
Digestiones mentales
Cuando tengo una mala digestión de una buena comida, pienso en las termitas, tan pequeñas, triturando con sus potentes mandíbulas la madera, por ejemplo, de una librería a través túneles sombríos, masticándola luego al tiempo de mezclarla con sus jugos digestivos para asimilar la celulosa, que, ya en sus entrañas, se transforma en los azúcares que constituyen la fuente básica de su metabolismo. Todo ello sucede en un trayecto corporal de cinco o seis milímetros en los que cabe un complejo laboratorio intestinal habitado por millones de microorganismos (imagínense de qué tamaño). A la que te descuidas, una familia de termitas devora un palacio de caoba porque trabajan en silencio y desde la invisibilidad absoluta. De vez en cuando, quizá descubras debajo de un sillón que hace tiempo que no mueves un montoncito de serrín que barres sin imaginar siquiera que el mueble está ya prácticamente hueco.