Problemas comunes

Problemas comunes

Sale a colación El proceso, la novela de Kafka sobre la arbitrariedad, la alienación y la relación con la sociedad. El título de la obra viene del libro filosófico la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, de Kant, donde se habla del principio supremo de la moralidad. Es decir, El imperativo categórico, nombre elegido por la autora Victoria Szpunberg para dirimir entre el bien y el mal. Lo bueno es lo que se hace por deber, no por interés. Cuestión de ética y de actuar uno como desea que actúen los demás. Así, el retrato social nos ofrece a una profesora universitaria en profunda crisis por razones de precariedad laboral y en relación con un desahucio. Se acaba de separar y sufre lipotimias y angustia existencial. Y el problema de la vivienda o la ansiedad y la soledad que pueden darse. Los intérpretes Àgata Roca y Xavi Sáez desgranan lo que la dramaturga argentina pretende exponernos con ironía y acidez. Bajo su propia dirección, la comedia y el drama se dan la mano en esta producción del Teatre Lliure de Barcelona. El papel de la actriz está al borde de un ataque de nervios y oculta un cuchillo. El actor acoge varios papeles con rápidos cambios cuando hacen falta en el marco de la versátil escenografía de Judit Colomer. Los dos exhiben un notable nivel de solvencia que complace a los espectadores, y los efectismos llaman la atención. Pueden conseguir que la credibilidad y el contenido se resientan de alguna forma, aunque la temática sea muy estimable. ¿Qué es éticamente correcto cuando las circunstancias ahogan? Más que vivir, sobrevivir. Y algo más aún. La invisibilidad de las mujeres a partir de los 50 años, que no diremos que no existe, si bien esa edad hoy es sinónimo de juventud. La incomprensión y la frustración pueden paliarse. ¿El mundo va a peor? No acepten los jóvenes que cualquier tiempo pasado fue mejor sin duda. Una noche más, en fin, hubo Muestra en el Arniches con numeroso público que vio un espectáculo ganador de diversos premios.

El talento que no podemos permitirnos perder

El talento que no podemos permitirnos perder

La noticia publicada el 10 de noviembre en INFORMACIÓN de Alicante sobre el alumnado de altas capacidades debería preocuparnos profundamente como sociedad. Saber que la mitad de este alumnado acaba desconectando del sistema educativo y, en muchos casos, abandonando los estudios debería ser motivo de reflexión y, sobre todo, de acción inmediata. No estamos ante una cuestión marginal: estamos ante un indicador claro de que nuestro sistema educativo no está respondiendo a la diversidad real del alumnado.

Pedro Piqueras

Pedro Piqueras

La serie En primicia nos sigue regalando perlas. Quienes somos apasionados del periodismo saboreamos cada entrega como si fuera la última. La dedicada a Pedro Piqueras, albaceteño de pro, no tuvo desperdicio. El recorrido profesional de este comunicador, que debutó en Radio Nacional de España, para continuar presentando los Telediarios de TVE, más tarde en Antena 3 y finalmente, durante 18 años, los de Telecinco, poseía ingredientes más que sobrados para que el visionado fuese imprescindible.

Cáncer. Cáncer. Cáncer

Cáncer. Cáncer. Cáncer

Al menos, y por ahora, se puede decir mamarrachos, idiotas o cretinos, así como auténticas barbaridades que se me ocurren (pero ya saben que mi padre no me da permiso para decirlas) a cuenta de la reciente proposición no de ley aprobada en el Congreso para «regular el uso de la palabra cáncer y promover un lenguaje responsable y empático».

La mística de la sumisión

La mística de la sumisión

Esposas o monjas. Al abrigo del hogar o del convento encontraron acomodo y refugio durante muchos siglos las mujeres: ángel doméstico o ángel de Dios; siempre sierva, del marido o del Señor. Las que carecían de vocación conyugal podían fingir la religiosa. Era la forma de eludir airosamente el otro destino reservado a las de su sexo. En los márgenes, las desamparadas, las descarriadas, mujeres a las que no les podía esperar más que una mala vida.

El quebranto

El quebranto

Lo he escuchado una y otra vez. Un testimonio hondo. Toñi García comenzó su relato aferrándose como podía a la entereza. Duró lo que duró. En cuanto llegó al 31 y a la madrugada del 1 en que los buceadores encontraron los cuerpos en el garaje, uno el de Miguel y otro el de Sara, la hija de 24 años de ambos, la narración se quebró. Estaban juntos y fuera del coche, es lo único que le dijeron. Solo con eso ya tuvo suficiente para imaginar lo que habría sufrido su marido viendo que se ahogaba y que no podía hacer nada por salvarla. Y, sin embargo, prosiguió con el testimonio. En ningún instante se detuvo. Se lo debía a ellos y al resto de víctimas que andaban esparcidas en el camposanto abierto por quienes no estaban preparados ni atentos ni al cuidado de aquellos a los que debían de proteger. Querría haber sido ella quien bajase en lugar de Sara. No para suicidarse como espetó el vivales en otra de las comparecencias del momento, sino para haberse ido con él, descansar en el más allá y no tener que pensar a diario en cómo lo pasaría su niña a oscuras, con frío, barro y sin poder respirar porque así sería ella quien siguiese adelante con toda una vida por explorar. Cada soplo de recuerdo, un tormento. No digamos nada del troncal que supuso la propuesta postrera de la chavala de que le ayudaran a hacerse con un piso en esa finca, vivir con su chico, ayudarles en cuanto se hicieran mayores y que ellos les echaran una mano cuando viniesen los críos. Toñi no solo ha perdido la parte más codiciada de la razón de su existencia, además abre la puerta al reclamo del timbrazo con la maldición de que jamás entrarán por ella los diablillos que su hija había dibujado en el horizonte. Y también sacó fuerzas para señalar que el «infierno real de destrucción, de muerte y de oscuridad» no supuso el final del impacto. Denunció que, a semejante dolor, desconcierto y desasosiego, le siguió un «silencio institucional» de los mismos que nunca han estado a la altura. Como tantos, no quiero olvidar lo ocurrido ni puedo. Sería Mazón.

Oscuridades y algunas luces

Oscuridades y algunas luces

Veamos una cosa. ¿Usted pondría la presidencia de su comunidad de propietarios en manos de algún mentiroso compulsivo, que normalice la mentira con aspavientos, que rice el rizo del disparate continuo y que ponga fango como forma de actuar por conveniencia? Pues no. Seguro. Salvo que fuese cómplice de un tipo así por cuestión de oscuros intereses. Pongamos que hablo de ese señor al que me estoy refiriendo sin mencionarle, que no es el único ejemplar de esa ralea. Abundan en este ámbito.