había ahí un cambio que no tenía vuelta atrás, que iba a cambiar mi vida. Después de terminar el bachillerato, con 19, me marché a Sevilla”. Alba Lucera identifica también aquellos días con un momento de crisis identitaria, “como de pérdida de contacto con la realidad a nivel psíquico. Encontrar esa relación con la danza, con el suelo, fue como una manera de volver a aprender a caminar. El flamenco me reconectaba conmigo misma y también con el mundo”.  Sin embargo, no eran sus únicas inquietudes, de modo que volvió a Suiza y estudió Antropología, Musicología, Filología francesa e hispánica... Allí también fue estableciendo puentes entre la literatura, la danza, el teatro y la música. La vocación de actriz la llamó durante un tiempo, empezó una formación teatral en París, hasta que volvió a oír la llamada del flamenco. “Y si me metía de nuevo en ese camino, tenía que volver a la fuente, a Andalucía”. Pérdida de identidad Unas cosas la fueron llevando a otras: dedicó su tesis doctoral a la relación entre escritura poética y coreografía. “Como en el paso del bailarín, la sensación del propio tránsito te transmite la idea de mudanza de un lugar a otro, una sensación como de nómada, de transformación, a partir de la cual surgen muchas preguntas. A la vez que escribí un libro más íntimo, que era como una especie de testimonio de mi relación con el mundo a través de la danza y la creación. La mezcla de todo es Danza al pie del volcán ”. La artista, durante una actuación. Entre la primera versión de ese texto publicada en una editorial francesa y la última en castellano, pasaron muchas cosas a Alba Lucera: la más importante, la maternidad, pero también un alejamiento del flamenco tradicional para moverse hacia registros más contemporáneos y hacia la improvisación. “Necesitaba encontrar una expresión que me permitiera asumir mi singularidad”, explica. “Pero al principio despedirme del flamenco supuso para mí casi una pérdida de identidad. Ahora lo vivo con mucha serenidad, con el agradecimiento de las puertas que ha abierto el hecho de abrazar otras disciplinas y géneros. Sigo amando el flamenco igual, pero viéndolo quizás desde otro lugar”. Con esa perspectiva, Alba Lucera recuerda que, para quienes se adentran en el flamenco, nunca hay una alfombra tendida, “ni siquiera para los de aquí. En el libro lo digo, el flamenco te recuerda el valor de pertenecer a algo, pero siempre te encuentras con una exclusión: si eres español, resulta que no eres andaluz, luego no eres gitano, luego no eres de tal familia, no eres de tal barrio… Es una cuestión muy existencial. En su momento, corté con mis orígenes, no me identificaba nada con Suiza, pero al mismo tiempo sé que nunca voy a ser al 100 por 100 de aquí. Al final te acostumbras a no ser de ninguna parte. Tu patria que va siendo tu biografía o tu coreografía”. El efecto de la música También su compañero, el guitarrista flamenco holandés Tino van der Sman, sabe lo que es entrar en lo jondo desde fuera, pero Alba Lucera cree que la danza es una puerta diferente. “Yo hice mi propia arteterapia a través del baile”, asegura. “Desde muy joven había empezado a ganar premios literarios, pero sentía que la escritura me llevaba a la alienación, a un lugar mental que me daba casi miedo de perderme. Necesitaba otro tipo de diálogo, como el de la danza para conectarme con lo tangible y a la vez abrir un espacio hacia lo simbólico. Bailar es una manera de ver el mundo. No es lanzarse al vacío, sino acoger lo desconocido en cada paso. Es una forma de dejar emerger lo que está presente, y eso a mí fue una invitación un poco metafórica a abordar la vida desde este lugar. Hoy, sin embargo, he vuelto plenamente a la escritura mientras sigo vinculada con la danza. Como digo en el primer capítulo del libro, ”escribo porque algo danza“. Alba Lucera. Ahora, Alba Lucera piensa que sus experiencias en el campo contemporáneo la hacen resonar con flamencos de vanguardia como Israel Galván o Rocío Molina. “Hagan lo que hagan, siguen siendo flamencos para mí”, asevera. “En el libro digo que, más que querer poner nombres o etiquetas, podríamos hablar del efecto que produce la música sobre quien la escucha o quien la interpreta”. Por último, cuando se le pregunta si imagina cómo habría sido su vida si nunca se hubiera tropezado con el flamenco. “Si me hubiera quedado en Suiza, quizás sería profesora de música, de filosofía. Me imagino allí, casada, con otra vida. Pero también pienso que quizá hubiera encontrado la danza o la expresión artística por otra vía. Yo creo que al final no soy tan diferente de lo que era cuando tenía 15 años. Hay algo inevitable, en sentido casi fatídico, y es que no te imaginas vinculándote con el mundo de otra manera”.

Así cambió la vida de una joven suiza tras descubrir el flamenco: “Encontrar la danza es como volver a aprender a caminar”

Así cambió la vida de una joven suiza tras descubrir el flamenco: “Encontrar la danza es como volver a aprender a caminar”

Alba Lucera publica ‘Danza al pie del volcán’, un conjunto de recuerdos y refexiones en torno al baile y su condición de mujer, artista y extranjera en España Cuando tenía 15 años, Alba Lucera vio por primera vez un espectáculo flamenco en su Ginebra (Suiza) natal. La artista en cuestión se llamaba Ana La China y le produjo una impresión fuerte e instantánea, pero todavía no podía imaginar hasta qué punto aquellos ritmos acompañarían el resto de sus días. Una experiencia que ha querido plasmar en un libro, Danza al pie del volcán , que acaba de ver la luz en el sello Libros de la Herida, y donde más allá de los géneros musicales, reflexiona sobre el hecho de bailar, de mirar, sentir y pensar a través de la experiencia artística, de ser mujer y extranjera en el mundo jondo… En definitiva, sobre la vida. “Yo empecé estudiando piano, luego hice un bachillerato especial en artística y música en Ginebra”, recuerda. “Y con la adolescencia descubrí el flamenco, y realmente supe que había ahí un cambio que no tenía vuelta atrás, que iba a cambiar mi vida. Después de terminar el bachillerato, con 19, me marché a Sevilla”. Alba Lucera identifica también aquellos días con un momento de crisis identitaria, “como de pérdida de contacto con la realidad a nivel psíquico. Encontrar esa relación con la danza, con el suelo, fue como una manera de volver a aprender a caminar. El flamenco me reconectaba conmigo misma y también con el mundo”.  Sin embargo, no eran sus únicas inquietudes, de modo que volvió a Suiza y estudió Antropología, Musicología, Filología francesa e hispánica... Allí también fue estableciendo puentes entre la literatura, la danza, el teatro y la música. La vocación de actriz la llamó durante un tiempo, empezó una formación teatral en París, hasta que volvió a oír la llamada del flamenco. “Y si me metía de nuevo en ese camino, tenía que volver a la fuente, a Andalucía”. Pérdida de identidad Unas cosas la fueron llevando a otras: dedicó su tesis doctoral a la relación entre escritura poética y coreografía. “Como en el paso del bailarín, la sensación del propio tránsito te transmite la idea de mudanza de un lugar a otro, una sensación como de nómada, de transformación, a partir de la cual surgen muchas preguntas. A la vez que escribí un libro más íntimo, que era como una especie de testimonio de mi relación con el mundo a través de la danza y la creación. La mezcla de todo es Danza al pie del volcán ”. La artista, durante una actuación. Entre la primera versión de ese texto publicada en una editorial francesa y la última en castellano, pasaron muchas cosas a Alba Lucera: la más importante, la maternidad, pero también un alejamiento del flamenco tradicional para moverse hacia registros más contemporáneos y hacia la improvisación. “Necesitaba encontrar una expresión que me permitiera asumir mi singularidad”, explica. “Pero al principio despedirme del flamenco supuso para mí casi una pérdida de identidad. Ahora lo vivo con mucha serenidad, con el agradecimiento de las puertas que ha abierto el hecho de abrazar otras disciplinas y géneros. Sigo amando el flamenco igual, pero viéndolo quizás desde otro lugar”. Con esa perspectiva, Alba Lucera recuerda que, para quienes se adentran en el flamenco, nunca hay una alfombra tendida, “ni siquiera para los de aquí. En el libro lo digo, el flamenco te recuerda el valor de pertenecer a algo, pero siempre te encuentras con una exclusión: si eres español, resulta que no eres andaluz, luego no eres gitano, luego no eres de tal familia, no eres de tal barrio… Es una cuestión muy existencial. En su momento, corté con mis orígenes, no me identificaba nada con Suiza, pero al mismo tiempo sé que nunca voy a ser al 100 por 100 de aquí. Al final te acostumbras a no ser de ninguna parte. Tu patria que va siendo tu biografía o tu coreografía”. El efecto de la música También su compañero, el guitarrista flamenco holandés Tino van der Sman, sabe lo que es entrar en lo jondo desde fuera, pero Alba Lucera cree que la danza es una puerta diferente. “Yo hice mi propia arteterapia a través del baile”, asegura. “Desde muy joven había empezado a ganar premios literarios, pero sentía que la escritura me llevaba a la alienación, a un lugar mental que me daba casi miedo de perderme. Necesitaba otro tipo de diálogo, como el de la danza para conectarme con lo tangible y a la vez abrir un espacio hacia lo simbólico. Bailar es una manera de ver el mundo. No es lanzarse al vacío, sino acoger lo desconocido en cada paso. Es una forma de dejar emerger lo que está presente, y eso a mí fue una invitación un poco metafórica a abordar la vida desde este lugar. Hoy, sin embargo, he vuelto plenamente a la escritura mientras sigo vinculada con la danza. Como digo en el primer capítulo del libro, ”escribo porque algo danza“. Alba Lucera. Ahora, Alba Lucera piensa que sus experiencias en el campo contemporáneo la hacen resonar con flamencos de vanguardia como Israel Galván o Rocío Molina. “Hagan lo que hagan, siguen siendo flamencos para mí”, asevera. “En el libro digo que, más que querer poner nombres o etiquetas, podríamos hablar del efecto que produce la música sobre quien la escucha o quien la interpreta”. Por último, cuando se le pregunta si imagina cómo habría sido su vida si nunca se hubiera tropezado con el flamenco. “Si me hubiera quedado en Suiza, quizás sería profesora de música, de filosofía. Me imagino allí, casada, con otra vida. Pero también pienso que quizá hubiera encontrado la danza o la expresión artística por otra vía. Yo creo que al final no soy tan diferente de lo que era cuando tenía 15 años. Hay algo inevitable, en sentido casi fatídico, y es que no te imaginas vinculándote con el mundo de otra manera”.

