Balizas V16 con aplicación asociada. Cinco modelos para cumplir con la normativa de la DGT a partir del 1 de enero

Balizas V16 con aplicación asociada. Cinco modelos para cumplir con la normativa de la DGT a partir del 1 de enero

Ya queda nada para que tengamos que llevar de forma obligatoria en el coche una baliza V16 . ¿Cuál comprar? Hay muchísimos modelos, por lo que en este artículo nos vamos a centrar en cinco balizas V16 que vienen con su propia aplicación para smartphones . Help Flash IoT , una baliza económica compatible con myIncidence. Help Flash IoT+ , una baliza con una buena cifra de candelas que también es compatible con myIncidence. LEDOne , una baliza V16 que destaca por su formato y que es compatible con su propia app. LEDOne para camiones , incluye la baliza y una flecha para vehículos industriales. FlashLED , viene con funda antigolpes y es compatible con su propia app. Help Flash IoT La primera baliza V16 que hemos introducido este listado es de Netun Solutions: la Help Flash IoT . Tiene un diseño similar a la Help Flash IoT+, pero tiene características diferentes: ofrece visibilidad hasta 1 km, su autonomía es de aproximadamente dos horas y ofrece más de 40 candelas efectivas . Además, se conecta a la app myIncidence para poder contactar rápidamente con la aseguradora y los servicios de emergencias. Help Flash IoT+ En segundo lugar hemos introducido la versión más completa de la anterior baliza V16: la Help Flash IoT+ . Tiene una ficha técnica más interesante y su precio suele ser similar: ofrece aproximadamente 290 candelas , su autonomía es de hasta 2,5 horas y también se conecta a la app myIncidence. LEDOne La LEDOne es una baliza especialmente interesante por su formato, ya que incorpora un soporte para que se pueda colocar de forma un poco más elevada, mejorando así la visibilidad. Ofrece 120 candelas efectivas , su autonomía es de aproximadamente dos horas, la marca menciona que es apta para todos los vehículos y se puede conectar a la app LEDOne para avisar al seguro y a los servicios de emergencias. LEDOne para camiones Una alternativa a la anterior baliza V16 —o mejor dicho una opción más completa— la tenemos en Leroy Merlin. La LEDOne está disponible en un pack para camiones que, en este caso, incluye tanto la baliza que hemos comentado antes como una señalización para vehículos industriales , mejorando así la visibilidad. Además, al tratarse de la misma baliza, es compatible con la app LEDOne. FlashLED Por último, PcComponentes tiene la baliza V16 FlashLED , que en este caso viene junto con una funda rígida antigolpes . Funciona mediante una única pila y es compatible con su propia app SOS alert . Eso sí, la marca no menciona ni la autonomía teórica ni la cifra en candelas. En Xataka Qué mirar en una baliza V16: requisitos y cómo comprobar si la que tienes o quieres comprar te sirve Algunos de los enlaces de este artículo son afiliados y pueden reportar un beneficio a Xataka. En caso de no disponibilidad, las ofertas pueden variar. Imagen | Netun Solutions, LEDOne, FlashLED En Xataka | Gadgets y accesorios de seguridad, organización y entretenimiento para coches en viajes largos En Xataka | Aclarando todo el lío que la DGT tiene entre manos: la luz V-16, la señal V-27 y los triángulos de emergencia - La noticia Balizas V16 con aplicación asociada. Cinco modelos para cumplir con la normativa de la DGT a partir del 1 de enero fue publicada originalmente en Xataka por Alberto García .

Turull veu "surrealista" el discurs de Felip VI contra els extremismes: "Ell va ser el més radical l'1-O"

Turull veu "surrealista" el discurs de Felip VI contra els extremismes: "Ell va ser el més radical l'1-O"

