
Rafel Verdiell, agricultor de Amposta: “Ya habíamos perdido la mitad de la cosecha antes de esta última lluvia. Es desesperante”
“Llevamos tres fines de semana seguidos de lluvias… y de daños. Es desesperante”. Con esta frase, el agricultor Rafel Verdiell, miembro de Unió de Pagesos, resume el sentimiento general del campo en la comarca del Montsià, en el sur de Tarragona. Las lluvias torrenciales de los últimos días han dejado un paisaje devastado en muchas explotaciones agrícolas de la zona de Amposta, donde los regueros de barro, piedras arrastradas y surcos profundos en los caminos son ahora la estampa habitual. La situación es tan crítica que muchos agricultores dan por perdida la mitad de la cosecha. Verdiell explica que en una de sus fincas de olivos los daños comenzaron ya con la granizada de la semana pasada, que dejó el fruto tocado y lleno de heridas. Ahora, con la humedad acumulada, teme que los hongos terminen de destruir lo que quedaba. El exceso de humedad ha disparado el miedo a la proliferación de hongos en los olivos y en los cítricos, dos cultivos fundamentales en la economía agraria del Ebro. “Si el árbol se infecta, el fruto se pierde del todo”, lamenta Verdiell. Los productores de cítricos, especialmente de mandarina, viven una situación similar. El exceso de agua provoca grietas en la piel del fruto, lo que lo hace inservible para su venta. “La mandarina se agrieta, se abre, se pudre. No hay manera de salvarla”, explican desde el sector. A todo ello se suma la imposibilidad de acceder a muchas parcelas, ya que los caminos rurales están cortados o destrozados por el arrastre del agua. Ante esta situación, los agricultores reclaman una respuesta rápida y contundente del Govern. Verdiell confía en que lleguen ayudas suficientes y sin demora, porque la mayoría de los productores pequeños no podrán asumir las pérdidas si no se actúa de inmediato. “Necesitamos apoyo, pero también soluciones de fondo”, insiste el agricultor. Las lluvias torrenciales, antes excepcionales, se han vuelto frecuentes en los últimos años, y el sector empieza a hablar abiertamente de cambio climático. Las precipitaciones intensas seguidas de largos periodos de sequía están poniendo a prueba la resistencia del campo y obligando a los agricultores a replantearse su forma de trabajar. La Unió de Pagesos está promoviendo medidas de resiliencia agraria: mejorar el drenaje de los campos, reforzar los márgenes, recuperar caminos y estudiar cultivos más adaptados a la nueva realidad climática. Sin embargo, estas soluciones requieren inversión y tiempo, algo de lo que muchos agricultores carecen. “Estamos haciendo lo que podemos, pero si cada año pasa lo mismo, no podremos resistir”, advierte Verdiell. A su alrededor, los olivares muestran un verde apagado, las ramas cargadas de barro y los caminos convertidos en torrentes. “El problema ya no es solo perder la cosecha —añade—, es que no sabes cómo vas a empezar la siguiente.” Mientras los agricultores intentan evaluar daños y recuperar los accesos a sus fincas, el miedo a que las lluvias regresen se mezcla con la impotencia. “Cada vez que vemos el cielo nublado, se nos encoge el estómago”, confiesa Verdiell. En el delta del Ebro, donde la agricultura es parte esencial del paisaje y de la identidad local, la desesperación se mezcla con la resignación. “Nos estamos acostumbrando a trabajar con pérdidas, y eso no es sostenible”, concluye el agricultor. La tierra, empapada y herida, refleja el cansancio de quienes la trabajan. Tres fines de semana de lluvias bastan para recordar que, en el sur de Cataluña, el futuro del campo pende de un hilo cada vez más delgado.