Michel Piccoli, el hombre al que amaron los grandes directores del cine europeo

Michel Piccoli, el hombre al que amaron los grandes directores del cine europeo

Se cumplen 100 años del nacimiento de este gigante de la interpretación que fue requerido por grandes cineastas de su época, desde su gran amigo Buñuel a Alfred Hitchcock, Marco Ferreri y Agnès Varda Las 10 mejores películas de 2025 El 27 de diciembre de 1925 nacía en París Michel Piccoli, actor, productor cinematográfico y teatral, ocasional guionista y director, pero sobre todo intérprete fetiche de los más grandes directores del cine francés y europeo por extensión. Entre ellos fue especialmente fecunda su relación con acaso el más importante de ellos, Luis Buñuel , con quien rodó cinco películas, algunas tan emblemáticas como Belle de jour, El diario de una camarera o El discreto encanto de la burguesía . Bautizado Jacques Daniel Michel Piccoli, nació en el seno de una familia de músicos, ya que su padre, Henri Piccoli, era un violinista de origen italiano y su madre, Marcelle Expert-Bezançon, una reconocida pianista. Sin embargo, a pesar de la profesión de sus progenitores, el joven Piccoli pronto mostraría más inclinaciones hacia el campo escénico, debutando con ocho años en una obra en el internado de Compiègne donde estudiaba. A los 18 comunicó a sus padres que quería ser actor. A partir de ese momento, comienza una de las carreras más icónicas del cine europeo, con títulos como los citados de Buñuel y otros como Le grande bouffe , Las señoritas de Rochefort , La bella mentirosa , Milou en Mayo , Topaz , Las cosas de la vida , Holy Motors o La guerra ha terminado , todas ellas firmadas por grandes directores del cine continental. En total, Piccoli sumó unas 200 películas, por las que consiguió algunos de los galardones más preciados, como el Oso de Plata a la mejor interpretación masculina en el Festival de Berlín de 1982, por Une étrange affaire , de Jean-Pierre Deferre. El actor Michel Piccoli, en 'Las señoritas de Rochefort' También obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina del festival de Cannes de 1980 por su papel en Salto en el vacío , de Marco Bellocchio. Sin embargo, aunque fue nominado en dos ocasiones en los noventa a los premios César, la máxima distinción cinematográfica europea, por dos películas además importantes como Milou en mayo y La bella mentirosa, ya en la madurez de su carrera, nunca logró el preciado galardón. Adicionalmente, recibió el Premio del Cine Alemán al Mejor actor, en 1988, el Premio Europa en 2001 y el Premio Honorario del Cine Europeo en 2011. Posteriormente, un octogenario Piccoli seguiría trabajando hasta 2012 en distintos y arriesgados proyectos de directores como Leos Carax o un casi centenario Manoel de Oliveira porque, tal como confesaría a su biógrafo y amigo Gilles Jacob, uno de sus mayores temores era no poder seguir actuando. “Uno querría que no se acabe jamás, pero se va a acabar. Eso es muy difícil”, puede leerse en su biografía, titulada He vivido en mis sueños . Su última aparición tuvo lugar en 2014 en El sabor de los arándanos , de Thomas de Thier. Murió un 12 de mayo de 2020, a la edad de 94 años. Inicios con Renoir y la colaboración con Buñuel Aunque anteriormente se había curtido en el teatro y en películas menores, fue con Jean Renoir cuando aborda su primer proyecto cinematográfico de entidad al participar con un papel secundario en la película French Cancan , un musical sobre la vida nocturna en el París de finales del siglo XIX. Pero inmediatamente escalaría a papeles de mayor importancia gracias a su relación profesional con Luis Buñuel, todavía en México en los 50, con quien rueda en 1956 la producción franco-mexicana La muerte en el jardín. Catherine Deneuve y Michel Piccoli en 'Belle de jour' Con Buñuel volvería a rodar hasta en cuatro ocasiones más. En 1964 repite para El diario de una camarera , basada en la novela del escritor francés Octave Mirbeau y que relata la historia de Célestine ( Jeanne Moreau ), una parisina de los años 30 que emigra al campo y trabaja como sirvienta para una gran casa y es testigo de las excentricidades de sus habitantes. Un ya maduro Piccoli interpreta al patrón con quien Célestine mantiene una escandalosa relación sexual. Seguidamente, vendrían las dos colaboraciones entre Buñuel y Piccoli más importantes: Belle de jour en 1967 y El discreto encanto de la burguesía en 1972, película que ganó ese año el Óscar a la mejor película extranjera. En la primera, Piccoli encarna a Henri Husson, el cínico e irreverente amigo del marido burgués de Catherine Deneuve que la inicia en la prostitución. En la segunda, en un papel menos relevante, se mete en la piel de ministro del interior. La colaboración se cerraría con El fantasma de la libertad , de 1974, en otro papel secundario. De Resnais a Godard, pasando por Claude Sautet Piccoli tardó en alcanzar la celebridad tanto en Francia como en el resto de Europa. No fue hasta 1963 con Godard y rodando El Desprecio que su cara se haría popular en todo el continente. Era el partenaire de Brigitte Bardot en este drama de celos y relaciones tóxicas basado en la novela homónima de Alberto Moravia. En 1966 estaría presente en otra de las grandes películas francesas del siglo XX, La guerra ha terminado , de Alain Resnais – con quien volvería a trabajar en 2011 en la comedia Vous n’avez encore rien vu –, un filme con fuerte carga política sobre el dogmatismo en la izquierda y la decepción que producía en aquellos refugiados republicanos en Francia que lucharon en la guerra civil española. Pero tal vez fue su colaboración con el siempre torturado, íntimo y sombrío cine de Claude Sautet la que sacó al actor más concentrado y excelente que había en él. En total fueron tres películas con el director de Nelly y el señor Arnaud y Un corazón en invierno : Les choses de la vie, en 1970 , Max et les ferrailleurs, en 1971 y finalmente Mado en 1976. De estas colaboraciones Piccoli sacaría los mimbres para posteriormente bordar los papeles que le llevaron a las nominaciones a los César. Una en Milou en mayo , la obra maestra de Louis Malle, otro gran director europeo, donde interpreta al distraído y escurridizo terrateniente que vive en su arcadia rural durante el mayo de 1968. Su otro gran papel, como pintor famoso, recluido y de carácter hosco, se produce en La bella mentirosa , una película de Jacques Rivette, con quien volvería a trabajar en La duquesa de Langeais. Varda, Ferreri y Hitchcock Piccoli también se puso a las órdenes de la legendaria directora Agnès Varda en Las criaturas . En ella encarna al marido del personaje interpretado por Catherine Deneuve, en el papel del escritor de imaginación desbordante Egar Piccolli. Pero tal vez el trabajo que más ha trascendido en la cultura pop de Piccolli, por las tremendas polémicas que suscitó la película en su momento, es el de Michel, el realizador de televisión que muere entre flatulencias y roturas intestinales de tanto comer en Le grande bouffe de Marco Ferreri. Michel Piccoli y Catherine Deneuve en 'Las criaturas' Se trata de una escena inolvidable en una película que quizás haya envejecido mal, pero que guarda todo el esplendor de su cuarteto protagonista: Marcello Mastroianni, Phillipe Noiret, Ugo Tognazzi y el mismo Piccoli. Por otro lado, hay que rescatar de sus trabajos más internacionales su colaboración con Alfred Hitchcock en Topaz , un thriller político muy de su época, basado en la novela homónima escrita por Leon Uris y estrenado en 1969. En él, Piccoli hace de Jacques Granville , un alto funcionario francés que en realidad es el jefe de una red de espionaje comunista. Moretti, Berlanga y Manoel Oliveira Fuera del cine francés, otros directores como Marco Belloccio, Luís García Berlanga o Nani Moretti han querido trabajar también con Michel Piccoli. Con Berlanga rodó dos filmes de resultado irregular como Tamaño natural en 1974, donde interpreta a un dentista parisino de 45 años con un matrimonio en decadencia. El guion era de Rafael Azcona y el propio Berlanga, y el resto del reparto era español, con sólidos actores como Agustín González, Amparo Soler Leal o Manuel Alexandre. Repitió en París Tombuctú , obra póstuma de Berlanga. Michel Piccoli junto a Amparo Soler Leal (i) y Concha Velasco (d), durante el rodaje de 'París-Tumbuctú' También Moretti requirió de sus servicios en Habemus Papam ( Un papa en apuros, en España). La cinta está protagonizada por Piccoli como un cardenal que, en contra de sus deseos, es elegido papa. Es coprotagonizada por Nanni Moretti, que interpreta a un psiquiatra que es llamado para ayudar al papa a superar su pánico. La película se estrenó en Italia en abril de 2011 y compitió en el 64.° Festival de Cannes . Y conviene no olvidar su presencia en Holy Motors del siempre difícil y rompedor Leos Carax. Finalmente, para cerrar esta historia de colaboraciones entre Piccoli y los directores europeos, tal vez convenga citar su cinta más extraña: la colaboración con el gran director portugués Manoel de Oliveira en 2006, justo cuando este acababa de cumplir 98 años, en Belle Toujours , un reencuentro en el tiempo entre los personajes de Piccoli y Deneuve en Belle de jour 38 años después. Fue uno de los testamentos póstumos de un actor al que, sin llegar jamás a ser una gran estrella, casi todos los grandes directores del cine europeo amaron como a un icono que hacía que sus películas fueran mejores.

