El normand Roger es fa coronar i esdevé el primer rei de Sicília

El normand Roger es fa coronar i esdevé el primer rei de Sicília

Tal dia com avui de l’any 1130, fa 895 anys, Roger Hauteville, duc de la Pulla i comte de Sicília, es feia coronar i esdevenia el primer rei sicilià des de l’època dels monarques sículo-grecs de l’antiguitat . Roger, que havia heretat el títol comtal del seu pare, Roger I, va buscar l’aliança de Pietro Pierleoni , cardenal de l’Església que actuava com a successor de facto del moribund papa Honori II . Roger i Pierleoni van convenir que el clergue coronaria el normand (només el Papa o l’Emperador podien transformar un comte en rei) i, a canvi, a la mort del pontífex, el normand l’ajudaria a confirmar la seva posició. Els Hauteville eren empresaris de la guerra normands que havien arribat al sud de la bota italiana a principis del segle XI, cridats pel pontificat per a combatre els àrabs que s’havien apoderat de Sicília i de l’extrem sud de la península, i que amenaçaven progressar fins a Roma. Després d’una sèrie d’ exitoses campanyes, havien aconseguit expulsar els àrabs de la Pulla i Calàbria (segle XI) i de Sicília (inicis del segle XII). A canvi, el pontificat els havia atorgat el domini feudal sobre aquests territoris . A partir d’aquell moment, les nissagues guerreres normandes havien esdevingut la nova classe dirigent del territori. Amb la coronació de Roger, es va crear la dinastia Hauteville o normanda, que regnaria durant tot el segle XII. El 1198, s’havia extingit la representació masculina de la nissaga, i el tron va passar a una filla de Roger, Constança, casada amb l’emperador alemany Enric i fundadora de la nissaga Hohenstaufen . Aquesta nissaga regnaria fins que, el 1266, Manfred —net d’Enric— va ser assassinat i usurpat pels Anjou . Finalment, el 1282, el rei català Pere II, casat amb Constança —filla del malaurat Manfred—, conqueriria Sicília i restauraria la legitimitat de Roger i de Manfred. No obstant això, els posteriors reis sicilians ja serien del Casal de Barcelona.

Perdón obligatorio

Perdón obligatorio

Nunca se les preguntó si querían perdonar. Se dio por hecho. A las víctimas de la dictadura franquista se les ofreció el perdón como única salida digna, como prueba de madurez política, como gesto necesario para cerrar las heridas de una guerra y una represión que se prolongó durante décadas. Lo que no se les ofreció fue justicia, verdad o reparación en la misma medida. Ese desequilibrio no es casual. Forma parte de una lógica política y cultural que se fue construyendo desde los primeros años del franquismo y que se consolidó después como relato dominante. El perdón, presentado como virtud universal, sirvió para desplazar el foco del daño hacia la conducta de quien lo sufrió. Se pidió contención moral a las víctimas mientras el régimen se blindaba jurídicamente y los responsables de la represión consolidaban su impunidad. Durante la dictadura, perdonar no era una elección: era una condición implícita para sobrevivir. Para muchos represaliados, familiares de fusilados, presos políticos o depurados, el perdón adoptó la forma del silencio forzado. Callar era la única manera de seguir adelante, de proteger a los hijos, de evitar nuevas represalias. Ese silencio, confundido más tarde con reconciliación, fue en realidad una estrategia de supervivencia. Con la llegada de la democracia, esa exigencia no desapareció del todo. Se transformó. El lenguaje cambió, pero el fondo permaneció. "No reabrir heridas", "mirar al futuro", "no dividir a la sociedad" se convirtieron en fórmulas heredadas de una cultura política que había aprendido durante cuarenta años a gestionar el pasado mediante el olvido. De nuevo, el mensaje se dirigía a las víctimas: el conflicto termina cuando dejáis de hablar. Esta exigencia ha sido extraordinariamente eficaz. Al pedir perdón antes que verdad, se evitó durante décadas investigar los crímenes del franquismo; al pedir perdón antes que justicia, se evitó juzgar a los responsables; al pedir perdón antes que reparación, se evitó asumir responsabilidades materiales y simbólicas. El perdón funcionó como un cierre prematuro, como una forma elegante de clausurar el pasado sin afrontarlo. El resultado fue una inversión moral inquietante. La víctima que no perdonaba era presentada como rencorosa, anclada en el pasado, incapaz de convivir. Su memoria se convertía en un problema democrático. En cambio, quienes apelaban al perdón aparecían como moderados y razonables, incluso cuando no habían reconocido el daño causado ni mostrado voluntad alguna de reparación. La carga ética cambiaba de bando. Esta dinámica fue especialmente cruel en el caso de las víctimas del franquismo, a quienes durante décadas se les negó incluso el derecho a nombrar lo ocurrido. Fusilamientos, desapariciones, cárceles, trabajos forzados y exilio quedaron fuera del relato oficial. Cuando finalmente se les permitió hablar, se les pidió que lo hicieran con mesura, sin exigir demasiado, sin incomodar. El perdón volvió a aparecer como límite. Hay también una dimensión profundamente desigual en esta exigencia. El perdón suele reclamarse desde posiciones de seguridad, desde quienes no vivieron la represión, desde quienes no crecieron en hogares marcados por el miedo o la ausencia. Para las víctimas...