Jordi Turull ha titllat de "surrealista" el discurs de Felip VI contra els extremismes , ja que " ell va ser el més radical l'1-O ". En l'ofrena anual a la tomba del president Fracesc Macià —que va morir fa 92 anys, el dia de Nadal del 1933— en el cementiri de Montjuïc, el secretari general de Junts ha apuntat que no va sentir el missatge per televisió, però que sí que li han explicat el contingut: "Ens sembla surrealista que apel·lès a acabar amb els extremistes i amb la crispació, quan justament ell ha estat el més extremista i el que va ser més radical contra la convivència democràtica, quan el poble de Catalunya va voler expressar a les urnes la seva voluntat popular". Al cap i a la fi, el Borbó "va apel·lar al a por ellos judicial" en el discurs del 3 d'octubre del 2017, segons ha recordat Turull. "Credibilitat zero", ha sentenciat, afegint que el seu partit se centra a "ser dignes" del llegat el president Macià i de Pompeu Fabra —que també va morir un 25 de desembre, però del 1948—, ja que tots dos són "fars i referents" en "la lluita de Catalunya per la seva identitat nacional i la seva llibertat". "És en ells que ens fixem, en el seu llegat, la seva acció política i la seva actitud", ha agregat. Com que Fabra va morir exiliat a Prada (Conflent, Catalunya Nord), ha aprofitat per tenir un record amb els independentistes que avui continuen exiliats, com el president Carles Puigdemont. Crida a la unitat d'acció independentista El líder de Junts també ha aprofitat l'ocasió per reiterar la crida a " la unitat d'acció de l'independentisme , per aprofitar la debilitat de l'Estat espanyol per poder aconseguir el màxim per a Catalunya". "En un moment en el qual les institucions espanyoles estan tan debilitades, en el qual el govern espanyol està tan debilitat, en el qual organismes com el Poder Judicial estan tan deteriorats des de tots els punts de vista, Junts fem una crida a la unitat d'acció de l'independentisme per aprofitar la debilitat de l'Estat espanyol per aconseguir el màxim per a Catalunya", ha conclòs. En un discurs més curt de l'habitual, Felip VI es va centrar en advertir dels riscos que comporten els extremismes i de la necessitat de superar-los a través del "diàleg" . "La tensió en el debat públic provoca afartament, desencantament i desafecció; són realitats que no es resolen ni amb retòrica ni amb voluntarisme", va assenyalar, just abans d'afirmar que "Espanya progressa quan trobem objectius compartits". Llavors, va apel·lar a l'esperit de la Transició recordant que "els que ens van precedir van ser capaços de construir la convivència en circumstàncies difícils". Segueix ElNacional.cat a WhatsApp , hi trobaràs tota l'actualitat, en un clic!