La Xunta delega en los ayuntamientos la supervisión del patrimonio entre avisos de expertos: "No actuar es expolio"

La Xunta delega en los ayuntamientos la supervisión del patrimonio entre avisos de expertos: "No actuar es expolio"

El cambio figura en una reforma exprés de la ley impulsada por el Gobierno gallego, en la que arqueólogos y el Consello da Cultura ven un riesgo irreversible para bienes protegidos 70 años para desandar 70 kilómetros: el triunfal regreso a Santiago de las figuras de la catedral expoliadas por los Franco Entre las muchas alegaciones que el PP descartó durante la tramitación de los presupuestos de la Xunta para 2026 está un breve texto que la Federación Galega de Municipios e Provincias (Fegamp) remitió a los grupos. Era una crítica a una de las decenas de modificaciones de normativas que el Gobierno gallego suele acumular cada año en la llamada ley de acompañamiento. El órgano que representa a las administraciones locales -presidido actualmente por un alcalde del PSOE- se refería a los cambios introducidos en la Ley de Patrimonio Cultural de Galicia con los que el Gobierno gallego va a delegar buena parte de la supervisión sobre bienes protegidos a los ayuntamientos. Pero la de la Fegamp no fue la queja más dura: el Consello da Cultura Galega emitió un informe en el que avisaba del riesgo de “pérdida, destrucción o deterioro irreversible” de patrimonio y la Plataforma Estatal de Profesionales de la Arqueología pide directamente la intervención del Gobierno central para frenar la reforma en un comunicado en el que advierte de que “no actuar también es expolio”. La historia de este cambio, tramitado de forma exprés, sin un debate propio, al estar incluido entre decenas de modificaciones en la Ley de Medidas Fiscales y Administrativas que acompaña a los presupuestos de 2026 -de ahí que se la conozca como ley de acompañamiento-, arranca con la presentación, en octubre, del proyecto de las cuentas de la Xunta para el año que está a punto de empezar. Sin embargo, fue un informe del Consello da Cultura Galega el que puso el foco en estas modificaciones en noviembre. El texto expone que el eje central de la reforma de la Ley de Patrimonio Cultural de Galicia es la supresión de la autorización previa que tenía que dar la Consellería de Cultura para las intervenciones que se quieren realizar en bienes catalogados con protección estructural y ambiental. También se retira ese permiso para actuaciones en las zonas de protección alrededor de esos bienes y de amortiguamiento. Y la competencia para dar ese visto bueno se pasa a los ayuntamientos, que deberán hacer un análisis en el procedimiento de concesión de licencias urbanísticas para comprobar si los valores culturales quedan o no protegidos. El Consello da Cultura cita que las justificaciones dadas son que los ayuntamientos conocen bien su propio territorio y que es necesario agilizar las obras para contar con más vivienda. El conselleiro de Cultura, José López Campos, hizo una ronda de contactos con representantes de administraciones locales en noviembre y defendió que la reforma de la ley buscaba simplificar los trámites administrativos y “desburocratizar” para acortar las esperas de las licencias urbanísticas. Aseguró que las demoras en los más de 30.000 expedientes que gestiona al año la Dirección Xeral de Patrimonio Cultural son de entre seis y doce meses y que esos largos plazos “son un problema”. La solución, defendió, es pasar parte de los permisos a los ayuntamientos, de forma que puedan autorizar intervenciones en los elementos protegidos. Los municipios de más de 50.000 habitantes también van a poder -desde el 1 de enero del 2026, cuando la norma entra en vigor- informar sobre obras en el entorno de los caminos de Santiago. La Xunta retiene las competencias en los elementos “más singulares o que precisan de la intervención de un personal técnico con conocimientos más específicos”, como en el caso de obras en bienes de interés cultural (BIC). Para el Consello da Cultura, que es el órgano consultivo que asesora a la Xunta sobre los valores culturales gallegos, estos argumentos son insuficientes. En las condiciones en las que se delegan estas competencias a los ayuntamientos, la protección del patrimonio cultural “no queda garantizada de manera suficiente y eficaz”. Sobre todo, objeta, no se tienen suficientemente en cuenta varios factores: no hay un catálogo de bienes culturales actualizado ni unificado; no hay mecanismos de coordinación; los ayuntamientos no tienen suficiente personal -y, en muchos casos, no cuenta con formación específica en la materia-; y no hay un cuerpo autonómico de inspección que pueda desplegar un control sobre las licencias municipales. Añade que esta “voluntad liberalizadora” en la tramitación suscita “problemas constitucionales” porque va en sentido opuesto al de las obligaciones de conservación del patrimonio cultural. Concluye que hay riesgo de desaparición o deterioro de muchos de los bienes protegidos, que son “buena parte de la herencia cultural” que conforma la identidad del pueblo gallego. El cambio está aprobado El informe no logró que la Xunta reconsiderase su postura: la ley de acompañamiento se aprobó sin cambios -y solo con los votos del PP- el pasado 16 de diciembre. Tampoco tuvo efecto la alegación de la federación de municipios y provincias, que centraba su crítica en que la reforma “no fue consultada, negociada ni acordada con los ayuntamientos a través de la Fegamp”. Objeta que supone “mayor carga de trabajo”, pero no va acompañada de fondos. Los sentires dentro de la Fegamp no son uniformes. El vicepresidente, Ángel Moldes, regidor de Poio, del PP, defendió que los cambios son medidas que los ayuntamientos llevaban años pidiendo. Una de las voces más críticas con la decisión es la de la Plataforma Estatal de Profesionales de la Arqueología, que le ha enviado un escrito al Ministerio de Cultura para pedirle que intervenga y frene los cambios de la Xunta porque “podrían provocar una desprotección real”. Pone el foco en que el Gobierno gallego, del que dependía hasta ahora la supervisión, cuenta con personal especializado, pero eso no ocurre en una gran parte de los ayuntamientos. Fuera de los más grandes no suele haber ni arqueólogos ni historiadores del arte ni arquitectos especializados en patrimonio. “Pasarles esta responsabilidad sin reforzar sus recursos deja un vacío de tutela que puede tener consecuencias irreversibles”, avisa y recuerda que existe el concepto de “expolio por omisión”, recogido en la Ley del Patrimonio Histórico Español. Esto quiere decir que el expolio puede derivar no solo de acciones dañinas, sino también de una falta de actuación o supervisión adecuada de la administración competente, recalca la plataforma. Su portavoz, Jaime Almansa, asegura que el mayor peligro lo corren los edificios protegidos, pero que no son BIC. Los sitios arqueológicos, dice, están más controlados normalmente, aunque algunos en casco urbano también pueden verse amenazados. Almansa añade que confía en que el Ministerio pueda actuar porque, aunque las competencias en la materia están transferidas a las comunidades autónomas, las leyes de menor rango no pueden recortar derechos recogidos en las de mayor rango, que es algo que considera que ocurre con la nueva normativa gallega. Y apunta otra posible vía: que los ayuntamientos devuelvan las competencias si no están de acuerdo con esa delegación.