León XIV, en la Misa del Gallo: “Mientras el hombre quiere convertirse en dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”

León XIV, en la Misa del Gallo: “Mientras el hombre quiere convertirse en dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”

León XIV ha presidido su primera Misa del Gallo, que recupera su celebración a las 22h como implantó en 2009 Benedicto XVI. En una Basílica de San Pedro colmada de fieles, el Santo Padre ha invitado a la Iglesia y al mundo a redescubrir la Navidad como una luz capaz de atravesar las tinieblas de la historia. El Papa ha situado el Nacimiento de Jesús en el corazón de la búsqueda humana. Durante siglos “la humanidad ha buscado entre los astros la verdad que faltaba abajo”, pero es en esta noche cuando se cumple la promesa: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”. El Papa ha presentado en su alocución el nacimiento de Cristo como la verdadera estrella que sorprende al mundo, no un signo lejano, sino una presencia viva y concreta. “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador”, ha subrayado resaltando a su vez que Dios entra en el tiempo y en el espacio para habitar entre los hombres. “Vive entre nosotros quien da su vida por nosotros, iluminando nuestra noche con la salvación”. León XIV ha sostenido que la Navidad no es una idea abstracta ni un mito consolador, sino un acontecimiento real que transforma la historia y la existencia personal. En Jesús, Emmanuel, “Dios no nos da algo, sino a sí mismo”, ha expresado. Uno de los núcleos de la homilía fue la paradoja del Pesebre. Frente a un mundo que busca respuestas “mirando hacia arriba”, el Papa llama a los cristianos a contemplar “hacia abajo”: “La omnipotencia de Dios resplandece en la impotencia de un recién nacido”, señala, destacando que el Salvador se manifiesta como un niño envuelto en pañales. Esta elección divina, a juicio del Santo Padre, revela la dignidad de toda vida humana. “La luz divina que irradia este Niño nos ayuda a ver al hombre en cada vida que nace”, y advierte que cuando se pierde esta mirada, “tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros”. León XIV también ha denunciado las lógicas que reducen a las personas a mercancía y contraponen poder a servicio. “Mientras el hombre quiere convertirse en dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”, ha proclamado el obispo de Roma citando a san Agustín para recordar que solo la humildad divina puede sanar la soberbia humana. Al final de la homilía, el Pontífice ha relacionado la Navidad con el camino reciente de la Iglesia, recordando las palabras de su predecesor, el Papa Francisco, sobre la esperanza que no defrauda. Al concluir el Jubileo, afirma este tiempo es “de gratitud por el don recibido y de misión para dar testimonio de este don al mundo”. “La alegría de la Navidad es fiesta de la fe, de la caridad y de la esperanza”, una luz que permite a los creyentes “ir al encuentro del amanecer del nuevo día”, incluso sin temer a la noche.

León XIV, en la Misa del Gallo: “Mientras el hombre quiere convertirse en dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”

León XIV, en la Misa del Gallo: “Mientras el hombre quiere convertirse en dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”

León XIV ha presidido su primera Misa del Gallo, que recupera su celebración a las 22h como implantó en 2009 Benedicto XVI. En una Basílica de San Pedro colmada de fieles, el Santo Padre ha invitado a la Iglesia y al mundo a redescubrir la Navidad como una luz capaz de atravesar las tinieblas de la historia. El Papa ha situado el Nacimiento de Jesús en el corazón de la búsqueda humana. Durante siglos “la humanidad ha buscado entre los astros la verdad que faltaba abajo”, pero es en esta noche cuando se cumple la promesa: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”. El Papa ha presentado en su alocución el nacimiento de Cristo como la verdadera estrella que sorprende al mundo, no un signo lejano, sino una presencia viva y concreta. “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador”, ha subrayado resaltando a su vez que Dios entra en el tiempo y en el espacio para habitar entre los hombres. “Vive entre nosotros quien da su vida por nosotros, iluminando nuestra noche con la salvación”. León XIV ha sostenido que la Navidad no es una idea abstracta ni un mito consolador, sino un acontecimiento real que transforma la historia y la existencia personal. En Jesús, Emmanuel, “Dios no nos da algo, sino a sí mismo”, ha expresado. Uno de los núcleos de la homilía fue la paradoja del Pesebre. Frente a un mundo que busca respuestas “mirando hacia arriba”, el Papa llama a los cristianos a contemplar “hacia abajo”: “La omnipotencia de Dios resplandece en la impotencia de un recién nacido”, señala, destacando que el Salvador se manifiesta como un niño envuelto en pañales. Esta elección divina, a juicio del Santo Padre, revela la dignidad de toda vida humana. “La luz divina que irradia este Niño nos ayuda a ver al hombre en cada vida que nace”, y advierte que cuando se pierde esta mirada, “tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros”. León XIV también ha denunciado las lógicas que reducen a las personas a mercancía y contraponen poder a servicio. “Mientras el hombre quiere convertirse en dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”, ha proclamado el obispo de Roma citando a san Agustín para recordar que solo la humildad divina puede sanar la soberbia humana. Al final de la homilía, el Pontífice ha relacionado la Navidad con el camino reciente de la Iglesia, recordando las palabras de su predecesor, el Papa Francisco, sobre la esperanza que no defrauda. Al concluir el Jubileo, afirma este tiempo es “de gratitud por el don recibido y de misión para dar testimonio de este don al mundo”. “La alegría de la Navidad es fiesta de la fe, de la caridad y de la esperanza”, una luz que permite a los creyentes “ir al encuentro del amanecer del nuevo día”, incluso sin temer a la noche.