Este es el desconocido motivo por el que en España se come marisco en Navidad

Este es el desconocido motivo por el que en España se come marisco en Navidad

Del antiguo ayuno impuesto por la Iglesia al boom de los crustáceos: así acabaron ocupando la mesa ¿Por qué San Esteban solamente se celebra en Cataluña? Si piensas en Nochebuena en España, seguramente veas la misma escena: bandejas infinitas de gambas, cigalas, langostinos cocidos y alguna que otra vieira “para hacer bonito”. El marisco en Navidad parece tan inevitable como los villancicos en bucle o la discusión política de rigor. Pero lo curioso es que esta costumbre no es tan antigua como creemos, ni nació por puro capricho de “vamos a ponernos finos”. Su origen está bastante más ligado a la Iglesia, al ferrocarril y a los congeladores que a las redes sociales o a los chefs de vanguardia. Durante siglos, lo de ponerse hasta arriba de crustáceos habría sonado a ciencia ficción en la mayoría de hogares. Y, sin embargo, hoy casi entendemos que si en el menú no aparece un buen mariscazo, falta algo. Para entender cómo hemos llegado hasta aquí, hay que empezar por el principio: una Nochebuena que, durante mucho tiempo, fue más de contención que de exceso. De la Nochebuena de vigilia de ayuno a los banquetes de lujo La imagen de abundancia navideña que tenemos ahora poco tiene que ver con las normas que marcó la Iglesia durante siglos. El 24 de diciembre fue durante mucho tiempo día de vigilia de ayuno : solo se permitía una comida “seria” y dos colaciones ligeras, y además sin carne. Es decir, tocaba apretarse el cinturón antes de celebrar el nacimiento de Cristo. Eso se traducía en mesas muy distintas de las actuales: platos de verduras, frutos secos, algún pescado, sopas sencillas como la de almendra, ensaladas de temporada y poco más. Nada de cochinillos, nada de solomillos y, desde luego, nada de bandejas de marisco en Navidad como las que hoy damos por hechas. En los hogares humildes, el “banquete” era casi un premio simbólico; en las casas ricas, se buscaba cierto lucimiento, pero siempre bajo la restricción de no comer carne. La clave está en que, al ser día de vigilia de ayuno , el pescado se convirtió en protagonista. En el interior de la Península se recurría al bacalao o al congrio seco; en las zonas costeras, al pescado fresco que hubiera disponible. El marisco, muy perecedero y caro de transportar, quedaba limitado casi por completo a las rías y a las ciudades portuarias, donde sí formaba parte de las grandes celebraciones… pero como algo de lujo absoluto. Tras la Misa del Gallo llegaba el “resopón”: dulces, frutos secos, algo más contundente si había posibilidades. El gran festín de verdad se reservaba para el 25, cuando caían los pavos, capones, corderos y cocidos eternos. La Navidad era importante, sí, pero la mesa seguía marcada por la austeridad religiosa y por la economía de cada casa. El salto a la orgía de crustáceos que conocemos hoy llegaría mucho más tarde. Del besugo al horno al boom del marisco en Navidad El siguiente giro lo marca el transporte moderno. Con la llegada del ferrocarril en el siglo XIX, el pescado de mar empezó a llegar en mejores condiciones al interior. En Madrid, por ejemplo, el besugo al horno se convirtió en el plato estrella de la cena navideña: era pescado, respetaba el espíritu de la antigua vigilia y, al mismo tiempo, permitía lucirse. Crónicas de principios del siglo XX hablan de decenas de miles de besugos entrando en la capital entre el 23 y el 25 de diciembre. Era el lujo de la época. Ese besugo al horno fue, en cierto modo, el puente entre la tradición religiosa y el festín burgués: seguía siendo un “pescado de vigilia”, pero ya funcionaba como símbolo de estatus. Tenerlo en la mesa significaba que en esa casa se podía pagar un buen producto llegado desde la costa. El marisco todavía jugaba en otra liga: muy caro, muy frágil y muy difícil de mover sin que llegara en mal estado. El cambio gordo —y nunca mejor dicho— llegó a partir de los años 60 del siglo XX. Mejora económica, desarrollo de la cadena de frío, popularización de los congelados y, de repente, gambas, langostinos o cigalas que antes solo veía una élite empezaron a aparecer, poco a poco, en las pescaderías de medio país. El mar, gracias a los camiones frigoríficos y a las cámaras de congelación, por fin entraba con fuerza en la mesa de la clase media. Y ahí nace el imaginario del gran mariscazo navideño: el cóctel de gambas en copa, las fuentes interminables de langostinos, los centollos “para las ocasiones especiales”. El marisco en Navidad se consolidó como símbolo perfecto de todo lo que la fiesta prometía: abundancia, celebración y un punto de ostentación. Si durante siglos el lujo había sido ese besugo al horno que viajaba desde el Cantábrico, la nueva España de los 70 y los 80 encontró su icono en las bandejas rebosantes de crustáceos. Lo que cuenta esta tradición navideña sobre quiénes somos Si miramos con lupa, la mesa navideña española es casi un resumen acelerado de nuestra historia reciente. De una Nochebuena marcada por la vigilia de ayuno , la contención y la religión, pasamos a una celebración donde lo central es reunirse, comer mucho y demostrar, casi sin decirlo, que se ha “llegado” a cierto nivel de bienestar. El marisco encaja como un guante en ese relato: sigue siendo un producto relativamente caro, asocia el menú a una idea de lujo accesible y mantiene un vínculo con esa herencia de “plato de pescado” que marcó el 24 de diciembre durante siglos. Hoy, esta tradición navideña convive con otras muchas: el cordero o el cochinillo en Castilla y León, la coliflor con bacalao en Galicia, la escudella y la sopa de galets en Cataluña, los capones rellenos, los dulces regionales. Pero incluso en esos menús más apegados a la tierra, lo habitual es que, antes del plato principal, aparezca una bandeja de gambas, unas nécoras o unas cigalas a la plancha, aunque sea en versión modesta. La idea subyacente sigue siendo la misma: por una noche, que no falte de nada. El marisco, además, funciona casi como un álbum generacional. Los mayores recuerdan cuando era un lujo extraordinario; quienes crecieron en los 80 y 90 lo asocian a las cenas en casa de los abuelos; las generaciones más jóvenes lo ven casi como un rito obligatorio, aunque luego el resto del año apenas lo prueben. La tradición navideña se sostiene precisamente sobre eso: repeticiones, gestos que se heredan, bromas que vuelven cada año (“a ver quién pela más langostinos”) y platos que quizá no elegiríamos un martes cualquiera, pero que en estas fechas se sienten imprescindibles. Paradójicamente, mientras hablamos cada vez más de sostenibilidad, bienestar animal o moderación en el consumo, mantenemos intacta la escena de la bandeja repleta entrando en el salón entre aplausos. Tal vez ahí esté también parte del encanto: en ese pequeño paréntesis anual en el que nos permitimos comer como si el tiempo no hubiera pasado, aunque sepamos que sí. La próxima vez que te enfrentes a una montaña de gambas, puedes contarlo con calma en la sobremesa: lo que tienes delante no es solo un plato, es el resultado de siglos de normas religiosas, avances técnicos y cambios sociales. Y sí, es posible que tu abuela no hablara nunca de vigilia de ayuno o de la historia del besugo al horno , pero cada vez que alguien coloca el marisco en el centro de la mesa, está repitiendo, sin saberlo, una historia mucho más larga que el propio mantel.