2025 y el miedo al diablo

2025 y el miedo al diablo

El apocalipsis ya no asusta porque casi siempre cae sobre gente que no conocemos, en lugares que pronunciamos mal, y eso lo vuelve soportable. El miedo se redistribuye y se desplaza El año 2025 debería haberme dado miedo, pero me he insensibilizado tanto ante la catástrofe que ya la reconozco como parte del paisaje. Otro año que debería haber sentido miedo por los gazatíes y por esos niños que han aprendido antes el zumbido de un dron que el sonido de una canción o de los veinteañeros rusos y ucranianos condenados a matarse vete a saber por qué; me debería dar miedo que en Europa empecemos a hablar de rearme con la misma facilidad con la que antes hablábamos del Erasmus+; otro año que debería darme miedo que el vocabulario bélico haya adelgazado tanto que ya casi no pesa en la lengua. Debería aterrorizarme el clima; no su colapso, porque eso sería hasta honesto, sino esta cosa a plazos donde el verano dura cada vez más y el agua falta un poco antes y los incendios se extinguen un poquito más cerca. El apocalipsis en cómodas mensualidades Podría seguir enumerando catástrofes, pero el problema no está ahí fuera. El fin del mundo ha dejado de ser un acontecimiento y se ha convertido en algo que siempre les pasa a otros y que pasa todo el tiempo; a otros niños, a otros jóvenes, a otras familias; a otras gentes. Nos hemos entrenado para mirar sin mirar, para asumir que el horror tiene una geografía específica y que, mientras no se nos acerque demasiado, podemos seguir adelante. El apocalipsis ya no asusta porque casi siempre cae sobre gente que no conocemos, en lugares que pronunciamos mal, y eso lo vuelve soportable. El miedo se redistribuye y se desplaza. Nos hemos socializado en torno a la idea de que el mundo puede acabarse muchas veces al día siempre que no sea el nuestro, siempre que no afecte a quienes amamos, siempre que podamos seguir sentándonos a la mesa con la sensación –precaria, pero suficiente– de que, por ahora, seguimos a salvo. El fin del mundo son los otros. Pero qué hipócrita resulta hablar de valentía cuando la verdad es otra; cuando se confunden la resistencia y la comodidad, y nos convencemos de que soportar es lo mismo que hacerse cargo. He pasado 2025 mirando el desastre del mundo con una distancia cínica, clínica y privilegiada, creyéndome lúcido por no escandalizarme; maduro, por no venirme abajo, cuando en realidad, todo era una anestesia. Era la tranquilidad, en el fondo, de saber que casi nada de eso me exigía cambiar nada de mí. Con qué derecho me podría escandalizar de lo que pasa ahí fuera, si en lo que de mí depende he sido capaz de horrorizarme a mí mismo más de lo que ha podido intentar el 2025. Si no hay mayor catástrofe que haya podido ver en todo el año, que mis ojos reflejados en un espejo de decepción. Con qué autoridad le pido al mundo que dejemos de fallarnos todos, si yo he sido capaz de fallar a quien más quiero; es el último límite humano que volvería a cruzar: el de mirar a unos ojos que devuelven la misma mirada de decepción de quien está viendo arder el mundo y piensa que no tiene solución. 2025 me ha servido para recordar que no estoy aquí para avivar más fuegos, sino para extinguirlos. Y eso pienso hacer.

