In vino veritas
¿Es la verdad temible? Creo que sí, la verdad es más temible que la mentira, esta última es siempre provisional aunque dure, sin embargo, la verdad prevalece; además, a los que la cultivan provee fortaleza moral, cimenta la convivencia y la decencia. Se nos caen tantas cosas últimamente que hasta el latín se tambalea, una lengua para trasmitir las sesudas reflexiones de los clásicos. En el vino está la verdad, un pensamiento utilizado ilegítimamente para redimir a los ligeros pero que, en realidad, lo que buscaba era la redención de toda una cultura, la de los que nos asomamos al Mare nostrum . Con muchas variaciones y versiones, algunas de ellas perversiones; el decir hispano se adobó con un: “los borrachos siempre dicen la verdad”; no es latín pero suena contundente. Pues ni eso resiste y mira que algunos estábamos casi convencidos. Se nos ha caído el decir popular. La evidencia demuestra que los borrachos pueden mentir e incluso jactarse de ello. Llevamos unas fechas debatiendo sobre la mentira, la verdad, las herramientas de la mentira, las obligaciones morales y éticas de la verdad, la profesión de mentir, la verdad y sus secretos. Si se tratara de un lugar pacífico, la discusión no tendría mucho recorrido, para los más aplicados bastaría con exhibir la Constitución, esa carta que se invoca, a veces, como si escrita en el Sinaí. Ahí se dice claro: la libertad de expresión, de comunicación, tiene sus límites en la información veraz, es decir, la verdad. Pero de ese gran derecho constitucional, sustantivo, hay que transitar hasta el pedregoso lugar adjetivo de los tablaos de la justicia. Ciertamente, la mentira se ha adueñado de la conversación pública y ha acabado contaminando a todas las instancias institucionales que deberían estar presididas por una verdad sólida que fuera la última trinchera de la democracia. La mentira siempre ha sido rechazada por nuestra cultura, no se encuentra dentro del repertorio de las virtudes cívicas; volviendo al Sinaí con paradas en el Vaticano o en la Meca, es incluso pecado. Muy al contrario de la razón natural, la verdad está desprestigiada, cómo entender que incluso un alto magistrado de una alta instancia judicial se haya sentido amenazado por la verdad. ¿Es la verdad temible? Creo que sí, la verdad es más temible que la mentira, esta última es siempre provisional aunque dure, sin embargo, la verdad prevalece; además, a los que la cultivan provee fortaleza moral, cimienta la convivencia y la decencia. La verdad, en tiempos de crisis civilizatoria, de trumpismo contagioso, puede ser incluso heroica y revolucionaria. En todo caso, la verdad no tiene fecha de caducidad, ni se puede triturar, la mentira, sí. Como he sostenido en otras ocasiones, Goebbels no era un genio de la comunicación, en todo caso un rétor mediocre; en realidad, era un extraño personaje acomplejado por su físico y currículum que encontró en el nazismo y en la interpretación de un ridículo arte declamatorio -observado en nuestros días en algún émulo parlamentario español- la manera de obtener el aprecio de una multitud sumisa. Pero, en su demérito, hay que reconocer que era un simple mentiroso. Lo de simple tiene que ver con que solo mentía una vez, como proveedor de bienes materiales con una le bastaba. Entonces, ¿dónde residía su éxito? Pues en que su mentira era repetida, multiplicada, amplificada, mil veces, en los medios de comunicación de su tiempo, unos medios mansos rendidos a los encantos ideológicos y al sustento pecuniario de un régimen que los nutría aunque acabaría siendo el protagonista más cruel y asesino de toda la historia de la vieja Europa. La mentira envenena es tóxica y corrosiva y termina con toda la arquitectura democrática. Y lo peor es que ayer, como hoy, los mentirosos se jactan de utilizar para su menester las libertades democráticas y se esconden y blindan tras la honradez y honestidad profesional y personal de los defensores de la verdad.