Este es el desconocido motivo por el que en España se come marisco en Navidad

Este es el desconocido motivo por el que en España se come marisco en Navidad

Del antiguo ayuno impuesto por la Iglesia al boom de los crustáceos: así acabaron ocupando la mesa ¿Por qué San Esteban solamente se celebra en Cataluña? Si piensas en Nochebuena en España, seguramente veas la misma escena: bandejas infinitas de gambas, cigalas, langostinos cocidos y alguna que otra vieira “para hacer bonito”. El marisco en Navidad parece tan inevitable como los villancicos en bucle o la discusión política de rigor. Pero lo curioso es que esta costumbre no es tan antigua como creemos, ni nació por puro capricho de “vamos a ponernos finos”. Su origen está bastante más ligado a la Iglesia, al ferrocarril y a los congeladores que a las redes sociales o a los chefs de vanguardia. Durante siglos, lo de ponerse hasta arriba de crustáceos habría sonado a ciencia ficción en la mayoría de hogares. Y, sin embargo, hoy casi entendemos que si en el menú no aparece un buen mariscazo, falta algo. Para entender cómo hemos llegado hasta aquí, hay que empezar por el principio: una Nochebuena que, durante mucho tiempo, fue más de contención que de exceso. De la Nochebuena de vigilia de ayuno a los banquetes de lujo La imagen de abundancia navideña que tenemos ahora poco tiene que ver con las normas que marcó la Iglesia durante siglos. El 24 de diciembre fue durante mucho tiempo día de vigilia de ayuno : solo se permitía una comida “seria” y dos colaciones ligeras, y además sin carne. Es decir, tocaba apretarse el cinturón antes de celebrar el nacimiento de Cristo. Eso se traducía en mesas muy distintas de las actuales: platos de verduras, frutos secos, algún pescado, sopas sencillas como la de almendra, ensaladas de temporada y poco más. Nada de cochinillos, nada de solomillos y, desde luego, nada de bandejas de marisco en Navidad como las que hoy damos por hechas. En los hogares humildes, el “banquete” era casi un premio simbólico; en las casas ricas, se buscaba cierto lucimiento, pero siempre bajo la restricción de no comer carne. La clave está en que, al ser día de vigilia de ayuno , el pescado se convirtió en protagonista. En el interior de la Península se recurría al bacalao o al congrio seco; en las zonas costeras, al pescado fresco que hubiera disponible. El marisco, muy perecedero y caro de transportar, quedaba limitado casi por completo a las rías y a las ciudades portuarias, donde sí formaba parte de las grandes celebraciones… pero como algo de lujo absoluto. Tras la Misa del Gallo llegaba el “resopón”: dulces, frutos secos, algo más contundente si había posibilidades. El gran festín de verdad se reservaba para el 25, cuando caían los pavos, capones, corderos y cocidos eternos. La Navidad era importante, sí, pero la mesa seguía marcada por la austeridad religiosa y por la economía de cada casa. El salto a la orgía de crustáceos que conocemos hoy llegaría mucho más tarde. Del besugo al horno al boom del marisco en Navidad El siguiente giro lo marca el transporte moderno. Con la llegada del ferrocarril en el siglo XIX, el pescado de mar empezó a llegar en mejores condiciones al interior. En Madrid, por ejemplo, el besugo al horno se convirtió en el plato estrella de la cena navideña: era pescado, respetaba el espíritu de la antigua vigilia y, al mismo tiempo, permitía lucirse. Crónicas de principios del siglo XX hablan de decenas de miles de besugos entrando en la capital entre el 23 y el 25 de diciembre. Era el lujo de la época. Ese besugo al horno fue, en cierto modo, el puente entre la tradición religiosa y el festín burgués: seguía siendo un “pescado de vigilia”, pero ya funcionaba como símbolo de estatus. Tenerlo en la mesa significaba que en esa casa se podía pagar un buen producto llegado