Ultracristianos niegan a Cristo en Navidad

Ultracristianos niegan a Cristo en Navidad

El alcalde de Badalona desaloja a 400 inmigrantes antes de Nochebuena, su compañero del PP y alcalde de Sevilla les pone problemas para empadronarse como los que causaron que José y María tuvieran a Jesús en Belén y no en Nazaret. Y Trump bombardea Nigeria al grito de “¡Feliz Navidad, terroristas!”. Burlarse así de Cristo, en su fecha de nacimiento, es un ataque nada casual a sus enseñanzas Asens denuncia a Albiol por delito de odio y discriminación en el desalojo de los migrantes del B9 de Badalona En memoria de Mamouth Bakhoum, ahogado en el Guadalquivir, hace un año, mientras lo perseguía la Policía Local de Sevilla, por vender camisetas en la calle. Trump bombardea Nigeria el 25 de diciembre con el mensaje : “Feliz Navidad a todos, incluidos los terroristas muertos que serán muchos más si siguen masacrando a cristianos”. Su burla siniestra al Evangelio no es un caso aislado. Coincide, en España, con el estruendoso desalojo por el alcalde del PP en Badalona, Xavier García Albiol, de 400 personas que vivían en un instituto abandonado. Pero también con el más sibilino acuerdo con Vox del alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, también del PP, para “impedir la inscripción en el padrón” de los inmigrantes a los que el sistema se niega a regularizar y para reprimir la venta ambulante con la que sobreviven. Es difícil ver casual tanta negación del mensaje de Cristo en plena celebración de su nacimiento. Y chocante que pase mientras el grupo pop ultracristiano Hakuna, jaleado por Díaz Ayuso y Feijóo en la Puerta del Sol, corona esa oleada de supuesto neocristianismo que incluye a la divísima Rosalía . Cabe celebrar que desde el Papa León XIV, menos significado hasta ahora que su antecesor Francisco, al presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, nada sospechoso de izquierdista, y un centenar de religiosos y colectivos católicos de toda España han reaccionado contra el ataque a los más necesitados: El Papa recordó en Navidad a los miles de ‘niños Jesús’ que hoy viven “en las tiendas de Gaza, expuestas a las lluvias, al viento y al frío y en las tiendas de tantos otros desplazados y refugiados en cada continente, o en los refugios improvisados de miles de personas sin hogar en nuestras ciudades”. Argüello escribió en X : “Jesús nació en un pesebre porque no había sitio en la posada. Hoy inmigrantes no son regularizados, pero sí son desalojados en España y en USA con luces y sonidos navideños de fondo; familias viven en una habitación ”con derecho a cocina“… Tampoco hoy ”hay sitio en la posada“. El manifiesto de religiosos y entidades católicas declara : “Desde el Evangelio denunciamos con claridad la actuación del alcalde de Badalona (…) y de una parte de la sociedad que ha salido a la calle no para acoger, sino para expulsar (…) cargada de racismo y xenofobia. (…) Jesús no se identifica con el poder que desaloja, sino con el pobre desalojado. No camina con quien criminaliza la miseria, sino con quien la sufre. Una Iglesia, instituciones y movimientos sociales que callan ante esta injusticia traicionan el Evangelio y vacían de sentido la palabra humanidad, las Derechos Humanos elementales”. ¿Ser cristiano negando a Cristo? Aquellas personas que se sienten y definen cristianos, al leer o escuchar estos recordatorios del mensaje de Cristo, ¿acuden al Evangelio? ¿Releen en Mateo 25, 43 “Fui forastero y no me acogisteis” y reflexionan abiertas a rectificar? O… ¿Creen que Jesús se equivocó en ciertos temas? ¿Hizo mal en decir “Amarás al prójimo como a ti mismo” o “No matarás”? ¿Fue naif, buenista, woke ? Si no creen en su palabra, ¿qué es lo que les gusta de él? No creo que sea el look de pelo y barba largos más propio del ex diputado canario de Podemos Alberto Rodríguez que de Santiago Abascal, de estilo tan centurión. Quienes se definen cristianos, pero actúan con un racismo nada fraterno, incluso en Navidad, tal y como denuncian el Papa, el presidente de la Conferencia Episcopal y hasta 100 religiosos y entidades católicas, ¿releen el Evangelio abiertos a rectificar o se creen llamados a enmendar "el buenismo" de Cristo? Tampoco los ultracatólicos parecen preocupados por ningún castigo o premio a crueldades o bondades. Más próximos a admitir que la Tierra es plana a que haya cielo o infierno alguno, ya sean literales o, como lleva décadas señalando la teología evolucionada, simbólicos. El nihilismo ultracapitalista roe y vacía desde dentro el cristianismo, como la democracia. En uno y otro caso, afrontamos la perspectiva de que lo devore todo hasta la pura cáscara. Hay razones para preocuparse por el horizonte de deshumanización, autoritarismo y violencia crecientes. Pero somos mayoría, en un muy amplio espectro, tanto ideológico como de creencias, quienes vemos claro el peligro y perjuicios que anuncia esta deriva. Parar al odio Proteger la convivencia colectiva implica dar el paso del pronunciamiento verbal a medidas prácticas. Me pregunto si la Iglesia se plantea excomulgar a quienes reiteradamente niegan, de palabra y obra, el magisterio de Cristo. Todo, además, mientras al cristianismo en Occidente le sobran fans de boquilla y le falta vocaciones que, por cierto, vienen a suplir a nuestros conventos, monjas latinoamericanas y, sobre todo, africanas. Autoras, entre otras cosas, de tantos dulces navideños. Frente al auge del odio, que ya pasa de los meros discursos al desalojo discriminatorio de personas inmigrantes por el alcalde de Badalona y a la negación de su derecho de empadronamiento por el alcalde de Sevilla, ambos del PP, urgen acciones legales numerosas y coordinadas. Y desde luego conviene una unión en acciones de denuncia judicial frente a quienes odian, amenazan y dañan a personas inocentes, víctimas de la injusticia Norte-Sur y del racismo. Denuncias como la interpuesta contra Albiol por el eurodiputado de los Comuns Jaume Asens , o como las que ha anunciado que llevará a Fiscalía el secretario general de CCOO-Sevilla, Carlos Aristu , si el alcalde Sanz “da instrucciones o presiona a trabajadores municipales para una cacería administrativa” de personas inmigrantes, con el fin de negarles “un derecho al empadronamiento que está garantizado por la legislación española como garantía de igualdad y servicios públicos” ( Real Decreto 2612/1996, art. 54 ). A todo lo cual habrá que sumar, cuanto antes, la reacción de la comunidad internacional, empezando por Naciones Unidas, contra los asesinatos extrajudiciales perpetrados, en distintos continentes, por la Administración Trump. Una reacción que no llega sola, ni lo hará sin la magia más poderosa: la de la libre voluntad humana, que no reniega sino milita en el amor y actúa coordinada. Esa que, si lo pensamos, alienta el misterio de Los Reyes Magos… Y el de que hayamos llegado, sin extinguirnos, al 2026, en el que ya casi estamos.

2025 y el miedo al diablo

2025 y el miedo al diablo

El apocalipsis ya no asusta porque casi siempre cae sobre gente que no conocemos, en lugares que pronunciamos mal, y eso lo vuelve soportable. El miedo se redistribuye y se desplaza El año 2025 debería haberme dado miedo, pero me he insensibilizado tanto ante la catástrofe que ya la reconozco como parte del paisaje. Otro año que debería haber sentido miedo por los gazatíes y por esos niños que han aprendido antes el zumbido de un dron que el sonido de una canción o de los veinteañeros rusos y ucranianos condenados a matarse vete a saber por qué; me debería dar miedo que en Europa empecemos a hablar de rearme con la misma facilidad con la que antes hablábamos del Erasmus+; otro año que debería darme miedo que el vocabulario bélico haya adelgazado tanto que ya casi no pesa en la lengua. Debería aterrorizarme el clima; no su colapso, porque eso sería hasta honesto, sino esta cosa a plazos donde el verano dura cada vez más y el agua falta un poco antes y los incendios se extinguen un poquito más cerca. El apocalipsis en cómodas mensualidades Podría seguir enumerando catástrofes, pero el problema no está ahí fuera. El fin del mundo ha dejado de ser un acontecimiento y se ha convertido en algo que siempre les pasa a otros y que pasa todo el tiempo; a otros niños, a otros jóvenes, a otras familias; a otras gentes. Nos hemos entrenado para mirar sin mirar, para asumir que el horror tiene una geografía específica y que, mientras no se nos acerque demasiado, podemos seguir adelante. El apocalipsis ya no asusta porque casi siempre cae sobre gente que no conocemos, en lugares que pronunciamos mal, y eso lo vuelve soportable. El miedo se redistribuye y se desplaza. Nos hemos socializado en torno a la idea de que el mundo puede acabarse muchas veces al día siempre que no sea el nuestro, siempre que no afecte a quienes amamos, siempre que podamos seguir sentándonos a la mesa con la sensación –precaria, pero suficiente– de que, por ahora, seguimos a salvo. El fin del mundo son los otros. Pero qué hipócrita resulta hablar de valentía cuando la verdad es otra; cuando se confunden la resistencia y la comodidad, y nos convencemos de que soportar es lo mismo que hacerse cargo. He pasado 2025 mirando el desastre del mundo con una distancia cínica, clínica y privilegiada, creyéndome lúcido por no escandalizarme; maduro, por no venirme abajo, cuando en realidad, todo era una anestesia. Era la tranquilidad, en el fondo, de saber que casi nada de eso me exigía cambiar nada de mí. Con qué derecho me podría escandalizar de lo que pasa ahí fuera, si en lo que de mí depende he sido capaz de horrorizarme a mí mismo más de lo que ha podido intentar el 2025. Si no hay mayor catástrofe que haya podido ver en todo el año, que mis ojos reflejados en un espejo de decepción. Con qué autoridad le pido al mundo que dejemos de fallarnos todos, si yo he sido capaz de fallar a quien más quiero; es el último límite humano que volvería a cruzar: el de mirar a unos ojos que devuelven la misma mirada de decepción de quien está viendo arder el mundo y piensa que no tiene solución. 2025 me ha servido para recordar que no estoy aquí para avivar más fuegos, sino para extinguirlos. Y eso pienso hacer.

