«Los niños no necesitan juguetes que lo hagan todo por ellos, nos necesitan a nosotros»
Las vacaciones escolares están a la vuelta de la esquina bajo un escenario lleno de luces y colores propio de la Navidad. Es uno de los momentos del año preferidos de los niños para jugar, pero también es una buena ocasión para que los adultos reflexionen sobre este tiempo de ocio porque jugar no es un simple pasatiempo: es la manera más natural, honesta y profunda de aprender que tienen los niños. Sin embargo, vivimos en una época donde parece que el objetivo principal es que los niños 'no molesten'. Así lo considera Judit Escudé, directora general de Eurekakids , quien lamenta que se recurra a las pantallas como atajo, como si entretener fuera suficiente. «Pero entretener no es educar -matiza-. Y, desde luego, no es lo mismo mirar una pantalla que descubrir el mundo con las manos, los sentidos y la imaginación. El juego —el de verdad, el que requiere moverse, explorar, inventar o equivocarse— es un vehículo extraordinario para el aprendizaje. Y, por suerte, sigue siendo una de las pocas actividades en la vida donde equivocarse no solo está permitido , sino que es parte esencial del proceso». Asegura que cada vez que un niño juega, sucede algo muy poderoso . Por ejemplo, cuando construye una torre está aprendiendo matemáticas; geometría cuando encaja piezas; física al ver caer una pelota y observa que rueda más deprisa cuesta abajo. El juego convierte a los niños en exploradores incansables, en científicos espontáneos que hacen experimentos a cada minuto. «Y lo mejor: no necesitan instrucciones -asegura Escudé- . Su curiosidad natural les guía». Por eso considera que el juego desestructurado —ese que no tiene un «modo correcto» de jugar, que no dicta reglas estrictas ni resultados esperados— es tan valioso. La libertad de inventar cómo usar un objeto, de darle mil vidas diferentes a un mismo juguete, de construir hoy una casa y mañana un dragón, alimenta la creatividad de una manera que ningún manual puede igualar. Además, «en el juego libre los niños aprenden algo que todos necesitamos en la vida adulta: gestionar la frustración. Cuando una torre se cae, cuando una pieza no encaja, cuando alguien más gana… ahí es donde empieza el aprendizaje emocional. Los niños descubren que pueden empezar de nuevo, que pueden mejorar, que pueden esperar su turno. Y todo esto sin discursos, sin teorías y sin complicados sistemas educativos. Basta con jugar». Destaca que el juego invita a los niños a volver a intentarlo sin desánimo si les ha salido mal. Nosotros, los adultos, solemos temer al error; los niños, en cambio, lo viven como parte del camino. Si la torre se cae diez veces, la vuelven a construir once. Y además orgullosos. Considera esta experta que los juguetes no deben reemplazar la imaginación del niño, sino acompañarla. «No deben decidir por él, sino ofrecer posibilidades. Un buen juguete es aquel que abre puertas, no que las cierra. Aquel que invita a hacer, a probar, a pensar, a tocar, a experimentar. Por eso defiendo los juguetes que estimulan los sentidos, especialmente en los primeros años de vida: el tacto con materiales naturales, la vista con colores y formas claras, el oído con sonidos que despiertan curiosidad, y la mente con retos adecuados a cada etapa. Un juguete debe ser, al mismo tiempo, sencillo y rico, fácil de entender, pero lleno de oportunidades. No hace falta que hable, que se encienda o que haga mil cosas; a veces lo más educativo es lo más simple». Otra de las características positivas que destaca de los juguetes educativos es que ayudan a cultivar esa resiliencia natural . Ofrecen pequeñas dificultades, retos que se pueden superar con práctica, paciencia y una sonrisa. Enseñan que fallar no es un final, sino una señal de que están aprendiendo. «No hay mejor generador de creatividad que el juego. Un trozo de tela es una capa de superhéroe, una tienda de campaña o un mantel de picnic según el día. Un puñado de bloques puede transformarse en castillo, cohete o serpiente de colores. Los niños no necesitan grandes discursos sobre innovación: ellos son innovación pura, y el juego es su laboratorio». Por este motivo asegura que una de nuestras mayores responsabilidades es ofrecer juguetes que respeten esa creatividad, que no la sustituyan por soluciones prefabricadas. Cada niño debe encontrar en el juego un espacio para expresarse sin miedo, para imaginar mundos propios y para descubrir que tiene capacidad para transformar lo que le rodea. Explica que en los primeros años de vida, el contacto con materiales naturales es especialmente importante. La madera, el bambú, el corcho, la lana… todos ellos transmiten sensaciones auténticas que enlazan al niño con la naturaleza. Apunta que su textura, su olor, su peso y su calidez no solo estimulan el sentido del tacto, sino que ayudan a crear un vínculo emocional con el entorno. «Un juguete de madera no solo es sostenible, sino que envejece con el niño, guarda marcas de sus aventuras y se convierte en un pequeño recuerdo de su propia historia. Son objetos que acompañan, no que pasan de moda. Y eso también educa. Y es que el juego no solo enseña conceptos o habilidades; también enseña a convivir . Jugar con otros niños o con los propios padres crea lazos fuertes, momentos de calidad que difícilmente se olvidan. Compartir juguetes, inventar juntos, negociar reglas o turnos… todo esto forma parte del aprendizaje social». Judit Escudé invita a reflexionar porque afirma que los niños no necesitan juguetes que lo hagan todo por ellos. «Nos necesitan a nosotros. Necesitan nuestro tiempo , nuestro humor, nuestras ganas de dejarnos llevar un rato por su mundo. A veces, en medio de la vida acelerada, se nos olvida que media hora de juego compartido vale más que muchas horas de distracción pasiva. Si algo he descubierto en todos estos años es que aprender no tiene por qué ser serio ni complicado. Puede ser divertido, sorprendente y hasta un poco caótico. De hecho, suele serlo. El juego es la herramienta más poderosa para que los niños desarrollen habilidades cognitivas, emocionales y sociales de manera natural. Y, como adultos, el mejor regalo que podemos ofrecerles es no interponernos en ese camino, sino acompañarlo. Darles juguetes que respeten su ritmo, su imaginación y sus ganas de explorar. Permitir que se equivoquen , que inventen, que se ensucien, que prueben. Que aprendan. Porque lo que hoy parece «solo un juego» será, mañana, la base de su forma de pensar, de relacionarse y de afrontar la vida. Y eso, sinceramente, es mucho más grande de lo que pensamos».