desde la costa. El marisco todavía jugaba en otra liga: muy caro, muy frágil y muy difícil de mover sin que llegara en mal estado. El cambio gordo —y nunca mejor dicho— llegó a partir de los años 60 del siglo XX. Mejora económica, desarrollo de la cadena de frío, popularización de los congelados y, de repente, gambas, langostinos o cigalas que antes solo veía una élite empezaron a aparecer, poco a poco, en las pescaderías de medio país. El mar, gracias a los camiones frigoríficos y a las cámaras de congelación, por fin entraba con fuerza en la mesa de la clase media. Y ahí nace el imaginario del gran mariscazo navideño: el cóctel de gambas en copa, las fuentes interminables de langostinos, los centollos “para las ocasiones especiales”. El marisco en Navidad se consolidó como símbolo perfecto de todo lo que la fiesta prometía: abundancia, celebración y un punto de ostentación. Si durante siglos el lujo había sido ese besugo al horno que viajaba desde el Cantábrico, la nueva España de los 70 y los 80 encontró su icono en las bandejas rebosantes de crustáceos. Lo que cuenta esta tradición navideña sobre quiénes somos Si miramos con lupa, la mesa navideña española es casi un resumen acelerado de nuestra historia reciente. De una Nochebuena marcada por la vigilia de ayuno , la contención y la religión, pasamos a una celebración donde lo central es reunirse, comer mucho y demostrar, casi sin decirlo, que se ha “llegado” a cierto nivel de bienestar. El marisco encaja como un guante en ese relato: sigue siendo un producto relativamente caro, asocia el menú a una idea de lujo accesible y mantiene un vínculo con esa herencia de “plato de pescado” que marcó el 24 de diciembre durante siglos. Hoy, esta tradición navideña convive con otras muchas: el cordero o el cochinillo en Castilla y León, la coliflor con bacalao en Galicia, la escudella y la sopa de galets en Cataluña, los capones rellenos, los dulces regionales. Pero incluso en esos menús más apegados a la tierra, lo habitual es que, antes del plato principal, aparezca una bandeja de gambas, unas nécoras o unas cigalas a la plancha, aunque sea en versión modesta. La idea subyacente sigue siendo la misma: por una noche, que no falte de nada. El marisco, además, funciona casi como un álbum generacional. Los mayores recuerdan cuando era un lujo extraordinario; quienes crecieron en los 80 y 90 lo asocian a las cenas en casa de los abuelos; las generaciones más jóvenes lo ven casi como un rito obligatorio, aunque luego el resto del año apenas lo prueben. La tradición navideña se sostiene precisamente sobre eso: repeticiones, gestos que se heredan, bromas que vuelven cada año (“a ver quién pela más langostinos”) y platos que quizá no elegiríamos un martes cualquiera, pero que en estas fechas se sienten imprescindibles. Paradójicamente, mientras hablamos cada vez más de sostenibilidad, bienestar animal o moderación en el consumo, mantenemos intacta la escena de la bandeja repleta entrando en el salón entre aplausos. Tal vez ahí esté también parte del encanto: en ese pequeño paréntesis anual en el que nos permitimos comer como si el tiempo no hubiera pasado, aunque sepamos que sí. La próxima vez que te enfrentes a una montaña de gambas, puedes contarlo con calma en la sobremesa: lo que tienes delante no es solo un plato, es el resultado de siglos de normas religiosas, avances técnicos y cambios sociales. Y sí, es posible que tu abuela no hablara nunca de vigilia de ayuno o de la historia del besugo al horno , pero cada vez que alguien coloca el marisco en el centro de la mesa, está repitiendo, sin saberlo, una historia mucho más larga que el propio mantel.

Colosal hito científico: un proyecto pionero logra crear un plástico que se descompone 1000 veces más rápido

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