Ultracristianos niegan a Cristo en Navidad

Ultracristianos niegan a Cristo en Navidad

El alcalde de Badalona desaloja a 400 inmigrantes antes de Nochebuena, su compañero del PP y alcalde de Sevilla les pone problemas para empadronarse como los que causaron que José y María tuvieran a Jesús en Belén y no en Nazaret. Y Trump bombardea Nigeria al grito de “¡Feliz Navidad, terroristas!”. Burlarse así de Cristo, en su fecha de nacimiento, es un ataque nada casual a sus enseñanzas Asens denuncia a Albiol por delito de odio y discriminación en el desalojo de los migrantes del B9 de Badalona En memoria de Mamouth Bakhoum, ahogado en el Guadalquivir, hace un año, mientras lo perseguía la Policía Local de Sevilla, por vender camisetas en la calle. Trump bombardea Nigeria el 25 de diciembre con el mensaje : “Feliz Navidad a todos, incluidos los terroristas muertos que serán muchos más si siguen masacrando a cristianos”. Su burla siniestra al Evangelio no es un caso aislado. Coincide, en España, con el estruendoso desalojo por el alcalde del PP en Badalona, Xavier García Albiol, de 400 personas que vivían en un instituto abandonado. Pero también con el más sibilino acuerdo con Vox del alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, también del PP, para “impedir la inscripción en el padrón” de los inmigrantes a los que el sistema se niega a regularizar y para reprimir la venta ambulante con la que sobreviven. Es difícil ver casual tanta negación del mensaje de Cristo en plena celebración de su nacimiento. Y chocante que pase mientras el grupo pop ultracristiano Hakuna, jaleado por Díaz Ayuso y Feijóo en la Puerta del Sol, corona esa oleada de supuesto neocristianismo que incluye a la divísima Rosalía . Cabe celebrar que desde el Papa León XIV, menos significado hasta ahora que su antecesor Francisco, al presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, nada sospechoso de izquierdista, y un centenar de religiosos y colectivos católicos de toda España han reaccionado contra el ataque a los más necesitados: El Papa recordó en Navidad a los miles de ‘niños Jesús’ que hoy viven “en las tiendas de Gaza, expuestas a las lluvias, al viento y al frío y en las tiendas de tantos otros desplazados y refugiados en cada continente, o en los refugios improvisados de miles de personas sin hogar en nuestras ciudades”. Argüello escribió en X : “Jesús nació en un pesebre porque no había sitio en la posada. Hoy inmigrantes no son regularizados, pero sí son desalojados en España y en USA con luces y sonidos navideños de fondo; familias viven en una habitación ”con derecho a cocina“… Tampoco hoy ”hay sitio en la posada“. El manifiesto de religiosos y entidades católicas declara : “Desde el Evangelio denunciamos con claridad la actuación del alcalde de Badalona (…) y de una parte de la sociedad que ha salido a la calle no para acoger, sino para expulsar (…) cargada de racismo y xenofobia. (…) Jesús no se identifica con el poder que desaloja, sino con el pobre desalojado. No camina con quien criminaliza la miseria, sino con quien la sufre. Una Iglesia, instituciones y movimientos sociales que callan ante esta injusticia traicionan el Evangelio y vacían de sentido la palabra humanidad, las Derechos Humanos elementales”. ¿Ser cristiano negando a Cristo? Aquellas personas que se sienten y definen cristianos, al leer o escuchar estos recordatorios del mensaje de Cristo, ¿acuden al Evangelio? ¿Releen en Mateo 25, 43 “Fui forastero y no me acogisteis” y reflexionan abiertas a rectificar? O… ¿Creen que Jesús se equivocó en ciertos temas? ¿Hizo mal en decir “Amarás al prójimo como a ti mismo” o “No matarás”? ¿Fue naif, buenista, woke ? Si no creen en su palabra, ¿qué es lo que les gusta de él? No creo que sea el look de pelo y barba largos más propio del ex diputado canario de Podemos Alberto Rodríguez que de Santiago Abascal, de estilo tan centurión. Quienes se definen cristianos, pero actúan con un racismo nada fraterno, incluso en Navidad, tal y como denuncian el Papa, el presidente de la Conferencia Episcopal y hasta 100 religiosos y entidades católicas, ¿releen el Evangelio abiertos a rectificar o se creen llamados a enmendar "el buenismo" de Cristo? Tampoco los ultracatólicos parecen preocupados por ningún castigo o premio a crueldades o bondades. Más próximos a admitir que la Tierra es plana a que haya cielo o infierno alguno, ya sean literales o, como lleva décadas señalando la teología evolucionada, simbólicos. El nihilismo ultracapitalista roe y vacía desde dentro el cristianismo, como la democracia. En uno y otro caso, afrontamos la perspectiva de que lo devore todo hasta la pura cáscara. Hay razones para preocuparse por el horizonte de deshumanización, autoritarismo y violencia crecientes. Pero somos mayoría, en un muy amplio espectro, tanto ideológico como de creencias, quienes vemos claro el peligro y perjuicios que anuncia esta deriva. Parar al odio Proteger la convivencia colectiva implica dar el paso del pronunciamiento verbal a medidas prácticas. Me pregunto si la Iglesia se plantea excomulgar a quienes reiteradamente niegan, de palabra y obra, el magisterio de Cristo. Todo, además, mientras al cristianismo en Occidente le sobran fans de boquilla y le falta vocaciones que, por cierto, vienen a suplir a nuestros conventos, monjas latinoamericanas y, sobre todo, africanas. Autoras, entre otras cosas, de tantos dulces navideños. Frente al auge del odio, que ya pasa de los meros discursos al desalojo discriminatorio de personas inmigrantes por el alcalde de Badalona y a la negación de su derecho de empadronamiento por el alcalde de Sevilla, ambos del PP, urgen acciones legales numerosas y coordinadas. Y desde luego conviene una unión en acciones de denuncia judicial frente a quienes odian, amenazan y dañan a personas inocentes, víctimas de la injusticia Norte-Sur y del racismo. Denuncias como la interpuesta contra Albiol por el eurodiputado de los Comuns Jaume Asens , o como las que ha anunciado que llevará a Fiscalía el secretario general de CCOO-Sevilla, Carlos Aristu , si el alcalde Sanz “da instrucciones o presiona a trabajadores municipales para una cacería administrativa” de personas inmigrantes, con el fin de negarles “un derecho al empadronamiento que está garantizado por la legislación española como garantía de igualdad y servicios públicos” ( Real Decreto 2612/1996, art. 54 ). A todo lo cual habrá que sumar, cuanto antes, la reacción de la comunidad internacional, empezando por Naciones Unidas, contra los asesinatos extrajudiciales perpetrados, en distintos continentes, por la Administración Trump. Una reacción que no llega sola, ni lo hará sin la magia más poderosa: la de la libre voluntad humana, que no reniega sino milita en el amor y actúa coordinada. Esa que, si lo pensamos, alienta el misterio de Los Reyes Magos… Y el de que hayamos llegado, sin extinguirnos, al 2026, en el que ya casi estamos.

2026, el año del odio y las guerras

2026, el año del odio y las guerras

El mundo que se nos anuncia en 2026 es un mundo en que en que se nos exige normalizar el odio y pensar que la violencia es necesaria para poner un orden que nos deshumaniza ante quienes más necesitan protección. La extrema derecha española reproduce con disciplina este marco internacional El 'gran pacificador' Donald Trump desea recibir, y nos quiere hacer creer que lo merece, el premio Nobel de la Paz. Este año no pudo ser, la Fundación Nobel de Oslo decidió otorgárselo a la candidata de la oposición venezolana, María Corina Machado, no sin levantar una enorme polémica. La concesión del premio dotado de un millón de euros (aproximadamente) ha llevado a Julián Assange a denunciar a los miembros de la fundación , acusándoles de haber convertido “un instrumento de paz en un instrumento de guerra” y de traicionar la finalidad del premio que mandaba “conferir el premio a quien hubiera realizado la mayor obra por la fraternidad entre las naciones”. Y, efectivamente, viendo las declaraciones de Machado (fiel admiradora del presidente estadounidense) cuesta encontrar en ellas una apuesta por el diálogo y la diplomacia para desenroscar a Nicolas Maduro de la presidencia de Venezuela. Más bien parecen un relato de confrontación y de legitimación de la violencia como vía para alcanzar el poder. No resulta descabellado pensar que se esté allanando el camino para que, más pronto que tarde, Trump vuelva a creerse candidato natural al Nobel de la Paz. En menos de un año, el presidente estadounidense ha realizado, al menos, ocho intervenciones militares en terceros países que para él son algo así como “acciones de pacificación”. La última en Nigeria. A ello se suma su particular batalla cultural sobre qué palabras pueden usarse y cuáles no -y que también podemos contabilizar como violencia (simbólica)-. Entre las decisiones de qué palabras son las importantes está una del pasado mes de septiembre sobre el cambio de nombre del Departamento de Defensa por el de Departamento de Guerra. Una clara declaración de intenciones y cuyo coste a las arcas del gobierno de Trump se calcula que puede haber sido de unos 1.000 millones de dólares. En su frenesí belicista, hace unos días ordenó la construcción de unos nuevos buques de guerra que llevarán su nombre (cómo no) y que costarán unos 26.000 millones de dólares. Quien sí considera y reconoce a Donald Trump como un ser de luz y de paz es el presidente de la FIFA, que a principios de este mes de diciembre otorgó al presidente estadounidense el Premio FIFA de la Paz por su “papel fundamental en el establecimiento de un alto el fuego y la promoción de la paz entre Israel y Palestina” y por haber “intentado activamente poner fin a otros conflictos”. Una versión de la realidad, la de Gianni Infantino, bastante afín a la narrativa trumpista, que niega que el llamado Plan de Paz para Gaza sea en realidad un plan de negocio, de sometimiento y de desposesión del pueblo gazatí. Un esquema que perfectamente podría recordar a las prácticas colonialistas y genocidas ejercidas contra los pueblos indígenas de Estados Unidos, expulsados a reservas aisladas y condenados a la extinción. Las formas de gobernar de Trump y su interesada conceptualización de la paz anuncian lo que puede ser este 2026. Más de cien ejecuciones extrajudiciales en aguas del Caribe contra personas que su gobierno considera narcotraficantes; más de 1.200 personas internadas el pasado julio en el centro de detención para migrantes conocido como Alligator Alcatraz , en Florida, que han desaparecido de las bases de datos del ICE sin que sus familias sepan nada de ellas; más de 75.000 personas sin antecedentes criminales arrestadas por agentes migratorios. Secuestros administrativos, desapariciones y órdenes ejecutivas que son castigos colectivos disfrazados de política pública. Mientras se multiplican los presupuestos militares y de seguridad -decenas de miles de millones destinados a armamento, operaciones exteriores y centros de detención-, Estados Unidos bate récords de desigualdad y pobreza, de vulneración de derechos. Una forma de gobierno que redistribuye recursos hacia arriba y violencia hacia abajo. La idea de imponer la paz que maneja Donald Trump solo conduce a más confrontación y a vivir permanentemente al filo de la guerra. Al tiempo que aviva el odio hacia todas aquellas personas que, desde su supremacismo blanco y cisheteropatriarcal, son consideradas despreciables y, por tanto, desechables. Nada de esto ocurre lejos ni es ajeno a nuestro contexto. La extrema derecha española reproduce con disciplina este marco internacional. Que Vox haya optado por no valorar siquiera el mensaje de Nochebuena del rey (un discurso deliberadamente conciliador) es una declaración de intenciones. El rechazo a cualquier lenguaje de convivencia, de derechos o de límites al odio forma parte de su proyecto político, de la idea de guerra de Trump. El mundo que se nos anuncia en 2026 es un mundo en que en que se nos exige normalizar el odio y pensar que la violencia es necesaria para poner un orden que nos deshumaniza ante quienes más necesitan protección. No es del todo una broma la ironía de Jimmy Kimmel cuando advierte de que “la tiranía está en auge por aquí ”. Ante el nuevo año 2026 cada cual tendrá que decidir si se sitúa del lado del tirano que deshumaniza a base de intimidación, insulto y agresión o del lado de quienes nos negamos a aceptar como inevitable un orden mundial de odio y violencia.

Los piratas de lo público

Los piratas de lo público

La libertad de Madrid, según el PP, consiste en que te hagas un seguro médico privado, lleves a tus hijos a un colegio concertado, que funciona como un coto privado, y a una universidad privada, y, por último, que pagues una residencia privada a tus mayores El casino de Quirón A comienzos de este mes se desató un escándalo por la revelación de unas instrucciones del Pablo Gallart, CEO del Grupo Salud Ribera, que gestiona el hospital público de Torrejón de Ardoz. Aunque sean indignantes, la verdad es que a mí no me ha sorprendido. En realidad, me ha recordado a la película Casablanca cuando el capitán Renault, interpretado magistralmente por Claude Rains, le dice con gran cinismo a Rick Blaine, que encarna Humphrey Bogart: “¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”, y a continuación el jefe de sala donde se juega le entrega un fajo de billetes: “Sus ganancias, señor”. Las recomendaciones de Gallart son normales en un ejecutivo de una empresa que persigue conseguir el mayor beneficio posible. La gravedad del asunto es que se trata de un servicio público, donde está en juego la salud de los madrileños. Pero la salud de los ciudadanos no puede ser un negocio. La sanidad pública es uno de los pilares básicos de los Estados del bienestar. Pero esto no es nuevo, este proceso se inició con Esperanza Aguirre hace ya bastante años. La privatización de la sanidad pública persigue varios objetivos, que pueden resumirse básicamente en dos: aumentar el negocio de las empresas y provocar el deterioro del servicio público para que la gente se haga un seguro privado. De hecho, ya lo han conseguido, Madrid es una de las regiones con más seguros de salud por habitante y empresas como el grupo Quirón se han forrado. Sólo en entre 2021-2024 ha recibido casi 5.000 millones de euros de la Comunidad de Madrid, aunque estaban presupuestados 2.543 millones. El sistema es perverso, pero perfecto. Todos tenemos experiencias lamentables con la sanidad madrileña porque nos ponemos enfermos y tenemos dolencias crónicas: desde retrasos en pruebas a demoras de diez días para ver a tu médico de familia, pasando por escenas dantescas en unas urgencias colapsadas o plazos de espera muy amplios para conseguir una cita con un especialista, y no digamos ya las listas de espera para intervenciones quirúrgicas. Soy funcionaria de la maltrecha Universidad Complutense y pertenezco a Muface, pero siempre he elegido la atención sanitaria en la Seguridad Social. Por mi domicilio pertenezco a un hospital, la Fundación Jiménez Díaz, y a unos centros de especialidades, gestionados por el famoso grupo Quirón. Tengo artrosis degenerativa en las rodillas y desde hace unos años un traumatólogo me recomendó infiltrarme ácido hialurónico para mejorar mi calidad de vida, que tenía que sufragarme yo porque ese tratamiento no lo cubría la Seguridad Social ni Muface. Casi 300 euros por rodilla, total unos 600 euros al año. Pero recientemente la traumatóloga me ha dicho que la Fundación prohibía ese tratamiento porque no estaba en la cartera de servicios y que era la última que me la ponía. Las palabras no son neutras, me habló de “cartera de servicios”. En la nómina del último mes he pagado casi el 27% en impuestos, pero no tengo derecho a que un traumatólogo me inyecte una infiltración que financio yo para mejorar mi salud y aliviar los dolores. La Fundación pretende que vaya por el sector privado y que además de la infiltración abone la consulta del traumatólogo. Esta es la sanidad pública de la Comunidad de Madrid dirigida por de Isabel Díaz Ayuso. Sólo conciben la sanidad como un negocio de las empresas privadas. De esta manera el comisionista de la empresa Quirón se podrá comprar otro ático a costa de los impuestos de todos los madrileños. El modelo del Partido Popular, que está destrozando los servicios públicos, es muy eficaz porque está consiguiendo que los convencidos de la sanidad pública nos veamos abocados al sector privado por pura supervivencia. Es muy lamentable y desolador. La mayoría de la gente conoce el sistema de salud madrileño porque este modelo privatizador lleva años funcionando, pero lo dramático es que un 47,34% de los votantes de la Comunidad de Madrid en las últimas elecciones respaldaron estas políticas, a los que hay que sumar el 7,31% de Vox. En resumen, 1.832.200 de ciudadanos apoyaron este modelo. Y cuando padecen los inconvenientes de la sanidad pública se quejan de boquilla y echan la culpa al malvado Sánchez, que sólo da dinero a los catalanes, según oigo en las salas de espera del centro de salud. Y mientras Ayuso nos distrae hablando de ETA, que ya no existe por mucho que se empeñe, de Venezuela, o del perverso comunismo que nos domina, elevando cada vez más la hipérbole. Quizás los medios de comunicación deberían hacerle menos caso porque no aporta nada, sólo dice barbaridades y disparates. Ya estamos hartos del minuto de gloria diario de esta señora que avergüenza a muchos madrileños. Pero este procedimiento es el mismo que la Comunidad aplica a todos los servicios públicos. No en casualidad que sea la comunidad del país que menos invierte por habitante en salud y menos invierte en educación por alumno. Es el mismo modelo que está aplicando para destruir la universidad pública en favor de los centros privados. En mi facultad de la UCM nos pasamos medio año con el abrigo por aulas y pasillos, debido al frío permanente que hace. En el IES Lope de Vega de Madrid, uno de los institutos históricos de la capital y donde estudia mi hija (y yo hice COU), para sufragar el reemplazo de las deterioradas butacas del teatro la dirección del centro ha recurrido a la organización de espectáculos apelando a la ayuda de las familias con la compra de entradas. Así, han contado con la generosidad del gran actor Alberto San Juan para la primera de las funciones. Aunque sea una bonita iniciativa no deja de ser penoso que tengan que recurrir a la solidaridad para reponer un material que debería financiar la Comunidad de Madrid. Sin embargo, los centros concertados cuentan con instalaciones estupendas ya que reciben doble financiación: la de los padres y la de la administración del PP, cada vez más cuantiosa. Lo público es residual, cada vez más abandonado, menos financiado, concebido para pobres o para obstinados. Esto es la libertad para Ayuso. La libertad de Madrid, según el PP, consiste en que te hagas un seguro médico privado, lleves a tus hijos a un colegio concertado, que funciona como un coto privado, y a una universidad privada, y, por último, que pagues una residencia privada a tus mayores. Mucho dinero necesita cada ciudadano para mantener este modo de vida, ahora el negocio está asegurado. Pasen e inviertan en Madrid, la tierra de la libertad, más bien del neoliberalismo salvaje. Y mientras con nuestros impuestos pagan la ruinosa fórmula 1, el chiringuito de Network para mantener a amiguetes, incluidos la propia Ayuso y Abascal cuando eran jóvenes, un partido de la NFL, obras faraónicas inútiles como el hospital Zendal y demás mamandurrias, como diría la pionera de este modelo privatizador, Esperanza Aguirre. A cambio tenemos los peores servicios públicos del país. Este es el patriotismo de Ayuso y compañía.

Los piratas de lo público

Los piratas de lo público

La libertad de Madrid, según el PP, consiste en que te hagas un seguro médico privado, lleves a tus hijos a un colegio concertado, que funciona como un coto privado, y a una universidad privada, y, por último, que pagues una residencia privada a tus mayores El casino de Quirón A comienzos de este mes se desató un escándalo por la revelación de unas instrucciones del Pablo Gallart, CEO del Grupo Salud Ribera, que gestiona el hospital público de Torrejón de Ardoz. Aunque sean indignantes, la verdad es que a mí no me ha sorprendido. En realidad, me ha recordado a la película Casablanca cuando el capitán Renault, interpretado magistralmente por Claude Rains, le dice con gran cinismo a Rick Blaine, que encarna Humphrey Bogart: “¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”, y a continuación el jefe de sala donde se juega le entrega un fajo de billetes: “Sus ganancias, señor”. Las recomendaciones de Gallart son normales en un ejecutivo de una empresa que persigue conseguir el mayor beneficio posible. La gravedad del asunto es que se trata de un servicio público, donde está en juego la salud de los madrileños. Pero la salud de los ciudadanos no puede ser un negocio. La sanidad pública es uno de los pilares básicos de los Estados del bienestar. Pero esto no es nuevo, este proceso se inició con Esperanza Aguirre hace ya bastante años. La privatización de la sanidad pública persigue varios objetivos, que pueden resumirse básicamente en dos: aumentar el negocio de las empresas y provocar el deterioro del servicio público para que la gente se haga un seguro privado. De hecho, ya lo han conseguido, Madrid es una de las regiones con más seguros de salud por habitante y empresas como el grupo Quirón se han forrado. Sólo en entre 2021-2024 ha recibido casi 5.000 millones de euros de la Comunidad de Madrid, aunque estaban presupuestados 2.543 millones. El sistema es perverso, pero perfecto. Todos tenemos experiencias lamentables con la sanidad madrileña porque nos ponemos enfermos y tenemos dolencias crónicas: desde retrasos en pruebas a demoras de diez días para ver a tu médico de familia, pasando por escenas dantescas en unas urgencias colapsadas o plazos de espera muy amplios para conseguir una cita con un especialista, y no digamos ya las listas de espera para intervenciones quirúrgicas. Soy funcionaria de la maltrecha Universidad Complutense y pertenezco a Muface, pero siempre he elegido la atención sanitaria en la Seguridad Social. Por mi domicilio pertenezco a un hospital, la Fundación Jiménez Díaz, y a unos centros de especialidades, gestionados por el famoso grupo Quirón. Tengo artrosis degenerativa en las rodillas y desde hace unos años un traumatólogo me recomendó infiltrarme ácido hialurónico para mejorar mi calidad de vida, que tenía que sufragarme yo porque ese tratamiento no lo cubría la Seguridad Social ni Muface. Casi 300 euros por rodilla, total unos 600 euros al año. Pero recientemente la traumatóloga me ha dicho que la Fundación prohibía ese tratamiento porque no estaba en la cartera de servicios y que era la última que me la ponía. Las palabras no son neutras, me habló de “cartera de servicios”. En la nómina del último mes he pagado casi el 27% en impuestos, pero no tengo derecho a que un traumatólogo me inyecte una infiltración que financio yo para mejorar mi salud y aliviar los dolores. La Fundación pretende que vaya por el sector privado y que además de la infiltración abone la consulta del traumatólogo. Esta es la sanidad pública de la Comunidad de Madrid dirigida por de Isabel Díaz Ayuso. Sólo conciben la sanidad como un negocio de las empresas privadas. De esta manera el comisionista de la empresa Quirón se podrá comprar otro ático a costa de los impuestos de todos los madrileños. El modelo del Partido Popular, que está destrozando los servicios públicos, es muy eficaz porque está consiguiendo que los convencidos de la sanidad pública nos veamos abocados al sector privado por pura supervivencia. Es muy lamentable y desolador. La mayoría de la gente conoce el sistema de salud madrileño porque este modelo privatizador lleva años funcionando, pero lo dramático es que un 47,34% de los votantes de la Comunidad de Madrid en las últimas elecciones respaldaron estas políticas, a los que hay que sumar el 7,31% de Vox. En resumen, 1.832.200 de ciudadanos apoyaron este modelo. Y cuando padecen los inconvenientes de la sanidad pública se quejan de boquilla y echan la culpa al malvado Sánchez, que sólo da dinero a los catalanes, según oigo en las salas de espera del centro de salud. Y mientras Ayuso nos distrae hablando de ETA, que ya no existe por mucho que se empeñe, de Venezuela, o del perverso comunismo que nos domina, elevando cada vez más la hipérbole. Quizás los medios de comunicación deberían hacerle menos caso porque no aporta nada, sólo dice barbaridades y disparates. Ya estamos hartos del minuto de gloria diario de esta señora que avergüenza a muchos madrileños. Pero este procedimiento es el mismo que la Comunidad aplica a todos los servicios públicos. No en casualidad que sea la comunidad del país que menos invierte por habitante en salud y menos invierte en educación por alumno. Es el mismo modelo que está aplicando para destruir la universidad pública en favor de los centros privados. En mi facultad de la UCM nos pasamos medio año con el abrigo por aulas y pasillos, debido al frío permanente que hace. En el IES Lope de Vega de Madrid, uno de los institutos históricos de la capital y donde estudia mi hija (y yo hice COU), para sufragar el reemplazo de las deterioradas butacas del teatro la dirección del centro ha recurrido a la organización de espectáculos apelando a la ayuda de las familias con la compra de entradas. Así, han contado con la generosidad del gran actor Alberto San Juan para la primera de las funciones. Aunque sea una bonita iniciativa no deja de ser penoso que tengan que recurrir a la solidaridad para reponer un material que debería financiar la Comunidad de Madrid. Sin embargo, los centros concertados cuentan con instalaciones estupendas ya que reciben doble financiación: la de los padres y la de la administración del PP, cada vez más cuantiosa. Lo público es residual, cada vez más abandonado, menos financiado, concebido para pobres o para obstinados. Esto es la libertad para Ayuso. La libertad de Madrid, según el PP, consiste en que te hagas un seguro médico privado, lleves a tus hijos a un colegio concertado, que funciona como un coto privado, y a una universidad privada, y, por último, que pagues una residencia privada a tus mayores. Mucho dinero necesita cada ciudadano para mantener este modo de vida, ahora el negocio está asegurado. Pasen e inviertan en Madrid, la tierra de la libertad, más bien del neoliberalismo salvaje. Y mientras con nuestros impuestos pagan la ruinosa fórmula 1, el chiringuito de Network para mantener a amiguetes, incluidos la propia Ayuso y Abascal cuando eran jóvenes, un partido de la NFL, obras faraónicas inútiles como el hospital Zendal y demás mamandurrias, como diría la pionera de este modelo privatizador, Esperanza Aguirre. A cambio tenemos los peores servicios públicos del país. Este es el patriotismo de Ayuso y compañía.